Sofía Balbuena, autora de ‘Borracha menor’: “La resaca funciona como un mecanismo de humildad. Vuelves a la vida pidiendo perdón”

'Borracha menor' es la nueva novela de Sofía Balbuena

Cortesía de Caballo de Troya

¿Te ha causado pudor contar algo tan sumamente personal?

Quizá sí, pero me repuse. No me da pudor por la gente que no me importa, pero mi papá y mi mamá, sí. Cuando hay una audiencia más amplia se pierde, no hay especificidad, pero con la familia la relación sí es distinta y eso sí me da pudor. Hay algo que para mí es político, en el buen sentido, porque si esto es un tabú, el hablar del consumo de alcohol por parte de las mujeres, con más razón hay que perderle el miedo porque tampoco es tan importante. Una parte muy grande de la sociedad en la que se toma alcohol presenta un consumo por lo menos sostenido en el tiempo. La idea del alcohólico perdido en el fondo de la botella que no funciona es más bien la excepción a la regla. Los alcoholismos son múltiples, son funcionales en la mayoría de los casos y en otros el alcohol posibilita el funcionamiento. Hay un pudor inicial que hay que quebrar, salir del closet.

Sorprende que en ‘Borracha menor’ en ningún caso se cae en los juicios de valor.

En la literatura gringa hay mucho dedito señalador, un ejercicio moral, y es algo que me molesta muchísimo. Yo tenía ganas de mirarlo y analizar mi relación con el alcohol. Tenía ganas de revisar y lo necesitaba. Me hacía falta escribir este libro. De ahí a que eso se transforme en una herramienta para decirle a la gente lo que tiene que hacer, es un horror. Me cuidé de no hacer un juicio de valor, tratar de no ser dura o injusta conmigo misma. Sarah Hepola escribió un libro que se llama Lagunas, que está muy bien, pero cuando está sobria no puede dejar de pedir disculpas la mujer por lo que había hecho en los momentos de ebriedad. Yo no voy a disculparme. No tengo nada por lo que pedir perdón y no me interesa vivir arrodillada y arrepentida. Yo estoy orgullosa de ser quien soy y de lo que hice con mi alcoholismo encima.

Una gran parte de las relaciones de las que hablas en el libro se basan en el alcohol. De las de amistad a los noviazgos.

En muchos casos las relaciones se estructuran alrededor de un hábito de consumo. Cuando uno retira ese consumo, esas relaciones cambian y algunas desaparecen, pero no importa porque también son formativas en ese marco. Yo no quiero menos a mis amigos porque sean más alcohólicos y yo trate de serlo menos. No hay que juzgar, cada cual hace lo que mejor puede.

El consumo de alcohol se descontrola a tu llegada a Madrid y Barcelona.

Cataluña y Madrid tienen una relación muy distinta con el alcohol. Acá lo que yo veo y lo que me terminó llevando a un alcoholismo más pronunciado fue justamente que es muy social, muy de juntarse con el grupo. Una cosa coral y fogonera de estar todos juntos. Hay un goce que no se vive en todos lados. Yo viví en Estados Unidos y la gente también se emborracha allí, pero no es divertido de ver. La gente busca desmayarse y darse en la nuca. Aquí hay un componente festivo, de celebración. Hay alcoholismos mucho mejores que otros. El madrileño es uno que yo no quisiera perder del todo porque me da felicidad y alegría. En Barcelona no me pasó, aunque me ponía borracha con latinos como yo que conocía de toda la vida y a los que nos gustaba chupar. ¿Madrid es una sociedad alcohólica? Sí, pero una que disfruta de ese hábito, no lo padece y se esconde. No es una herramienta para desarmarse, sino una cosa que tiene que ver con el deseo, el goce y el disfrute.

Todo el mundo conoce los efectos que tiene el beber demasiado, pero tú has evitado mencionarlo en el libro. ¿Por qué?

No me parece que sea yo la que lo tiene que decir. No creo que tenga que explicar qué se tiene que hacer. Me parece lo más peligroso el sentirse en la posición de decir: ‘yo la tengo más clara que vos’. Acá estamos todos tuertos, todos ciegos y hacemos lo que podemos. Hago lo que puedo con lo que tengo, pero que de ahí se pueda trasladar a algo que decirle al resto como experiencia literaria quizá sí, pero creo que eso es un viaje que le corresponde al lector o la lectora. No es algo que vaya a poner por escrito porque me parece equivocado, un error político. Además, en términos literarios sería un libro peor. Está bueno que te genere preguntas, pero no que te dé todas las respuestas.

En la literatura, desde muchos siglos atrás, se ha ensalzado la figura del escritor borracho y genio, pero muy poquitas veces se ha hablado en términos positivos de las autoras que beben.

