El Festival de Cannes no sería lo que es sin sus grandes y osadas decepciones. La edición del año pasado las tuvo en abundancia: Megalópolis, de Francis Ford Coppola; Emilia Pérez, de Jacques Audiard; Parthenope, de Paolo Sorrentino; y The Shrouds, de David Cronenberg, por citar algunas. Y este año, lamento informar de que a la lista de fiascos que han pasado por La Croisette se suma Die, My Love, la esperadísima película de Lynne Ramsay, un intenso drama sobre una mujer envuelta en una tremenda crisis emocional que protagonizan nada menos que Jennifer Lawrence, Robert Pattinson, Sissy Spacek y LaKeith Stanfield. Teniendo en cuenta la obra tan particular y respetada que ha desarrollado Ramsay hasta ahora –Ratcatcher; Tenemos que hablar de Kevin; En realidad, nunca estuviste aquí– y el calibre de estas estrellas de cine, sobre el papel, el filme podría verse como un posible candidato a la Palma de Oro, primer paso para triunfar más adelante en los Oscar 2026. En mi opinión, no lo merece.
Conocemos a nuestros dos guapísimos protagonistas, Grace (Lawrence) y Jackson (Pattinson), en la destartalada granja que ahora habitan. Estos dos exneoyorquinos con ambiciones creativas –ella, escribir una gran novela; él, grabar un disco–, han heredado la finca del tío de Jackson, recientemente fallecido, y pretenden darle un buen uso a todo ese nuevo espacio. Lo consiguen, pero no de la forma que esperaban. Una trepidante sucesión de imágenes nos hace avanzar en el tiempo, la pareja entregada a bailar ociosamente y practicar sexo apasionado en el suelo. Pronto, Grace se queda embarazada y cuando su hijo, Harry, tiene seis meses, ella se pregunta qué les ha pasado. Su vida en común, antes salvaje y llena de posibilidades, gira ahora en torno al bebé y ellos han empezado a distanciarse.
A medida que su unión sigue erosionándose, Grace empieza a visitar a su suegra, la angustiada Pam (Spacek), que vive cerca. Desde la muerte de su marido, se la ve a menudo caminar sonámbula por una carretera local, rifle en mano. Grace también desarrolla una extraña obsesión con un motorista (Stanfield) que acecha su casa. ¡Ah! Y se ve empujada aún más al límite cuando Jackson trae a casa un perrito nervioso, que ladra toda la noche con el bebé llorando sin parar, mientras él sigue durmiendo a pierna suelta.
Se dan todas las condiciones para que se desate una espiral destructiva: hay infidelidades, seguidas de un intento de reconciliación, que se tuerce de nuevo de forma espectacular.
Sin embargo, no hay nada sólido que sostenga semejante locura. Grace y Jackson se chillan sin parar –así empezó su relación y, en gran medida, así sigue–, pero a menudo no sabemos exactamente a qué viene tanto escándalo, más allá de suponer vagamente que les pesan las responsabilidades de la crianza y el matrimonio. Su relación, a pesar de ser el centro absoluto de Die, My Love, carece de complejidad e, individualmente, los personajes tampoco resultan muy creíbles. Tal vez eso fue lo que me terminó de sacar de la película, el hecho de que unos padres supuestamente cansados, deprimidos y sin suerte sigan pareciendo los hermosísimos embajadores de Dior que son en la vida real.