Como parte de la realeza de la moda, la presentación en sociedad de Lila Moss (Londres, Reino Unido, 2002) no fue en un baile de debutantes. Fue sobre la pasarela. Aquel otoño de 2020, la única hija de Kate Moss dejó atrás a la niña a la que vimos crecer seguida por paparazzi, en el regazo de su madre en festivales de música o en la primera fila de los desfiles, arropada por los popes del sector. Lila, que se había pasado la pandemia viendo “thrillers y películas de terror de los años 80”, inauguró su mayoría de edad en el desfile de Miu Miu primavera-verano 2021. Desde entonces, su carrera, amparada por la agencia homónima que creó la top entre las tops en 2016, ha avanzado sin pausa, pero sin prisa.
Lila Moss lleva top y falda, ambos de PRADA.
En todos estos años ha trabajado con grandes fotógrafos, de Juergen Teller a David Sims; ha prestado su imagen a campañas para Marc Jacobs, Celine o Fendi, y esta es la segunda vez que protagoniza una portada para Vogue España. Si la anterior fue un juego onírico repleto de fantasía, esta vez, asegura, en las fotos, se ve más a ella misma. «La primera fue como meterse en un papel lleno de extravagancia. En esta ocasión pude aportar más de mi personalidad, son estilismos que yo llevaría. Es más auténtica”, reconoce por videollamada, horas después de abandonar Tenerife, donde tuvo lugar la sesión de fotos. “Nunca había estado allí. Cuando aterrizamos, vimos a mucha gente disfrazada y las calles decoradas. Era Carnaval, fue un bonito recibimiento. La mayoría del equipo era español y ahora me encanta decir todo el rato qué guay”. El editorial incluye piezas de temporadas pasadas, como un bikini de 1999 de Louis Vuitton, una falda de 1997 de Helmut Lang o una corona de 2010 creada por Meadham Kirchhoff. En esta imagen, Lila inevitablemente evoca a su madre, en sus primeras fotografías de Corinne Day.