Es llamativo el éxito adquirido por la japonesa Ichiko Aoba en los últimos años de su carrera, tras casi una decena de discos publicados a sus espaldas. Sus cifras en streaming son asombrosas para una artista de ambient-folk y se corresponden a algunas de sus composiciones más recientes, pero no son ninguna sorpresa dada su fantástica belleza y su inspiración en las películas de Studio Ghibli.
En directo, la música de Ichiko Aoba se convierte en una experiencia que deseas recomendar a todos tus amigos y conocidos. Su voz, cristalina y pura, y sus serenos acordes de guitarra acústica, consiguen que cualquiera sea capaz de olvidarse del mundo exterior durante una hora y media de recital, el que duró su concierto de este lunes en Barcelona. Sus fans pueden venir vestidas de otaku: quizás han descubierto la música de Aoba jugando a ‘The Legend of Zelda’.
Su telonero, el parisino Julien Desprez, sorprendió a los tempraneros del Paral·lel 62 con un showcase de noise y glitch despiadado, muy estridente y juguetón, pero también inesperado. En algunos puntos hasta cantaba, pareciendo un Phil Elverum ido de la olla. Armado con una guitarra eléctrica que no dudó en usar para despedazar todo sonido a su antojo, Desprez asustó a algunos asistentes que prefirieron retirarse y volver en otro momento. Sin embargo, también fascinó a otros por su originalidad. Ichiko Aoba expresó después que está «muy loco» y es cierto.
La elección de telenero no es causal, pues el contraste entre el sonido de ambos resalta el componente calmado, sereno, balsámico, casi doméstico, de las composiciones de Ichiko Aoba, que tiran lo mismo de los acordes clásicos de la bossa nova -como los de la inicial ‘kororonosekai’- que del folk onírico, esto cuando Aoba no toca el piano tirando loops de pájaros. La sensación que deja su música es de realismo mágico, situándose en un punto entre la realidad y los sueños.
El concierto se divide en tres actos y el bis, pero, la mayor parte del tiempo, Aoba la pasa tranquilamente tocando la guitarra, sentada en su trono rojo, echando su voz a volar con la aerodinámica más pura imaginable y un control envidiable. Aoba presenta su último disco, ‘Luminescent Creatures‘ (2025), inspirado en sus vivencias explorando las aguas de las Islas Ryūkyū, pero su show resalta su faceta folk y terrenal, no tanto la ambiental y mística, cuando atraviesa canciones como ‘Sagu Palm Song’, ‘Wakusei No Namada’, ‘Clockwork Universe’ -dedicada a su maestro- o la saltarina ‘Mr. Sun’, que cerró el show.
Al micrófono, cantando, tocando su guitarra o el teclado, Aoba detenía el tiempo; cada vez que se escuchaba un vaso cayendo al suelo o el rechinar de una puerta abriéndose, el sonido de estos objetos parecía amplificarse. Sin embargo, Aoba, a veces, jugaba con ese sonido ambiente, imitando por ejemplo el sonido de esa puerta con su voz. Su música contiene un espíritu infantil y de andar por casa, quizá porque Aoba es autodidacta, y ese mismo espíritu se despierta en el público cuando Aoba interpreta al pingüino de su canción ‘Sayonara Penguin’, provocando risas de la audiencia. No extraña que sus últimos discos los protagonice una niña.
Ese humor cotidiano se traslada también a los momentos en que Aoba habla a la audiencia, en algunos casos, en un español sorprendentemente hábil. Aoba se molesta en interpelar a su público en su idioma, aunque la mayor parte del tiempo se dirige al público en japonés y, cuando cuenta la historia de ‘Uta no Kehai’, la de dos amigos enfadados que ella intentó reconciliar, se sirve de gestos para comunicarse. Este humor alivia la solemnidad de la música que suena encima del escenario y convierte el concierto de Ichiko Aoba en una experiencia inmejorable. Al final, una fan le regala unas pastas dulces, pero el verdadero regalo es el de Aoba al público.