Fue en los años 70 cuando Sarah Moon revolucionó la fotografía de moda con una visión onírica y con la que es imposible no pensar en la Inglaterra de una época vibrante. Hija de judíos, tuvo que exiliarse desde Francia a Reino Unido junto a su familia cuando era solo una niña y de ser Marielle Warin, el nombre que usó mientras fue modelo –posó para Guy Bourdin e Irving Penn–, adoptó el de Sarah Moon como apelativo artístico en el momento en el que su carrera viró hacía la fotografía. “Fui totalmente autodidacta en mis inicios y los obstáculos que encontré en el camino eran vallas que me obligaba a saltar. Cuando lo hacía siempre conseguía aprender algo, por lo que merecía la pena sufrirlos”, explica Moon sobre ser una fotógrafa en el mundo de hace medio siglo. “Al final siempre se aprende más de los errores. ‘Equivócate, vuelve a equivocarte y equivócate mejor’, dijo Beckett”, añade. Sin nostalgia, la artista mira de frente a aquellos arranques. “Tengo que decir que eran otros tiempos. Ser modelo me ayudó y también lo hicieron amigos que se dedicaban a la fotografía. Y después conocí a Mike Yavel, que fue mi asistente durante quince años”. ¿Lo que le ha servido de inspiración? “Lo que sea que fotografíe. Ya sea una mujer, un niño, un hombre, un paisaje, un árbol o un animal. Después llega el intento de conseguir mezclar las sensaciones que consigo de lo que veo y los sentimientos que me provoca”.
