La última vez que vi a Belén Aguilera en directo, casi todo salió mal. Fue en unas fiestas populares de Madrid, yo iba súper emocionado porque estaba entusiasmado como un adolescente con sus temas sobre salud mental. Me estaba aprendiendo de memoria canciones como ‘ANTAGONISTA’ o ‘INTELIGENCIA EMOCIONAL’. Lo de ‘METANOIA‘, que se estaba anticipando por aquella época, iba a ser otro level. Pero el sonido falló un par de veces, el concierto se tuvo que detener y la visibilidad y acústica reducidas propias de este tipo de conciertos gratuitos, al final, nos hizo abandonar.
Dos años después, Belén Aguilera no es que se haya resarcido probablemente con decenas de conciertos que salieron bien, que supongo que también, es que es directamente otra artista. Está presentando un proyecto muy diferente a ‘SUPERPOP‘, más ambicioso y esquinado. ‘Anela’ se publica este viernes, ahora bajo el paraguas de Sony, y este martes se realizó una fiesta de presentación a lo grande, en la Real Fábrica de Tapices de Madrid.
El show es sentado, para un público formado por algo de prensa, muchos invitados, fans selectos e influencers tipo La Pija y La Quinqui, a quienes debemos –no hay que olvidarlo– que haya un gobierno en España que respete un mínimo los Derechos Humanos. Los seguidores de Belén Aguilera son en gran medida queer, hay incluso alguna Drag Race como Hugáceo Crujiente, y el ambiente es distendido y propicio para que la artista termine llorando como una magdalena.
Sin hits ni referencias al pasado, casi sin dirigirse al público hasta los últimos instantes, el set se ciñe al completo a las canciones de ‘Anela’. Este proyecto se ha presentado como el más «lírico y místico» de Belén Aguilera, en general viene bien cargado de esdrújulas, muy visibles en títulos como ‘Ático’ y ‘Dramático’, y el escenario se ha diseñado ad hoc para estos efectos. Aguilera y un cuarteto de cuerda, formado por cuatro mujeres, visten todas de blanco estricto, y a falta de un piano, alguien ha ideado una estructura igual de blanca con forma de piano para acoger el teclado de la artista.
El «live» en sí no es aún el fuerte del show de Belén Aguilera, a la espera de lo que haga el mes que viene en el Movistar Arena. En este show escuchamos cuerdas que no están siendo tocadas en vivo, y viceversa. Hay mucho pregrabado. Sin embargo, los visuales acompañan, espectaculares y tenebrosos, muy sombríos, proyectados en una pantalla gigante no al alcance de cualquier recinto, y sobre todo la artista cumple en cuanto a lo vocal, con una muy meticulosa y trabajada combinación de voces en directo y coros pregrabados, desnudando unas composiciones que hablan sobre miedos interiores, sobre nuestro lado oscuro, sobre llorar y soltar, sobre encontrar la felicidad.
Así está dispuesto en un programa de mano que se reparte a la entrada y refuerza el valor teatral de este espectáculo. Hay ecos de José María Cano en el clasicismo de las composiciones, también del atrevimiento de una Mónica Naranjo, y algo de la electrónica de Björk en ‘Homogenic’ o Madonna en ‘Ray of Light’. ‘Laberinto’ sobrevivirá como hit medio bailable en su setlist del futuro, pero el fondo sigue siendo eminentemente espiritual, muy de mirar hacia dentro. Al final de ‘Soledad’, Belén Aguilera se derrumba por primera vez. Después lo volverá hacer al final, agradeciendo la presencia de su madre, el apoyo de Sony y de todos quienes la están acompañando en el camino. Una artista apasionada con lo que hace que da con ‘Anela’ un paso importante en cuanto a crédito artístico. Aunque tampoco es que necesitara ninguno más.