Un juego que esta tarde cobró vida bajo la dirección creativa de Anderson, en el espacio de una sala inspirada en los interiores recubiertos de terciopelo de la Gemäldegalerie de Berlín, museo que alberga una de las colecciones de pintura más importantes del mundo. Es aquí donde se abre un nuevo capítulo, un gesto declaradamente programático que relata una elegancia tan comedida como valiente al lucir cuellos con lazos sin camisa, al combinar un chaleco con un jersey de cuello alto, al remangarse fugazmente unos pantalones de los que brotan calcetines, o al elegir un par de zapatos fluorescentes cuando el resto del look recuerda la tradición del bien vestir.
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No es solo una cuestión de estilo, aunque las pistas son infinitas y hay que descubrirlas una a una. El arte estalla en las paredes del local elegido para el debut, enriquecido por dos obras modestas pero poderosas de Jean Siméon Chardin (1699-1779), un maestro de lo cotidiano que, en una época dominada por la ostentación y el exceso, optó por la empatía y la sinceridad.
Se trata así una referencia explícita a la estética de lo esencial, pero también a un museo entendido como espacio vivo. Porque la historia no es sólo para contemplarla, sino también para recorrerla, incluso corriendo, a veces, con la respiración entrecortada y el asombro en los ojos. La de un niño desordenado con un bonito vestido, parafraseando la letra de la canción Hi from New York feat. Lolina, que acompañó en un momento dado el desfile de modelos.