El niño prodigio de los satélites españoles se hace mayor con la vista puesta en defensa | Fortuna

“Soy un friki del espacio”. A Julián Fernández (La Línea de la Concepción, Cádiz, 22 años) no le molesta usar un término que en ocasiones se emplea de forma despectiva. Aunque sí que reconoce que le producen cierta vergüenza algunos de los vídeos que, siendo un adolescente, colgaba en internet hablando sobre el tema. Escuchándolo hablar ahora, no ha perdido ni un ápice de esa pasión que le llevó a lanzar su primer satélite a los 16 años. “Lo hice porque tenía un interés enorme por cambiar el mundo y democratizar el acceso al espacio”, cuenta en las oficinas de Fossa, la empresa que fundó para hacer realidad sus sueños de adolescencia, situadas en plena Gran Vía de Madrid.

Lejos queda ya el dormitorio de su casa familiar, que tenía decorado como un simulador de un avión, donde fabricó un picosatélite, denominado así por su pequeño tamaño y que cabe en la palma de la mano. Sin familiares que se dediquen al sector aeroespacial, asegura que su interés le viene “por la democratización del conocimiento que es internet, donde cualquiera puede encontrar trabajos de fin de máster o tesis doctorales”, dos de sus lecturas favoritas.

Admite que haber estudiado en un colegio internacional, en su caso en Sotogrande, y seguir en el bachillerato un sistema educativo inspirado en el modelo anglosajón le han ayudado. “Eso y los idiomas [habla inglés y francés] me han llevado a pensar como lo hago hoy”, cuenta, para inmediatamente resaltar que hay “muchos casos de éxito de emprendedores españoles” que no han seguido ese tipo de educación. En la actualidad está matriculado en la Universidad Rey Juan Carlos para estudiar Ingeniería de Telecomunicaciones, aunque reconoce, bajando un poco la voz, que ahora está asistiendo menos a clase. “No creo que tener una licenciatura te aporte algo más, pero sí que creo que siempre tienes que seguir aprendiendo. Uno nunca tiene un límite de lo que sabe”.

Para su primer lanzamiento, el del picosatélite que construyó él mismo, puso en marcha una campaña de micromecenazgo, por la que, a partir de cinco euros, los donantes podían ver su nombre inscrito en el artefacto. En esos vídeos, que ahora mira con rubor, explicaba a las personas que quisieran darle dinero que su objetivo era conectar dispositivos en todo el planeta, a muy grandes rasgos, lo que hace Fossa en la actualidad. “Con esa campaña me contactó Everis, ahora NTT Data, y pusieron 30.000 euros para el proyecto”.

Es en ese momento cuando se cruzó en la vida de Fernández quien iba a ser su compañero de aventuras empresariales, Vicente González (Madrid, 31 años), cofundador y director de operaciones de Fossa. “Yo trabajaba en la división de espacio de Everis y un responsable me dijo que iban a promocionar el lanzamiento de un picosatélite que había hecho un chaval de 15 años”. Empezaron a colaborar para diseñar la misión, por lo que durante un año se veían esporádicamente. “En 2020 me llamó, me dijo que había clientes interesados en la tecnología, por lo que iba a montar una empresa y quería contar conmigo. Tardé pocos segundos en decirle que sí”, narra Fernández.

Cinco años después, la compañía tiene 50 empleados, muchos de ellos fichados en los últimos doce meses. Entre ellos, un director de ventas y un director financiero, de más de 50 años ambos, lo que ha elevado la edad media de la plantilla, que ronda los 30 años. “Empezamos como empresa de I+D y ahora hemos empezado la fase de comercialización”, explica Fernández, quien apunta que en 2024 cerraron con una facturación de un millón de euros, frente a los 200.000 euros de 2023. Además, están trabajando en una ronda de financiación, tras la que tuvieron el año pasado, en la que levantaron 6,3 millones.

“Lo que nos diferencia de otras empresas de satélites es que no dependemos de terceros. Fabricamos los satélites aquí, con nuestra tecnología, y también los dispositivos de seguimiento. En el contexto geopolítico en el que vivimos, es un factor muy potente no depender de nadie”, sostiene Fernández.

Esboza una media sonrisa cuando se le pide que explique en pocas palabras, y para el común de los mortales, que hacen exactamente los cuatro satélites que tienen ahora mismo en órbita. “Cuando la gente piensa en satélites se le viene a la cabeza algo enorme. Estos son mucho más pequeños, más rápidos de poder desplegar en órbita. Nosotros proveemos conectividad satelital pero de poco ancho de banda, la suficiente para enviar mensajes o para conectar dispositivos, pero no para navegar por internet o ver Netflix”. Y pone un par de ejemplo. “Se puede saber dónde está una vaca que lleve uno de los dispositivos. O podemos conectar con un soldado, un tanque o un vehículo blindado”.

Clientes

Dos casos que dan muestra de los dos tipos de clientes a los que se dirige la compañía. Por un lado, aquellos a los que les cobran una mensualidad por conectar un dispositivo, principalmente en zonas remotas o sin cobertura. “Así se puede medir, por ejemplo, el voltaje de un transformador o las vibraciones de un gasoducto a tiempo real”.

El otro modelo es la venta de la infraestructura. “Microsoft nos compró satélites para tener su red propia. Y también le hemos vendido al Ministerio de Defensa”. A este respecto, Fossa pretende posicionarse “como un proveedor de conectividad segura para la seguridad nacional y la defensa en Europa, que tiene que dejar de depender de los sistemas extranjeros”.

Ofrecen, además, una tecnología que permite “geolocalizar fuentes de emisiones”, para saber desde dónde, por ejemplo, se están enviando señales que interfieran con los sistemas de los aviones, como pasó recientemente con el intento de perturbar el GPS de la aeronave en la que volaba, cerca del enclave ruso de Kaliningrado, la ministra de Defensa, Margarita Robles.

Para llegar hasta este momento, Fernández resalta que se ha rodeado de gente “más inteligente” que él. “Con la experiencia que tengo, he pasado de cero a uno, que fue lanzar el primer satélite y demostrar que funcionaba. Pero, a partir de ahí, necesitas un equipo que te ayude a hacer cosas más serias, más profesionales en todos los aspectos. Desde ingeniería a finanzas, pasando por ventas”.

De los satélites que tiene Fossa ahora en el espacio, y los que están esperando a ser lanzados, “para llegar a la red de 80” que quieren tener, Fernández cuenta que los entiende y sabe explicar su funcionamiento para venderlos. Pero no hacerlos, a diferencia de aquel que construyó en su dormitorio. Ahora se crean y ensamblan desde unas oficinas con unas increíbles vistas al Palacio Real por un lado y a la Gran Vía por otro, en las que se alternan mesas con ordenadores con otras sobre las que hay cables y herramientas. En algunas de las salas hay carteles prohibiendo el uso de móviles, para evitar el espionaje industrial. El espacio se eligió, “por ser un lugar al que se accede fácil con transporte público”, explica Vicente González, un factor a tener en cuenta dada la juventud de la plantilla.

Coincidiendo con el quinto aniversario de Fossa, que celebraron con una fiesta el jueves, Julián Fernández echa la vista atrás y vuelve al origen de todo. “Una empresa no la creas si solo estás pensando en el dinero. La creas porque hay una pasión por lo que estás haciendo. Y porque de verdad piensas que estás cambiando el mundo. Si no, no hubiese llegado a donde estoy”.

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