Ya está aquí, ya llegó… And just like that…, la secuela de Sexo en Nueva York, de la que se ha dicho que es una serie como producida bajo los efectos de un escape de gas, ha vuelto a nuestras pantallas este verano. Me encanta esta serie y la espero todo el año: llamo al timbre de las puertas murmurando para mis adentros «Eh, es Che Díaz» y tengo sueños febriles con sus escenas de sexo lynchianas (un término que a menudo se utiliza mal, ¡pero no es el caso!). Si algún día termina AJLT, no tendré más remedio que quitarme la vida encima de un Pelotón en señal de protesta. Como me dijo un amigo cuando se emitió el programa piloto, esta serie debe continuar hasta que veamos cómo meten a Carrie Bradshaw en la tumba. En el primer episodio de la tercera temporada, Miranda desflora a una monja canadiense interpretada por Rosie O’Donnell. No sabía que el arte pudiera alcanzar cotas tan elevadas, casi tanto como las puertas de la colosal nueva casa de Carrie en Gramercy Park.
Porque Carrie ha dejado atrás su famoso estudio y se ha instalado en una enorme mansión en el número 8 de Gramercy Park West, justo enfrente del parquecito más bonito y exclusivo de Nueva York (en la vida real, ahí hay un edificio de apartamentos y, en un giro vagamente igualitario, uno de los dos únicos edificios de alquiler que conceden a sus residentes llaves del parque). Compró la casa con la esperanza de que Aidan Shaw, su antiguo amor, viviera allí con ella y sus tres terroríficos hijos, pero él la dejó para dedicarse a cuidar de su hijo de 14 años en la granja familiar de Virginia. El actor John Corbett mide 1,80 metros, pero las impresionantes puertas del Gramercy lo hacen parecer pequeñito, al menos cuando consigue llegar hasta allí. Desde luego, esta no ha sido la mejor decisión de Carrie.
Craig Blankenhorn / Cortesía de Max