‘Síndrome de la persona esponja’, o cuando la empatía pasa factura
La empatía es una cualidad ciertamente infravalorada. Somos seres sociales, y el preocuparnos por el otro e intentar apoyarle y consolarle de manera desinteresada forma parte de nuestra naturaleza. Una naturaleza que, a veces, pasa factura. Y es que absorber el dolor, los miedos y la tristeza ajenos e interiorizarlos como propios puede (y de hecho, lo hace) afectar tanto a nuestro bienestar emocional como si fuésemos nosotros mismos los protagonistas del drama en cuestión. Un cierto sentimiento maternalista que nos ‘obliga’ a priorizar las emociones ajenas, a cuidar y, en cierto modo, proteger al otro, mientras nuestro bienestar emocional queda relegado a un segundo lugar o, peor, no se tiene en cuenta. Hablamos con los expertos en la materia sobre una condición que puede afectar entorno al 15 y el 20% de la población.
¿Qué es el ‘síndrome de la esponja’?
Hay que aclarar que el concepto de ‘síndrome de la esponja’ no está reconocido en la literatura científica ni en psicología. Es un término que se usa para referirse a aquellas personas que se ven especialmente afectadas por las emociones y los estados de ánimo ajenos y los ‘absorben’ como si de una esponja se tratase; un término que puede estar relacionado con el concepto de ‘alta sensibilidad’ o hiperempatía. «La alta sensibilidad es un constructo que ideó la psicóloga Elaine Aron y que popularizó en uno de sus libros, según el cual algunas personas (en torno al 15-20% de la población general, según ella) procesan la información sensorial y emocional de una manera más intensa, son más susceptibles al estrés, tienen una mayor reactividad a los estímulos o muestran niveles más altos de empatía, entre otras cosas. A partir de la propuesta de Aron, se ha creado una etiqueta denominada «PAS» (persona altamente sensible) y alguna escala para supuestamente medir este constructo, pero tiene muchos problemas de validez», cuenta al respecto Unai Aso, psicólogo portavoz de la clínica de psicología online Buencoco, y añade: “Respecto a la hipersensibilidad como tal, hay estudios que sugieren que sí hay personas que pueden tener una mayor reactividad fisiológica o sensibilidad a ciertos estímulos o contextos, probablemente debido a una predisposición genética, pero no hay ninguna evidencia concluyente al respecto. Algunos eventos vitales o sucesos desagradables o traumáticos también podrían contribuir a que una persona reaccione de una manera más intensa ante determinados estímulos”.
¿Soy una ‘persona esponja’?
Y, ¿cómo podemos saber si somos una ‘persona esponja’? “Algunos signos serían, por ejemplo, experimentar emociones intensas en respuesta a los sentimientos de los demás, sentirse abrumado por entornos ruidosos o caóticos, tener una capacidad especialmente aguda para sentir o comprender lo que sienten las otras personas… Teniendo esto en cuenta, a priori esta etiqueta englobaría características como una alta sensibilidad o reactividad hacia determinados estímulos o contextos, una fuerte conciencia de los detalles sutiles, mayor capacidad empática, mayor vulnerabilidad ante el estrés y una mayor capacidad para la reflexión y el análisis”, argumenta Aso.
¿Es ser una ‘persona esponja’ algo malo?
Aunque Aso matiza que ser una ‘persona esponja’ de por sí no es nada malo, advierte de los posibles efectos de mantener en el tiempo esta presión por el bienestar ajeno. “Reaccionar de una forma especialmente intensa ante determinados estímulos, en este caso a las emociones o los estados de ánimo ajenos, no tiene por qué suponer un problema. En todo caso, si lo es porque genera malestar o porque impide que la persona desarrolle su vida con normalidad, lo recomendable es acudir a un especialista”, aconseja. Entonces… ¿Es ser empático una cualidad con doble filo? “Puede llegar a serlo, en el sentido de que, además de aspectos positivos —como la mejora de la comprensión o la predicción de lo que la otra persona piensa o siente, el fomentar comportamientos altruistas y de ayuda, etcétera—, también puede acarrear otros no tan positivos; por ejemplo, una exposición constante a las emociones de los demás puede llevar a cierto agotamiento o estrés, y a lo que se conoce como ‘desgaste por compasión’, algo que suele ocurrir especialmente en ámbitos profesionales relacionados con la salud y la asistencia social”, alega.
¿Qué hacer si somos una ‘persona esponja’?
María Gómez-Escalonilla, psicóloga sanitaria colaboradora del centro Madrid Psicólogos, recomienda lo siguiente:
1#. Practicar la amabilidad hacia uno mismo. Esto nos ayudará a sobreponernos ante situaciones de estrés y a no sentirnos sobre-estimulados, lo que se traducirá en una mayor facilidad de autorregulación que si frecuentamos pensamientos autocríticos hacia nosotros mismo o hacia el contexto.
2#. Conectar contigo. La meditación puede ser un recurso muy positivo para reducir la presión sanguínea, aliviar y gestionar el estrés y la ansiedad, y aumentar la conciencia personal e inteligencia emocional.