La gordofobia va en aumento. Con las inyecciones para adelgazar convirtiéndose en norma, #skinnytok promoviendo la alimentación desordenada (puede que hayan prohibido el hashtag en sí, pero la cultura persiste) y el regreso de la moda Y2K y su estética ultradelgada, puede dar la sensación de que los avances logrados por los movimientos body positivity de la última década se están difuminando. Como mujer gorda que intenta mantener la ecuanimidad que tanto me ha costado conseguir tras toda una vida aprendiendo a odiar mi cuerpo, el clima actual me resulta extremadamente deprimente. Por eso agradezco tanto la llegada de Sin medida, la nueva serie de Lena Dunham para Netflix. Su protagonista es Jessica (Megan Stalter), que tras recuperar recientemente la soltería abandona Nueva York para encontrar el amor verdadero en Londres en la figura del encantor músico Felix (Will Sharpe), todo ello mientras disfruta sin complejos de su cuerpo de talla grande. Ha sido un auténtico soplo de aire fresco.
No es la primera vez que Dunham retrata cuerpos no normativos: cuando su icónica serie Girls se estrenó por primera vez en 2012, cosechó tanto elogios como críticas por mostrarse a sí misma, con un cuerpo ligeramente más grande que la media, practicando sexo. Echando la vista atrás, parece increíble que la reacción fuera tan agresiva, cuando en realidad la diferencia de talla entre Dunham y sus coprotagonistas de Girls era insignificante. Supongo que sirve para ilustrar la tremenda rigidez del estándar de belleza imperante, cuando incluso la más mínima desviación se considera un ultraje. Del mismo modo, el personaje de Jessica que construye Stalter apenas se consideraría gorda en el mundo real, y además es guapa a rabiar, con su pelo de sirena y sus ojos brillantes. En el mundo de la televisión, sin embargo, es una ruptura de las convenciones que a mí personalmente me anima mucho: en 2025, sigue siendo muy raro ver a una mujer gorda protagonizando una historia romántica, así que ver un cuerpo ligeramente parecido al mío disfrutando de su cuerpo tan alegremente en pantalla es extraordinario.
Las escenas de sexo de Girls cambiaron el paradigma. No solo por la inclusión del cuerpo de Dunham, sino también por su franca representación del sexo como algo mundano y poco glamuroso. Este realismo se traslada a Sin medida: los encuentros entre Jessica y Felix son a menudo incómodos: vemos como les cuesta quitarse la ropa o encontrar la postura más cómoda. Sin embargo, lo que faltaba en Girls, pero abunda en Sin medida, es una sensación de cariño y diversión durante el sexo. La pareja se ríe y bromea con frecuencia, incluso en pleno acto. De hecho, el sexo funciona en muchos sentidos casi como una extensión de su conversación; otra forma de conectar, como cuando intercambian recomendaciones de canciones, hablan de su infancia o ven Paddington (la escena de Paddington es oro puro, Sharpe se merece todos los premios). Practican un sexo gloriosamente cotidiano y carente de dramatismo, tal y como suele ser la mayoría de las veces. En el breve momento en que el drama amenaza con entrar en el dormitorio –cuando Jessica expresa una momentánea falta de confianza en su destreza sexual–, Felix lo desactiva rápidamente: «Me encanta tu cuerpo», le dice él, simple y llanamente. «Me encanta todo de tu cuerpo».
Cuando vi esta escena, casi me desmayo del gusto. Es cierto que mi marido me lo dice a menudo, y estoy segura de que no es tan raro. No me sorprende en absoluto que un hombre tan atractivo como Felix profese abiertamente su deseo por una mujer gorda. No obstante, hay algo extremadamente gratificante –quizá incluso reivindicativo– en oír esta frase pronunciada tan clara y despreocupadamente en televisión, como si la verdad que contiene fuera tan eminentemente obvia que apenas necesitara ser dicha. Pero lo cierto es que sí hace falta decirlo, porque sigue siendo muy raro verlo en pantalla, si es que se ve alguna vez.