Ponzano abandona poco a poco el ponzaning. La icónica calle, que tiene casi un kilómetro de largo, simboliza desde hace años la firme apuesta por el turismo y el ocio nocturno del Madrid adinerado, el que sale a consumir sin mirar la cartera y se puede permitir ver amanecer sin la preocupación de llegar a final de mes. La calle cuenta hoy con 138 locales, 66 de ellos dedicados a la hostelería y al ocio nocturno. Hace dos años, sin embargo, eran 78. Esto representa un descenso de 12 locales, un 15% menos en apenas 24 meses.
Durante un recorrido realizado por El PAÍS este martes local por local en compañía de la asociación de vecinos, se pudo evidenciar que casi ninguno de los 66 locales cumple con la normativa. “La mayoría tiene el frente abierto, salidas de emergencia tapadas, licencias que no corresponden a la actividad que ejercen, huecos practicables, rejillas de ventilación a la calle, entradas con escalones que no son accesibles para personas minusválidas y muchos no tienen vestíbulo acústico”, va señalando en cada uno de los casos la portavoz del Organillo. Los números del 1 al 60 de la calle Ponzano (desde la esquina de Santa Engracia hasta Río Rosas) están separados por 550 metros que se recorren en seis minutos. La asociación vecinal El Organillo ha presentado más de 40 denuncias desde mayo por incumplimientos de la normativa municipal en la zona.
Según las asociaciones de vecinos de la zona, la calle está muriendo de éxito. Por su parte, los hosteleros culpan del descalabro precisamente a la presión de unos vecinos que llevan años quejándose de los ruidos y las molestias que generan este tipo de negocios. Sea por lo que sea, el viejo ponzaning pierde adeptos mientras los comerciantes de toda la vida traspasan sus locales a grandes grupos hosteleros que se limitan a abrir bares de copas.
En 2019 había 71 locales de hostelería, según un conteo que hizo entonces este periódico. En ese momento, la calle ya había sido coronada como la más «hot» de Madrid por la revista de viajes Lonely Planet. Era el origen del conocido ponzaning. “Cuando aterrizamos en la calle en 2015 conseguimos atraer a un público joven que entonces no la frecuentaba”, asegura la directora de marketing de La Bientirada (antes grupo Lalala), Sara Domínguez. Hoy tienen cinco locales en Ponzano. Los establecimientos de hostelería eran solo un tercio del total de negocios activos en 2008, y ahora ya son más de la mitad (el 52%). Hay un bar por cada 13 metros.
Según el Ayuntamiento de Madrid, el Consistorio lleva a cabo una labor inspectora sobre todos los locales de la ciudad y, en caso de incumplimiento, notifica la sanción o cese de la actividad. Sin embargo, esto en la práctica no se cumple: “No hay inspectores y a los políticos no les interesa hacer cumplir la ley”, reclaman los vecinos.
Una de las históricas de esa asociación, Pilar Rodríguez, confiesa que la frustración se ha apoderado del barrio: “Conozco Ponzano desde 1968. Pasamos de vaquerías y dos tabernas contadas a un bum que, a mi juicio, murió de éxito. En 2015 no habría más de 14 o 15 bares; después llegaron los locales caros, el ruido y el descontrol. La pandemia lo remató: con las terrazas en calzada, la calle se convirtió en un bar al aire libre, sin control real. Luego vino la ZPAE (norma para las zonas de protección acústica especial) y se retiraron la mayoría de las terrazas, pero de jueves a domingo sigue siendo una jungla. Hay poca policía nocturna para un distrito con mucha actividad y, entre colas, gente bebiendo fuera y horarios que se estiran, es imposible descansar a veces”, se queja Rodríguez.
Pero el ponzaning decae, y como respuesta algunos hosteleros han decidido irse de la zona, como el dueño de Sala de Despiece, Javier Bonet: “Los primeros años en Ponzano fueron bonitos, había una convivencia orgánica entre los bares de toda la vida y los nuevos proyectos que llegábamos con ideas frescas. La gente rotaba de un local a otro, compartíamos clientes y había una energía muy auténtica. Pero cuando llegaron los blogs, las asociaciones y el término ponzaning convertido en marca publicitaria, todo se desvirtuó”, asegura. Los precios subieron y el público cambió.
Según Bonet, después entraron bares de copas camuflados con licencias de cafetería, discotecas, franquicias, y eso trajo consigo borrachos en las esquinas, ambulancias cada fin de semana y un ruido insoportable para los vecinos. “Ese fue el principio del fin. Lo que empezó como una calle de barrio se convirtió en un parque temático de copas mal gestionado.”
El empresario asegura que, aunque ellos crecieron y llegaron a tener hasta nueve locales, fue el descontrol, las colas, la presión vecinal y los alquileres disparatados los que los obligaron a irse. “El local que ocupábamos se vendió por una cifra vergonzosa, y nos pedían un arrendamiento imposible de sostener. Ahí está parte del problema: propietarios que solo buscan exprimir la gallina de los huevos de oro y empresarios con padrinos que montan bares fuera de normativa. Así no se sostiene un barrio. Ponzano tuvo su bum porque coincidió con un relevo generacional y un momento orgánico, no porque un gurú lo decidiera. Hoy queda claro que ese modelo murió de exceso y de avaricia.”
Desde el Organillo aseguran que, encima, los precios se dispararon y el barrio perdió servicios básicos: “Un martes por la mañana cuesta encontrar dónde tomar un café, pero por la noche sobran copas. Falta transparencia. Hoy un vecino no puede saber con claridad qué licencia tiene el local de abajo porque el portal de transparencia ya no muestra esa información. Las modas pasan; lo que sostiene un barrio es su gente viviendo y usando la calle a todas horas, no solo para beber.”
Por su parte, la asociación de hosteleros de Ponzano asegura que la calle es única. “En los últimos años, hemos sufrido la presión de un grupo muy reducido de vecinos que se ha dedicado a demonizar la hostelería. Es una lástima, porque detrás de cada local hay familias que trabajan y emplean a otras familias, y aun así se nos ponen trabas constantemente. Nos han denegado terrazas que en otras zonas de Madrid se conceden, nos ponen impedimentos a cada iniciativa, y todo porque el propio concejal del distrito vive en la calle y no quiere líos. Al final sentimos que no se nos trata como al resto de barrios: nos excluyen y nos cargan con una mala fama que no se corresponde con la realidad”.
Además, culpan de su retroceso a unos alquileres que juzgan disparatados y a grupos que aterrizan con poder económico y a un estereotipo —el del ponzaning— alejado de la realidad. “Por eso ahora hablamos de vivir Ponzano, porque lo que defendemos es la experiencia gastronómica, no el ocio nocturno. Queremos atraer turismo de calidad y ofrecer una calle en la que se pueda disfrutar todo el día, no un lugar estigmatizado por excesos que no representan a la mayoría”, reclaman los hosteleros.
“El fenómeno ponzaning fue útil para visibilizar la zona, pero lo que nos interesa ahora es seguir ofreciendo espacios auténticos”, asegura Domínguez. Unos y otros lo tienen claro: para que Ponzano viva, el ponzaning debe morir.