Leí un libro extraordinario de Leslie Jamison que se llama La huella de los días en el que, aparte del tabú de la mujer borracha, ya sabes ¡qué vergüenza!, está la cuestión de que hay un pecado anterior que es fallar en lo que se considera la función principal de una mujer: el cuidado de una familia. Aparte de verla como una reventada que da asco, ese juicio está asociado a algo que es un mandato con el que esta mujer rompe. Por eso viene este castigo y por eso este es un tabú tan importante. Por eso el tipo es un genio y Jean Rhys una reventada que dejó que su hijo se muriera. Una noche de mucho frío en París sacó a su hijo a la ventana y el chico enfermó y falleció. Ella estaba borracha. El marido, al hospital, cuando ella estaba loca de los nervios, le llevó dos botellas de champán para calmarla. Un cuadro de situación, pero claro, la responsabilidad recayó sobre ella. El marido, que también es el padre de la criatura, no es considerado responsable de lo que pasó. Ella sí, porque es la mujer. Hemingway, Carver y todos estos alcohólicos tuvieron mujeres que los cuidaron toda la vida y por eso pudieron escribir. La figura del alcohólico genio aplica si sos un tipo. Obviando el hecho de que los cuidados están proporcionados y sostenidos por cuerpos de mujeres. Eso les permitió la genialidad o la destreza en la literatura que no hubiesen tenido de otra manera. Qué se yo. Por eso hay menos libros sobre este tema escrito por mujeres porque es un tabú muy grande. Las cosas han cambiado bastante, pero no del todo, y las mujeres siguen siendo las responsables del cuidado y mantenimiento de una familia. En muchos casos lo que una mujer podría haber hecho no lo hace porque tiene que atender una casa.

Bob Pop publicaba hace unas semanas ‘Como las grecas’, un libro en el que intenta explicar por qué bebemos como bebemos. Resulta curioso la coincidencia en el tiempo de estas dos obras. ¿Hemos perdido el miedo a hablar de adicciones?

Hay toda una literatura de la adicción que tuvo picos en los 60 y 70. Lo que está aflorando, lo que se piensa más detenidamente, es la relación con el alcohol. Eso sí es más de esta época. No sé si es porque ahora estamos con el tema de la dieta, comer orgánico y vigilar lo que metemos en el cuerpo. Quizá venga de ahí. En mi caso yo me di cuenta de que me había hecho más grande y llevaba muchos años de un consumo sostenido muy alto. Llevas 25 años y bebes tres o cuatro días a la semana. Me pasó por acumulación. Hay algo en la madurez que te empuja a revisar ciertas cosas. Creo que van a empezar a surgir muchos más libros que traten el tema del consumo problemático de alcohol porque ciertas escritoras y escritores al llegar a la madurez se están dando cuenta de los años que llevan con estructuras de ese tipo. Funciono de lunes a jueves y el mismo jueves me la doy y no importa nada. La resaca funciona como un mecanismo de humildad. Vuelves a la vida pidiendo perdón. Necesitas una energía renovada para convencerte de que tu trabajo está bien. Puede que se estén desautomatizando ciertos consumos y que empecemos a pensarlos por motivos múltiples. La edad es un factor. Ya no es un chiste que hice a los quince y quedó ahí hace veinticinco años.

Antes mencionabas el salir del armario del consumo de alcohol. En ‘Borracha menor’ también se admite un consumo de drogas, de nuevo sin ahondar, simplemente mencionándolo.

Abrir esa puerta iba a resultar en un libro que era otra cosa. Lo importante es mencionarlo porque en muchos casos hay sustancias que la gente consume para sostener el hábito de beber durante más tiempo en la borrachera. Yo tenía muy claro que el problema era con el alcohol y que todo lo demás funcionaba para seguir de joda y seguir bebiendo. Creo que podría escribir un ensayo sobre consumo problemático de cocaína o la droga que sea, pero sería otra cosa. El morbo del lector iría hacia las drogas y yo quería que el alcohol tuviera su lugar protagónico. En mi vida es el protagonista.

¿Cómo se cruza tu camino con el de Sabina Urraca?

Leí Las niñas prodigio una Navidad. Estaba sola, vivía aquí en Madrid, no conocía a nadie y acababa de llegar. Era pandemia todavía. Por fin encontraba a una escritora española que no estaba encorsetada, que es libre y está haciendo y escribiendo lo que quiere como si no tuviera encima una tradición. No que no la tenga, sino que se la saca de encima. Yo trabajaba en una librería, quería hacer algo con ella, se lo propuse. Cuando ella estaba en Iowa apliqué yo también. Lo tenía pensado y había aplicado a otros programas. Le conté y ella decidió no terminar el programa por lo que el segundo año, que me hubiese tocado con ella, no estaba. Nos cruzamos en el aire, me dejó la ropa de invierno, me contó chismes. Yo ya había escrito Doce pasos hacia mí [el escrito del que nació Borracha menor], se lo mandé, le gustó y la verdad es que yo la amo. Somos capricornio y yo creo que también soy una niña prodigio. La admiro mucho y me parece la mejor escritora contemporánea. Más allá del trabajo como editora, a mí me parece una escritora extraordinaria.

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