En los festivales de cine es inevitable que todo se magnifique y se creen corrientes de opinión en torno a las películas que después no se corresponderán necesariamente con lo que piense el público que las vea fuera de ese contexto. San Sebastián, a diferencia de los tres principales festivales de clase A (Cannes, Venecia, Berlín), no alberga en su mayoría premieres mundiales, por lo que algunos de esos filmes que venían con el entusiasmo de la crítica desde otros festivales no logran conquistar de la misma manera a la audiencia del certamen vasco. Es una cuestión de expectativas. En este artículo comentamos aquellas películas de las que esperábamos más, ya fuera por el nombre de su director o por la conversación que se había creado en torno a ellas.
‘Die My Love’ (Proyección del Premio Donostia)
Lynne Ramsay es una autora que no se prodiga demasiado, pero cuando lo hace, suele despertar pasiones y odios por igual, especialmente desde su anterior trabajo, su primero en Estados Unidos, ‘En realidad, nunca estuviste aquí’. En ‘Die My Love’ vuelve a trabajar con estrellas de Hollywood adaptando la primera novela de la argentina Ariana Harwicz, y vuelve a dividir a la crítica con ella. Grace (Jennifer Lawrence, Premio Donostia en esta edición) es una mujer que vive en una zona rural junto a su marido Jackson (Robert Pattinson). Ambos están muy enamorados y son felices de iniciar una nueva etapa. Sin embargo, la llegada de su primogénito causa en ella un cambio anímico radical.
Ramsay explora la depresión postparto y cómo un hijo altera la dinámica de pareja existente, dejando a un lado la intimidad y el deseo sexual para priorizar las necesidades del recién nacido. Para ello, directora escocesa utiliza un lenguaje estridente y desquiciado, con una puesta en escena que abusa de los golpes de sonido, introduciendo secuencias con una música altísima para reflejar el tumultuoso estado emocional de la protagonista. Lawrence se lanza al vacío sin red en una interpretación excelente y atrevida, pero no hay nada en ‘Die My Love’ que nos haga comprender la compleja psicología de su personaje. Ramsay tampoco parece demasiado preocupada en ello, sino más bien en construir una experiencia extrema tan desagradable como poco interesante.
Maldita Suerte (Sección oficial)
Edward Berger regresaba a la sección oficial del Festival de San Sebastián tras competir el año pasado con ‘Cónclave’, ganadora del premio al Mejor Guion Adaptado en los Oscar, donde optaba a 8 galardones. Con ‘Maldita suerte’ no parece que vaya a seguir el mismo camino, ya que se trata de una película muy cercana al desastre. Basada en la novela de Lawrence Osborne y con guion de Rowan Joffe, la trama sigue a Lord Doyle (Colin Farrell), un ludópata y estafador profesional que vive en Macao yendo de casino en casino. Sus deudas no paran de aumentar hasta que recibe una oferta inesperada de la bella y misteriosa Dao Ming (Fala Cheng), dispuesta a ayudarle.
Doyle inicia así un viaje psicológico donde realidad y paranoia se entremezclan entre casinos, alcohol y los exóticos paisajes de la pintoresca ciudad china. Farrell se esfuerza por dotar a su personaje del histrionismo que parece pedir la historia, pero no tiene demasiado donde agarrarse ya que nunca llegamos realmente a conocer quién es. El tono de Berger está siempre tan arriba, tan pasado de rosca, que en lugar de meterte en la trama, te expulsa. No hay nada mucho más allá de su premisa y su llamativa estética de colores chillones y luces de neón. Cuando llega el final, uno no puede evitar respirar con alivio: por fin.
La voz de Hind (Perlas)
Cuando Jim Jarmusch ganó el León de Oro en Venecia en lugar de ‘La voz de Hind’, la nueva película de la tunecina Kaouther Ben Hania sobre el caso real de Hind Rajab, una niña palestina que fue asesinada por el ejército israelí, se hicieron muchas críticas al jurado por no haberle dado el máximo galardón (se “conformó” con el Gran Premio) a una película tan urgente como esta. La realidad, en cambio, es que pese a que el tema es importantísimo, la cinta carece del valor cinematográfico que uno podría esperarse dada la gran acogida que tuvo en la cita italiana. Su intención no parece tanto ser una película como la de exponer la brutalidad y la injusticia ante un genocidio que está ocurriendo ante nuestros ojos.
