Ahí, en la Barcelona gentrificada de hoy, Javiera se ve envuelta en una relación con múltiples aristas con Manuel, migrante como ella. Ellos son dos de los integrantes de una relación poliamorosa llena de dobleces y anhelos no confesados. Aunque, paradójicamente, y tal y como apunta Flores, la palabra ‘poliamor’ no aparece ni una sola vez a lo largo de la novela. Más que centrarse en los vericuetos de una relación que funciona con más de dos ejes, Flores lo usa casi como un MacGuffin para reflexionar en torno a los límites del amor romántico y a cómo se sustenta ese arquetipo hoy en el marco del activismo femenino. “Llevar las luchas feministas a la práctica es muy difícil porque se nos enseñó a amar desde un lado muy patriarcal. Por otro lado, creo que la pregunta es cómo amar en el capitalismo, donde cualquier discurso se ve reducido a una forma de consumo y todo se vuelve superficial. Javiera lucha contra eso, busca nuevas formas de amor para aprenderlas, porque le parece excitante. Y luego se da contra un muro. Porque una cosa es este ánimo, este impulso, esta ilusión, este entusiasmo; y otra, la vida cotidiana cuando uno tiene que vérselas con muchas cosas”.
En la novela –la segunda después de Isla decepción y su tercer título publicado después de su compendio de relatos Qué vergüenza–, Javiera está enamorada de Manuel, pero sobre todo está enamorada del amor. “Es increíble lo obsesionados que seguimos con ello a pesar de toda la literatura sobre el fin del amor, de que Tinder terminó con todo y de que la independencia de la mujer acabó con el amor romántico», reflexiona Flores. “La palabra ‘amor’ existe desde hace mucho tiempo y ha sido codificada, decodificada, construida, deconstruida… y luego ocurre que hay cosas que no entendemos que realmente nos dominan. Eso me parece increíble del ser humano, que seamos tan ininteligibles todavía, esos futuros yos o esos yos que no fueron, me parece súper interesante de explorar a nivel literario”.
La muerte –en todas sus variantes– también está muy presente en la novela, ya desde el título del libro. Tan tan presente como para que Instagram haya censurado el título porque, según la plataforma, incita al odio. Un curioso criterio que, quizás, hubiera aplicado a obras como A sangre fría o Crimen y castigo siguiendo esa misma lógica. “Al principio me asusté y me dio un poco de ansiedad. Me dije ‘Paulina, ¿cuán grande puede ser tu nivel de autoboicot que le pusiste ese título a la novela y va a ser censurada?’. Pero luego me relajé y me di cuenta de lo absurdo que es. Gracias a internet yo pude crecer intelectualmente cuando era niña y tener acceso al conocimiento, así que le tengo mucho cariño. Pero ahora internet se transformó en Instagram e Instagram es un lugar donde a las personas trans se les puede decir enfermos mentales. Todo es absurdamente ridículo”, concluye.