
¿Cómo consideras que se transforma con la edad la percepción personal que tenemos de la idea de amistad? “En mi caso, después de la adolescencia, en la que viví estas relaciones con pasión y drama (recuerdo frases como ‘no sé quién ya no es mi amiga’ dichas con sufrimiento), hay una época larga en la estuve enajenada por lo romántico, lo que me hacía cultivar menos las amistades y tener muchas y más superficiales. Gracias al feminismo y también a las canas, ahora siento un anhelo y un cambio profundo que atravieso desde hace tiempo en la manera de relacionarme. Las relaciones exigen tiempo y tengo poco. Ya no busco estar conectada a todo el mundo, sino pasar más tiempo con las pocas amigas que son familia, cultivar más unos poquitos vínculos”, reflexiona en el plano íntimo.
Precisamente, esa forma de duelo tan particular que mencionaba Salama es la que ha inspirado a Raquel Congosto (Madrid, 1978) en su debut literario, Amiga mía, una novela breve publicada en mayo por Blackie Books. La autora se inspira en una vivencia propia para contar la historia de dos mujeres que dejan de ser amigas, con la consecuente herida –aún supurante, años después– que este hecho deja en la narradora. “Creo que, sobre el resquebrajamiento, sí tenemos varios ejemplos literarios que no edulcoran los abusos de poder, las envidias e inseguridades que, a veces, se gestan entre amigas. Pero, sobre el dolor que se pasa, no he encontrado apenas nada. Tampoco la gente sabe cómo comportarse cuando te ocurre algo así. Los comentarios suelen ser: ‘¿Qué sabes de tal? ¿Pero no habéis vuelto a hablar? ¿Pero ni por Instagram? Vosotras, que erais como hermanas. Deberíais hablarlo’”, comenta la escritora, que en su novela, trabaja “sobre una relación que comienza siendo simbiótica y termina transformándose en parasitaria por ambos lados”.
“Me interesaba también hablar de las condiciones materiales que atraviesa la relación. Pensar en la precariedad me ha llevado a cuestionarme si realmente existen eso que llaman ‘relaciones tóxicas’ o si lo realmente tóxico es el mundo en el que vivimos, que nos lleva a relacionarnos de formas poco saludables. Hacemos lo que podemos”, ahonda Congosto, que tiene una forma poética de referirse al fenómeno de la ruptura. “La amistad escapa a la forma, se cuela entre los dedos, es de una naturaleza más bien líquida. Es como el océano. El reparto de afectos corre por el agua y cabemos muchas; podemos irnos de fiesta y también salvar a la que se ahoga, pero quizá esa falta de construcción de códigos claros, que sí ponemos en otras relaciones: familiares, jefe-subordinado, o relaciones de pareja, sean la causa de que en la amistad nos falte el lenguaje para hablar de la pérdida. Yo he intentado darle un sentido a la desorientación buscando ese lenguaje. Quizá encontrando las palabras se puede atisbar alguna arista, una pequeña volumetría, se puede llegar a expresar la curva concreta de esa emoción que no entiendes y te persigue”, reflexiona.
Al relatar en su libro las dinámicas de dos treintañeras que comparten piso, Congosto no puede evitar hacer una valoración que va más allá de lo emocional. “Casi todo el mundo termina viviendo con una pareja o sola. Como si esos dos fueran los únicos destinos aceptados para vivir a una edad madura y no asumirlos podría entenderse como un fracaso. Apenas hay ejemplos de personas que decidan vivir con amigos como acto político. Reivindicando la amistad como la primera y más importante de las relaciones posibles”, sentencia, y se despide citando algunos de los recursos que han nutrido su prosa: “Lo que me impulsó a escribir esta historia fue la película Almas en pena de Inisherin (Martin McDonagh, 2022), y el podcast Ciberlocuturio, en el que precisamente trataron sobre las rupturas de la amistad e invitaron a Sara Torres. Por último, ojalá hubiera podido leer antes La pasión de los extraños de Marina Garcés, que es una maravilla como todo lo que ella escribe”, concluye.
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