Volver a estar soltero después de muchos años en pareja es como intentar aprender un nuevo idioma. De pronto, tienes que estar al día con palabras que solo habías oído de refilón como Hinge y Bumble, aprender y entender quién eres realmente, tratar de ser siempre chisposo y, de manera inevitable, creer que no te volverás a enamorar otra vez jamás. Lo haces, claro. Porque uno aprende a hablar cualquier idioma si le dedica el tiempo suficiente. También el del amor, tal y como nos demuestra Cesc Gay en ‘Mi amiga Eva’, una nueva propuesta que es como si Woody Allen hubiera nacido en Terrassa.
Son las cosas de la vida, son las cosas del querer
Durante el metraje de ‘Mi amiga Eva’, Gay se niega a quedarse en el melodrama o tildar de tragedia algo tan simple como la soltería a los 50 años. Su protagonista, que tras vivir un encuentro inesperado ha ansiado su libertad emocional cual Ícaro, pero sin quemarse las alas por el camino, entra en un camino que el cine no suele transitar (equivocadamente). La película mantiene constantemente un tono de humor liviano muy agradecido, más centrada en las vueltas que da la vida que en mostrar las desavenencias de Eva con su nuevo estado vital, y dejando un mensaje claro: los cambios no tienen por qué ser a peor. Aunque a veces, de manera inevitable, lo parezca.
La mayor baza con la que cuenta el director es la naturalidad del relato, que transcurre, en lugar de como un poderoso mar, como un río tranquilo que lleva la trama, engrandeciendo en cada escena la incomprensión (y, al mismo tiempo, fortaleciendo la personalidad) de Eva. Ella ha tomado la decisión y no quiere volver atrás, pero al mismo tiempo no para de preguntarse si ha sido todo un simple calentón. Si, en el fondo, ha metido la pata hasta el fondo. Estos debates rara vez se explicitan, pero están ahí, en cada escapada al cine, cada quedada con amigas, cada nuevo novio soso, cada tropiezo cuando intenta dar un paso adelante.
Para salirse con la suya, el director cuenta con una fabulosa Nora Navas (ganadora del Goya a la que recientemente disfrutamos en ‘Yo, adicto’), que hace suyo el personaje. No podría tener otra cara, otra sonrisa y otra actitud vital que la suya: la actriz es capaz de crear una simbiosis perfecta con Eva y elevar su ya sólido guion hasta un punto inesperado. Navas es la película y es capaz de crear una personalidad compleja, tridimensional y repleta de afectividad para un personaje que, con otro tratamiento menos amable y empático, podría resultar chirriante y llevar, incluso, al límite de la desesperación al espectador.
Los labios más urgentes no tienen prisa dos besos después
Nunca hemos visto un Cesc Gay más Woody Allen: en la madurez de su carrera, el director pone su foco en el tejido social, la necesidad de nuestros amigos para seguir adelante, las sorpresas que nos puede dar la vida a cualquier edad. Si eres de los que cree que todo se acaba a los 35 años, deberías ver ‘Mi amiga Eva’, porque sí, su protagonista es menopáusica, tiene dos hijos con la edad suficiente como para tener sus propios problemas y se ha divorciado por un impulso, pero eso no significa que esté condenada a una vida de tristeza y añoranza. Al contrario: es un punto y aparte, una nueva oportunidad para ser feliz, de encontrarse a sí misma y salir de una cárcel de oro que se había auto-impuesto.
Para ello, Eva entra en una cómica maraña de errores, desacuerdos, plantones, sexo casual y citas a la desesperada con las que está a punto de conformarse. Pero para ella, el «No estamos tan mal» no es siquiera una opción sabiendo que su final feliz de cuento de hadas puede estar al doblar la esquina. Hasta llegar ahí hay un duro camino de autoconocimiento y citas desastrosas tan agradable como hilarante, en una película cuyo mayor pecado, en su constante complacencia, es no tener ninguna intención de dejar poso en el espectador.
Quizá por su mera vocación de estudio de personaje, por su amabilidad constante o por su falta de giros sorprendentes, ‘Mi amiga Eva’ acaba siendo tan liviana como un soplo de viento mientras subes al monte en verano: muy agradecido, muy refrescante, pero nada que vayas a recordar siquiera unas horas después. Es, en sus mejores momentos, un Woody Allen que desayuna pa amb tomàquet (insistiendo en que no se llama «pantumaca») parándose en un paseo por la Diagonal mientras escucha Els Pets en los auriculares. En los peores, una comedia romántica bienintencionada que no es capaz de explotar todo su potencial, tan agradable como, tristemente, difícil de hacerse querer.
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