Para ello, Ben Hania utiliza las llamadas telefónicas reales que la niña mantuvo con el equipo de la Media Luna Roja (la Cruz Roja de Oriente Medio), pero dramatizando la parte de los profesionales que hablaron con ella. Aquí surge la primera duda moral en una cinta cuyos recursos cinematográficos son muy limitados y parece rodada con prisa: ¿hasta qué punto es ético sacar a la luz los últimos momentos de vida de esa pobre niña para crear una película de tensión? ¿Es la ficción el mejor método para contar esta historia? No hay respuesta clara a estas preguntas, pero como espectador es inevitable cuestionarse si con la intención de denunciar algo tan serio no se está cayendo en la trivialización y en la insensibilidad. La cineasta mezcla además vídeos de archivo con la historia ficcionada desde el centro de operaciones de la Media Luna Roja. A nivel visual resulta tan pobre y plana que es difícil involucrarse en su narrativa hasta casi el final, y cuando uno lo hace no es mérito de la cineasta, sino de su uso de unas grabaciones absolutamente devastadoras.
Sea como sea, si esta película sirve de alguna manera para convencer a alguien no convencido de que lo que está cometiendo Israel es un genocidio en toda regla contra los palestinos y que es intolerable que los poderosos no hagan nada por frenarlo, todo lo dicho hasta ahora perdería por completo su sentido. Ojalá sea así.
Historias del buen valle (Sección oficial)
La expectación ante la nueva película de José Luis Guerín era máxima. Diez años después de su último largometraje ‘La academia de las musas’, el prestigioso cineasta español estrenó mundialmente en San Sebastián su documental ‘Historias del buen valle’. La película se ubica en Vallbona, un pequeño municipio en la periferia de Barcelona que, debido a sus diferentes cambios urbanísticos, se mantiene prácticamente aislado entre una autopista, el río y las vías del tren. Sus habitantes están felices y tremendamente orgullosos de su tierra, un lugar que pese a estar a tan solo media hora de la capital catalana, conserva unas formas de vida mayoritariamente rurales.
Guerín observa a la gente del pueblo con sensibilidad y humanidad, mostrando sus preocupaciones personales y comunitarias con humor y ternura. Sin embargo, hay algo de lo que desgraciadamente no puede escapar: de una mirada idealizada y algo condescendiente a la población de un barrio obrero que, a buen seguro, está lejos de ser ese lugar casi idílico que se empeña en retratar. El cineasta retrata a los diferentes habitantes en su día a día, filmando sus conversaciones y construyendo así una radiografía multicultural del pueblo. Sin embargo, pese a que en sus primeros minutos posee cierto encanto, Guerín impone en todo momento en su película una sensación de importancia que, sencillamente, no tiene. Sus dos horas de metraje son más que excesivas: hacia la mitad, ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir, pero en lugar de acabar, se enrosca dando vueltas sobre sí misma hasta la exasperación en busca de una poesía hueca.
Vida privada (Perlas)
La nueva película de la directora francesa Rebecca Zlotowski presenta un gran reclamo: Jodie Foster como protagonista en un papel completamente en francés. La legendaria actriz interpreta a la psiquiatra Lillian Steiner, quien acaba de perder a una paciente por un suicidio. Sin embargo, tras acudir al velatorio y ver cómo el marido de la fallecida la culpa de haberle recetado las pastillas que usó su mujer para quitarse la vida, se da cuenta de que hay algo extraño en todo ello. Cuanto más investiga, más se obsesiona con que se trata de un asesinato.
El tono que Zlotowski usa es un poco del estilo de ‘Misterioso asesinato en Manhattan’ u otras comedias con crímenes de por medio del autor neoyorkino. Sin embargo, si algo nos demuestra esta película es que lo que hace Woody Allen no es nada sencillo. La cineasta en ningún momento logra el encanto, la chispa y la gracia alleniana ni tampoco la habilidad para la intriga de otra de sus grandes referencias, Hitchcock. El guion está lleno de torpezas narrativas, especialmente cuando nos acercamos a un final con un tono extrañamente grave que no concuerda con la levedad anterior. Y los personajes, tanto la protagonista como los que la rodean, son planos y poco convincentes. El resultado es una película muy menor, muy francesa y muy insustancial.