Chappell Roan arrasa en Primavera con un show apoteósico – jenesaispop.com

¿Cuán grande puedes ser en tu debut? Se me ocurren pocos casos. Chappell Roan se ha hecho popular, en parte, gracias a los festivales. Y, cuanto más festivales ha tocado, más grande se ha hecho. A cinco minutos de empezar el show, a unas puntuales 22.05 de la noche, con toda la pista inundada de gorros de cowboy, botas y vestuario rosa, queda claro que el fandom de Chappell ya es enorme y no hay quien quiera quedarse fuera de la fiesta.

El show de Chappell es coherente con su propuesta, aunque no lo parezca. El montaje, inspirado en un castillo gótico, parece propio de un concierto de hard-rock europeo y no de una estrella del pop estadounidense. Pero Chappell tiene tablas para ser lo que quiera, de voz va sobrada y de actitud también, y el contraste entre sus pegadizas canciones y la escenografía funciona porque Chappell es una performer nata muy próxima a las estrellas del rock que ha crecido escuchando. A nadie puede sorprender que el show de repente incluya una versión de ‘Barracuda’ de Heart, grupo que Chappell no se cansa de reivindicar.

Es verdad que las producciones de ‘The Rise and Fall of a Midwest Princess‘ (2023) no son las más rompedoras que se han oído. También que algunos conceptos (‘Hot to Go’) parecen demasiado juveniles para cierto público. Sin embargo, Roan toca el disco prácticamente íntegro y logra que parezca un «greatest hits»: es ensordecedor el coreo de la pista inicial, ‘Super Graphic Ultra Modern Girl’, que introduce a Chappell en el escenario vestida con capa y un tocado de mariposa. Esta primera canción pone sobre la mesa la estética de fantasía medieval del show, que después incluirá chorros de fuego o piezas de atrezzo tan llamativas como un trono gótico cubierto de hojas. Chappell cantará ahí la balada ‘Coffee’ acompañada de su «mascota», un dragón bebé.

Menos dada a interactuar con su público que Sabrina Carpenter, quizá porque el show lo pide menos, Chappell suple cualquier límite gracias a su enorme presencia escénica. Con el poderío que transmite sobre el escenario nadie puede quitarle los ojos de encima. Chappell se luce especialmente en los números más apasionados, como ‘Naked in Manhattan’, ‘My Kink is Karma’ o la aún inédita ‘The Subway‘, que incluye un final propio de Roxette. Pero también encandila con la desnudez de ‘Kaleidoscope’ o la diversión camp de ‘The Giver’, que en directo no parece un flop en absoluto, sino un clásico. En este número, Chappell lee mensajes de fans dirigidos a ex parejas que les han complicado la vida, y ofrece un segmento cómico que recuerda que Chappell también viene del mundo del drag y que ha podido aprender el arte de entretener gracias a las reinas que allanaron el camino.

Cuando arrancan los acordes de ‘Good Luck Babe!‘, la pista se viene abajo. Es curiosamente una canción difícil de corear debido a su alto tono, y en el público básicamente la gritamos a pleno pulmón, arriesgando la voz con la certeza de que habrá valido la pena. Por suerte, aún quedan cuerdas vocales para vociferar la final ‘My Pink Pony Club’, que avisa de su llegada con el relincho de un caballo. Con el público a mi espalda ya completamente enloquecido, gritan el estribillo como si fuera un reto de ‘El juego del calamar’, a vida o muerte. Terminado el show, durante el lento despeje de Mordor, aún hay quien conserva ganas de seguir cantando ‘My Pink Pony Club’. Es imposible no querer quedarse a vivir en el mundo de fantasía de Chappell Roan.

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Farándula y Moda

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