El nombre de la exposición que la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) organiza en el Palacio de Longoria, nombre del icónico edificio modernista que el organismo ocupa en el centro de Madrid, es ya una advertencia para los escépticos del profundo calado de los nuevos ritmos que se han impuesto en nuestro mapa sonoro reciente. Música urbana, pop y alta cultura, que podrá visitarse del 6 de junio al 14 de julio, busca reivindicar y dar contexto a una escena artística tan imparable y natural para unos, como poco comprendida para otros.
La periodista especializada Aïda Camprubí (Barcelona, 1989), que comisaria la muestra junto con Maribel Sausor (Madrid, 1976), gestora cultural de la institución, explica así el concepto en el centro del debate: “La alta cultura es una construcción social de unas élites que deciden lo que es y lo que no. Y en ese discurso se pierde lo realmente interesante: el factor antropológico, el hecho de poder estudiar nuestra historia a través de las distintas ramificaciones del arte”. Algo que también ratifica Sautor. “Se trata de que consideremos a estos artistas urbanos como creadores. Los grandes autores no son solo los sinfónicos”.
Rosalía, en la piscina de Montjuic, Barcelona (2018).Alba Rupérez
La Mala Rodríguez, en la Fundació Joan Miró, Barcelona (2021).Alba Rupérez
La exhibición viene así a desmontar algunos de los elementos que, tradicionalmente, han lastrado la legitimidad del género urbano: la no siempre arquetípica capacidad musical de sus protagonistas y el uso de procesadores de sonido. “En este ámbito se usan unas herramientas que se han democratizado mucho, como son la producción digital y el autotune, que no deja de ser un software al que se aplica voz, igual que se emplean pedales para las guitarras”, argumenta Camprubí, que a continuación añade: “Una de las críticas más repetidas es que no tienen formación, pero por ejemplo, Rosalía ha estudiado música desde los 13 años y Bad Gyal ha ido a Jamaica para perfeccionar sus habilidades con bailarines de dancehall ”.
Sin embargo, aunque pareciera inevitable que este género llegara a permear a toda una nueva generación sedienta de que le interpelen con sus propios códigos lingüísticos y estéticos, el camino recorrido para llegar hasta aquí no ha sido fácil. “Desde sus inicios, la música urbana ha partido de unas poblaciones que han sido consideradas minorizadas o parte de la alteridad, porque vienen de la diáspora, de países latinos, del extrarradio de las ciudades, etc… Y de golpe esos artistas, estigmatizados por sus orígenes, ahora colaboran con otros autores y producen creaciones que tienen conexiones con el cine, la moda y la literatura. Y eso es muy interesante”, concede Camprubí.