Diane Keaton fue parte indispensable de la formación cinematográfica, pero también emocional, de todos los que nos acercamos a la gran pantalla en los entre los años 70 y la que ahora mismo vivimos. Un rostro que todo el mundo era capaz de identificar y que conseguía que la audiencia se quedara hipnotizada durante el metraje de sus películas, más de 70 en 55 años de trayectoria. La actriz moría el pasado 11 de octubre y dejaba huérfanas a varias generaciones de cinéfilos. A los que vibraron con la trilogía de El Padrino y su papel de la segunda esposa Corleone, sí, pero también a todos aquellos que la amaban por sus dotes en la comedia que le hicieron merecedora por su único Oscar, en 1978 por su trabajo en Annie Hall.
Mal que pese a muchos a día de hoy, pero que recuerda la necesidad de separar obra de autor, la actriz fue la musa de Woody Allen durante dos décadas, del 70 al 90, pero para quienes nacieron en los 80, entre los que me incluyo, fueron otros los títulos con repartos capitaneados por Diane Keaton que marcaron. No, ningún preadolescente vibró con Rojos, aquel largometraje dirigido por Warren Beatty tan hijo de la Guerra Fría, pero sí lo hicimos con, por supuesto, El club de las primeras esposas. Una película que ya es un título de culto a pesar de todo: no hay que perder de vista que se estrenó en 1996 y en la que el divorcio se veía todavía como algo revolucionario. Pero es que aquella historia que protagonizaban la propia Keaton, Goldie Hawn y Bette Midler es auténtico cine para girls and gays. Películas de confort en su máxima expresión en la que tres mujeres en los 50 deciden vengarse de unos maridos que las han dejado por chicas mucho más jóvenes.
Se intentó replicar aquel éxito en Colgadas, otra cinta de los 2000 en la que Diane Keaton se encontraba con Meg Ryan y Lisa Kudrow. Tres hermanas con el rostro de las actrices más queridas de hace un par de décadas y media en un filme que no recibió el respaldo de la crítica, pero que también consiguió pronto el estatus de título de culto. Y de culto es La joya de la familia, ese clásico del cine navideño en el que le hacía la vida imposible a esa esnob de ciudad a la que encarnaba Sarah Jessica Parker. Y en esa década de los 2000 sumó dos cintas increíbles a su filmografía: Cuando menos te lo esperas, otra cinta que es puro Nancy Meyers –la guionista y directora de la comedia romántica mejor elaborada– , y Morning Glory, una historia sobre presentadores de televisión –una reina de las mañanas se enfrenta a un presentador de informativos de raza– en la que se blandía en duelo con un Harrison Ford en estado de gracia.
Baby, tú vales mucho enseguida encajó en aquel cine sobre mujeres profesionales y liberadas que tanto se dio a finales de los 80 cuya punta de lanza es Armas de mujer. Una ejecutiva agresiva que triunfa en Wall Street y no tiene horarios –algo que no casa demasiado bien con la dinámica actual, pero que era puro zeitgeist de su época– se encuentra con un bebé en brazos que no es suyo y del que ahora es responsable. Un filme que los que ahora frisamos los 40 vimos en más de una ocasión en la televisión de sobremesa y en el que había más de una red flag, pero que entraba de un modo de lo más placentero. El mundo hace 40 años no era como el de hoy y no pasa nada por reconocerlo.