Los mocasines más cómodos: estos son los modelos probados (de lujo y no) que recomienda una editora de compras de Vogue
Si hay un modelo de zapato capaz de conciliar estética y funcionalidad, para mí es sin duda el mocasín. Y no lo digo como editora de moda, sino como una auténtica devota: podría escribir una tesis sobre él, y quizá lo haga tarde o temprano. En un armario que oscila constantemente entre tendencias del momento y piezas de archivo, los mocasines son mi constante (más allá de la temporada y las tendencias pasajeras). ¿Por qué? Son elegantes, clásicos pero nunca aburridos y, sobre todo, cómodos. Son el pilar que equilibra mi filosofía de estilo: «Siempre con clase pero sin pasarse».
Su encanto se ve de lejos: evocan los uniformes de las grandes universidades de Estados Unidos, eternos compañeros de americanas oversize, faldas plisadas y calcetines. Pero más allá del cliché preppy, los mocasines han traspasado las fronteras del campus para convertirse en objeto de deseo incluso entre quienes, como yo, viven (y corren) entre pasarelas de la Semana de la Moda y presentaciones de prensa. Y no, no los llevo solo porque sean prácticos de calzar –sin cordones, sin complicaciones–, sino que realmente consiguen elevar hasta el look más sencillo. ¿Unos vaqueros y una camisa blanca? Ponte unos mocasines y la cosa cambia.
Mi primer par fue un regalo más moral que material. Me los recomendó mi tío, un hombre estiloso que prefiere las prendas y los accesorios atemporales. «Cómprate unos mocasines Church’s, no te arrepentirás», me dijo. Con su color Oxblood, puntera ligeramente redonda, líneas limpias. Aún recuerdo el tacto del cuero la primera vez que me los puse: suave, casi terapéutico. No era un rojo cualquiera, sino ese tono profundo y versátil que ahora llamamos más genéricamente burdeos, y que entonces todavía estaba fuera del radar de las tendencias. Pensé que solo me los pondría con pantalones de sastre, pero en cambio encontraron su máxima expresión con minifaldas y medias transparentes: la mezcla perfecta de rigor y feminidad.
Desde ese momento, no he parado. Al principio pensé que eran una solución cómoda para las largas jornadas de trabajo, pero en realidad los mocasines han transformado mi forma de entender la moda cotidiana. Ocuparon el lugar de las zapatillas en los momentos en los que quería ir más pulida, y dejaron en el banquillo a los tacones en los días en los que quería sentirme elegante sin sufrir (perfectos para atravesar la ciudad, incluso en cercanías de punta a punta).
El nuevo auge de los mocasines en los últimos años no ha hecho más que confirmarlo: de “zapato de profesora”, han pasado a ser un imprescindible de las it girls internacionales. Gucci, Prada, Tod’s, pero también marcas emergentes, los ofrecen en mil variaciones. Y si pienso en quién los ha relanzado con más credibilidad, las imágenes de Hailey Bieber con mocasines gruesos o los de Kendall Jenner en versión hiperminimalista, con calcetines blancos, hablan por sí solas. Lo mejor es que las redes sociales nos han enseñado a no tomárnoslos demasiado en serio. Ahora se llevan con vestidos vaporosos, vaqueros baggy, faldas plisadas, pero también con trajes masculinos desestructurados que juegan con los volúmenes y las proporciones.
En mi armario actual hay al menos diez pares de mocasines, y no exagero. Desde los clásicos de piel lisa negra hasta los modelos de ante amarillo mantequilla, pasando por los de piel color whisky, perfectos para el otoño. Algunos con borlas, otros con el clásico detalle de bocado o bien con plataforma (sí, la suela track me ha conquistado). ¿Mi favoritos? Los de napa supersuave porque sientes que vas casi en calcetines: ideales para viajar, pero también para un mal día en el que necesito mimarme sin comprometer mi estilo.