Pedro, invítele a La Moncloa | Opinión

El Gobierno lo llama regeneración. Título mejorable, pues aquí mucho regeneracionista acabó a caballo. Pero se entiende la intención: revitaminar nuestra democracia, rectificar abusos, fortificar la institucionalidad, volver al respeto como actitud y a la negociación como método.

O sea, acabar con el griterío, el insulto, la amenaza, la destrucción del rival. Clama la oposición a veces que también está por la labor. Pues vamos. Los ciudadanos, muy hartos, no digieren mucha más tensión.

Para rectificar, la palanca no es el qué (la esencia), sino el cómo (el método), pues se agolpan demasiadas heridas y sentimientos de ofensa como para que los cure cualquier discurso. Conviene partir de una ficción, o deseo, o imperativo moral: que puede partirse de cero.

O al menos, que todos simulen que hacen tabla rasa: lo merece la tensionada gente de a pie; la economía, exitosa, pero necesitada de pactos de futuro ante incertidumbres crecientes; el sistema institucional, que chirría de tantos furores.

Así que antes de legislar, pacten. Y solo luego, juridifiquen lo esbozado y ensayado. Basta con pocas sintonías. La primera es abandonar el insulto, desde luego en el Parlamento: afea a las Cámaras y emponzoña el ambiente: comprométanse a eludir la invectiva, so pena de autosanción, y luego, llévenlo a reglamento. La segunda es no desquitarse en los juzgados de las derrotas en las votaciones: comprométanse todos a renunciar al ejercicio de la “acción popular”, a preservar su sentido constitucional (recurso del directamente ofendido) y después reformen la ley para que nadie más, ni hombres de paja, ni mafiosos, ni delincuentes, engañen a algunos pobres jueces débiles.

La tercera, transparencia a toneladas sobre la prensa y sus sucedáneos: publíquense las cifras de la publicidad, patrocinio o apoyos de todas las administraciones. Y la cuarta, modificar el tercer poder una vez colmen el vergonzoso vacío de cinco años. Sorteen el corporativismo reinante: elíjanse los jueces y sus cargos según imparcialidad clínica, quizá combinando azar y mérito. ¿Buenismo? Quien empiece practicándolo por sí mismo seducirá. Pedro, invítele a La Moncloa y pongan hilo en la aguja, con la calma. Aunque a los dos les reviente. Como si pusieran el contador a cero y empezase la legislatura. Solo se alcanza el armisticio entre los enfrentados.

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