Leila Guerriero: “Creo que en mi familia no me leen mucho. Cosa que me pone muy contenta, porque en mi casa quiero ser una persona que habla del precio de las bananas”

El amor de Leila Guerriero (Junín, Buenos Aires, 1967) por la precisión en los datos se hace evidente una y otra vez a lo largo de su discurso, como si al hablar estuviese realizando una labor de autoedición constante. Hasta cuando cuenta una anécdota inocua, se esfuerza por ser lo más rigurosa posible. “Me ocurrió una cosa tras participar en un encuentro en el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, que es un lugar hermosísimo…No, no, en la biblioteca Luis Ángel Arango…Bueno, pongamos una institución pública de Bogotá, porque la verdad es que ahora mismo no recuerdo en cuál fue”, arranca la periodista tras haber sido preguntada por su particular vínculo con las redes sociales: a pesar de que ella no tiene perfiles activos propios en ninguna plataforma, sus columnas de opinión se viralizan y generan conversación de manera recurrente.

“Al final de la charla se acercó un joven y me entregó una carta. Me la llevé al hotel para leerla, y este chico resultó ser la persona que había creado una cuenta homenaje en Twitter [actual X] dedicada a difundir mis escritos. Me dijo que si no me gustaba, la borraba de inmediato. Le contesté para agradecerle su labor y le dije: ‘Estás haciendo un trabajo que tendría que hacer yo, ¡y que no lo haría jamás!’ (Risas) Pero por pudor. Porque yo jamás tendría una red social en la que estuviera diciendo todo el tiempo: ‘Miren lo que hice, miren lo que publiqué’. Me muero de vergüenza”, comenta divertida en el lobby de un hotel de la madrileña plaza de Santa Ana, poniendo un énfasis particular en la palabra ‘m-u-e-r-o’.

Lo que está claro es que, si fuera de las que manifiestan interés por publicitar sus hitos laborales en la esfera digital, el año pasado habría estado de lo más ocupada. Quince días después de haber entregado el manuscrito definitivo de La llamada (Anagrama) –la novela de no ficción que vio la luz el 17 de enero de 2024, en la que retrata la estremecedora historia de la militante peronista y superviviente de la dictadura militar argentina Silvia Labayru–, hizo las maletas y cruzó el Atlántico para asumir un nuevo encargo que nada tenía que ver con el anterior. ¿El motivo? La Residencia Literaria Finestres, ubicada en casa Sanià (Palamós), donde Truman Capote escribió el último tercio de A sangre fría a comienzos de los sesenta, había abierto sus puertas recientemente y la dirección de la Fundació Finestres quería que Guerriero documentase el vínculo del inmueble –y del idílico pueblo al que pertenece– con el famoso escritor estadounidense.

El problema, como la misma periodista expone a comienzos del libro en el que cristalizó su investigación, La dificultad del fantasma. Truman Capote en la Costa Brava (Nuevos cuadernos Anagrama; publicado el pasado 25 de septiembre), es que buena parte de lo que se ha escrito al respecto “no es más que una repetición de versiones cuyo dudoso y resbaladizo origen es, precisamente, dudoso, resbaladizo”. Es decir: el trato del neoyorquino adoptivo con los residentes de Palamós aconteció en un plano más bien superficial, todavía más obstaculizado por la barrera idiomática. Un caldo de cultivo perfecto para la proliferación de ficciones, medias verdades y testimonios de quienes buscan arrimar el ascua a su sardina. O a su gamba, en este caso.

“Mi primera reacción cuando recibí el encargo fue: ‘Soy una ignorante’. Mira que yo había devorado toda la obra de Capote y la amplia biografía de Gerald Clarke sobre su figura. Es un autor que conozco bien, pero siempre le imaginé escribiendo A sangre fría en Manhattan. Luego me di cuenta de por qué había pasado eso: Clarke le dedica solo tres páginas a la estancia en la Costa Brava, cuando abarcó tres años [de 1960 a 1962] de manera intermitente. Fui con mucho temor, porque sabía que muchas personas que lo habían conocido iban a haber fallecido. E incluso esas personas hubieran tenido muy pocos datos que darme, porque ellos no hablaban inglés y Truman no hablaba español. Y, además, ¿qué podés ver de un escritor?¿Que pedía aguacate para el desayuno? El momento en el que ese autor está haciendo lo que más importa es un momento en que en general no lo ve nadie o, si lo ve alguien, ve a un tipo sentado con un cuaderno en la mano”, reflexiona Guerriero, también autora de otros títulos de no ficción como Los suicidas del fin del mundo. Crónica de un pueblo patagónico (Tusquets, 2005) u Opus Gelber: Retrato de un pianista (Anagrama, 2019).

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