Clara Infante, una soñadora con mucha inspiración
Era una alumna tremenda. La típica niña inquieta, traviesa, que se saltaba jornadas de escuela enteras pero que a la mínima que estudiaba sacaba sobresalientes… Sus esfuerzos y estímulos estaban centrados en todo lo que no se podía hacer en clase. A los 30 años, Clara Infante encontró la respuesta a ese fracaso escolar, a su dislexia se le unía un diagnóstico de TDAH. “Me di cuenta cuando mi madre me entregó los papeles de la escuela con mis notas y todas las profesoras decían lo mismo: ‘Si pusiera un poco más de esfuerzo sería capaz de tantas cosas’. Al leer todo esto me quedé muy triste y me di cuenta de que estaba muy mal en ese ambiente. Ese entorno no es para todos. Hemos creado un mundo que funciona para mucha gente, pero que a otros no nos sirve para nada este tipo de educación. Yo, por ejemplo, necesito estar de pie trabajando con las manos”.
Pero para entonces, Clara ya había aprendido a vivir con esa inquietud y a sacarle el máximo partido. En Miami, donde su familia se mudó cuando ella tenía 6 años desde su Barcelona natal, descubrió que uno de sus máximos hobbies, salir a bailar, se podía convertir en trabajo. “Mis padres estaban horrorizados, pero yo tenía 18 años y encontré un filón en los promotores de eventos y en los dueños de las discotecas, que no tenían dinero y algunos me pagaban con tickets de bebida”. Para ellos comenzó a crear las páginas de MySpace y las newsletters, y de paso le encargaban recoger en el aeropuerto a los DJs que contrataban. Ahí entró en contacto con nombres internacionales como David Guetta y Steve Aoki. Y ahí es cuando empezó a desarrollar sus habilidades en marketing digital que tan diligentemente ha utilizado en sus proyectos personales, como cuando decidió lanzar Copito, primero para vender ropa vintage y después para comercializar crayones y velas. Ahora, Infante es un referente en redes sociales, y su vida en un pueblo al lado de Barcelona es seguida por miles de incondicionales , testigos de su vida cotidiana, de sus alegrías y de sus penas.
Abandonaste la escuela, no quisiste ir a la universidad pero te convertiste en una pionera del marketing digital, ¿cómo fue ese salto?
Estuve haciendo la página de Steve Aoki durante un año o dos hasta que me contrató una agencia de social media, que en esa época casi no existían. Se llamaba The Audience y la había fundado el jefe de William Morris Endeavor, la histórica agencia de talentos en Los Ángeles que representaba a Mark Wahlberg, Charlize Theron, Backstreet Boys,… La finalidad era controlar las páginas web de sus representados, así que me mudé allí con 20 años porque yo llevaba las de algunos de sus clientes y ellos querían siguiera, así que en la agencia se sintieron obligados a darme un trabajo. Luego di el salto a Kemosabe, una pequeña discográfica dentro de Sony, donde acabé siendo la jefa de marketing digital. Lo que más me interesaba eran las redes sociales y el desarrollo del contenido.
Tu trabajo en la discográfica te cambió la vida, porque además ahí conociste a tu marido.
Sí, él es músico y lo conocí un día en la oficina. Cuando estaba embarazada de cinco meses, me quedé sin trabajo porque cerró la oficina. Pensé en tomarme una pausa. Yo estaba muy quemada de trabajar en la industria de la música, porque es un mundo donde puedes ser creativa, pero que al final, dentro de una major label, todo tiene que pasar por el departamento legal antes de poder hacer o decir cualquier cosa y yo me sentía que no podía crear lo que quería. Empecé a sentirme otra vez como cuando iba a la escuela. Tenía que estar allí y cumplir con las horas, era como estar sentada en un pupitre, y pensaba: ‘He hecho lo que me ha dado la gana. He podido crecer dentro de un mundo donde mis padres, que siempre me habían dicho que si no terminaba los estudios, no iba a poder lograr lo que quería… Pero sí, lo he logrado’. Me sentía que había alcanzado el sueño americano, ese en el que no tienes que pasar por todos los canales tradicionales para conseguir las cosas, pero a la vez había acabado en un sitio donde no quería estar. Decidí tomar una pausa y no volver a buscar trabajo.
Dar la espalda al éxito profesional es una decisión compleja.
En aquel momento mi marido estaba tocando en Coachella, Lollapalooza,… En todos los grandes festivales, y yo estaba feliz siendo la mujer de un artista que vivía su momento de explosión. Él, que es británico, tenía programada una gira de casi seis meses por Europa, y fue ahí, hace ocho años, cuando decidimos dejar Los Ángeles y venirnos.
¿Cómo fue volver a Barcelona?
Nunca he sentido una conexión muy fuerte con mi ciudad. Pero la vida en España, comparada con, por ejemplo, París, es inigualable. Mi hijo ya tenía nueve meses y empecé a sentir de nuevo esa inquietud, pensé que el rol de mamá me iba a llenar el alma, pero no fue así. Yo amo a mi hijo, pero necesitaba sentirme realizada con algo más. Fue muy duro dejar a nuestros amigos en Los Ángeles, estábamos muy solos en Barcelona y estoy muy agradecida a esa cultura estadounidense que te hace pensar que si lo puedes soñar, lo puedes lograr. Pero a la vez también tenía un chip muy metido en mi cabeza de que mi trayectoria profesional era mi identidad y de repente ya no sabía quién era. Me sentí muy estancada. La gente veía en mis redes sociales nuestra vida en Barcelona y pensaban que era wow. Pero yo allí sola, en casa con mi hijo, no me sentía bien.
¿Y ese fue el origen de Copito?
Sí. Al principio vendía ropa vintage de Estados Unidos, que yo buscaba online y la mandaba a casa de mi padre, que él me traía cuando venía a vernos a Barcelona. Fue el primer modelo de negocio de Copito. Luego pasaron los años, en el 2018 tuve a mi segundo hijo y en 2020 al tercero. Ese mismo año, con la pandemia, mi padre ya podía venir a verme, y ahí empecé un curso para aprender a teñir con tintes naturales. Descubrí un hobby, pero siempre con esa mentalidad estadounidense, de cómo puedo monetizar esto. Hice mi primer producto que fueron mis crayones. Puse todo el proceso en Instagram. Yo ya tenía seguidoras por el tema del vintage, pero eran pocas, como 5000. Y cuando publiqué el vídeo, todas las mamis se volvieron locas porque querían un juego igual. Mi marido me dijo: ‘¿Por qué no haces una preventa de 20 y a ver qué pasa?’ Los puse online y en 5 minutos los había vendido. Así que tuve que aprender a hacer todos esos juegos de crayones, que hacer uno es una cosa, pero 20… Y ahí arranqué a tope, produciendo para tiendas y para mi canal online. Y ya que tenía cera y pigmentos en mi estudio, pasé a hacer velas.