El viernes se estrenó en plataformas mi primer largometraje. No les voy a decir ni el título, porque yo he venido aquí a hablar del fracaso. “Fracasa otra vez, fracasa mejor”, escribió Samuel Beckett. Los “emprendedores”, que no entienden nunca nada, salvo las cuentas, creen que la frase es literal. Hay que ser muy tonto para pensar que hay que fracasar “mejor”. La dicotomía entre éxito y fracaso es, per se, tramposa. La sensación de éxito la desconozco. La de fracaso, por el contrario, la conozco bien. Es ese tufo que se te pega como el olor avinagrado se le pega a los mendigos. Hace que la gente haga como que no te ve. Que no te respondan los mensajes y que se les olvide (¡ups!) promocionar aquello en lo que han trabajado o en lo que han puesto dinero ajeno. El hedor del fracaso se huele incluso si no pasas por delante. Es especialmente perceptible en estrenos y fiestas de alto copete. Por allí anda ese director al que antes le iba bien: hagamos como que no le vemos. Ese actor que anteayer era portada y que hoy pide a ver si le puedes dar un personaje de una frase.
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