El sector del arte no se desploma, pero sí se enfría. Con el mercado global en retroceso y el estatus intocable de Londres en entredicho, la nueva edición de Frieze, una de las grandes citas mundiales del arte contemporáneo, se celebra esta semana en la capital británica con menos estridencia de la habitual. En los pasillos se impone la tendencia observada en las ferias de los últimos meses: precios más moderados, compras menos compulsivas y una sensación de cambio de ciclo, tras los años de bonanza vividos por el sector en las últimas dos décadas. No es una caída dramática, sino tal vez un cambio de marcha.
En el Regent’s Park londinense, las dos ferias que conforman la cita, Frieze London y Frieze Masters —esta última, centrada en el arte anterior al siglo XXI— reúnen hasta el domingo a 280 galerías de 45 países. El arranque confirmó esa nueva moderación que se va convirtiendo en la norma. Tras la caída del 12% a escala global en 2024, la más pronunciada en años, la feria redirige su oferta hacia un público de coleccionistas menos acaudalado. Como ya se ensayó el año pasado, las salas emergentes ya no ocupan un rincón discreto, sino la entrada al recinto, y el mapa se amplía con mayor presencia de África, Asia y Latinoamérica, además de nuevas galerías procedentes del Líbano, Sudáfrica, Túnez, Brasil o India. Londres reafirma así su papel de crisol multicultural frente a la más eurocéntrica Art Basel Paris, su gran competidora desde su creación en 2022, que arranca la semana que viene con aura de novedad entre las grandes fortunas y el atractivo del Grand Palais como escenario.
Con todo, la capital británica conserva sus bazas. Londres aspira a resistir gracias a su densidad creativa, a las exposiciones de primer nivel que inauguran estos días sus mayores museos, al prestigio de sus escuelas de arte y a la expansión de su red de galerías —Sadie Coles, Maureen Paley y Modern Art abren nuevos espacios—, además de una diversidad poco habitual en otros puntos del continente. “La escena londinense irradia una energía no vista desde la era de los Young British Artists en los noventa”, resume el artista Peter Davies, en referencia a la generación de Damien Hirst y Tracey Emin, que puso a Londres en el mapa del arte en los albores del blairismo. Y añade un detalle importante: esa generación es “más diversa y tiene preocupaciones sociales y políticas más amplias” que las hornadas previas de artistas, lo que el ecosistema cultural londinense ya ha convertido en signo de identidad.

Mientras la economía británica retrocede, la feria desplaza su foco: aunque la pintura sigue mandando, ganan terreno las obras de artistas indígenas y de tradiciones no occidentales, los asuntos ambientales y disciplinas históricamente infrarrepresentadas como la cerámica. Por convicción política, pero también por sus precios más asequibles: muchas operaciones se ubicaban entre los 20.000 y las 50.000 libras (entre 23.000 y 57.000 euros). También hay menos exhibicionismo y piezas gritonas, de las que antes generaban un sinfín de selfis. A cambio, hay más serenidad y un coleccionismo más paciente. “El mercado es más comedido y eso ha sido un reto para algunas galerías, pero la imagen es más compleja de lo que reflejan las cifras”, defiende la directora de la feria, Eva Langret. Y recuerda que, aunque ha perdido posiciones desde el Brexit, el país mantiene la primacía europea. “Londres conserva un peso singular: el Reino Unido tiene la segunda mayor cuota del arte mundial, el 18%, por delante del resto de Europa sumado”.
En el plano comercial, las ventas tempranas fueron sólidas, aunque por debajo de ejercicios recientes. Gagosian agotó todas las obras de Lauren Halsey que exponía en su stand (a cerca de 500.000 euros por pieza), varios murales de yeso que cruzan la vida afroamericana en Los Ángeles con el imaginario egipcio y mesoamericano. Thaddaeus Ropac colocó una pintura de Robert Rauschenberg por unos 700.000 euros. En Frieze Masters, donde hace años que se concentran las mayores transacciones, brillaron obras históricas de Gabriele Münter (2,5 millones), Paul Klee (1,5 millones), René Magritte (1,4 millones) y Marcel Duchamp (1,2 millones), confirmando la tendencia vista en Art Basel en junio: se imponen los valores seguros frente al riesgo. La feria mantiene el pulso, pero el techo de precios es más bajo que en ediciones previas: en 2022 se vendió una pintura de Brueghel por casi nueve millones y otra de Kerry James Marshall por cinco. En 2024, varias obras superaron los tres millones en las primeras horas, algo que esta semana no ha ocurrido.

No es una catástrofe, pero los signos de erosión son nítidos. La desaceleración de la economía internacional y la abolición de las ventajas fiscales para grandes patrimonios, en abril pasado, han empujado a parte del coleccionismo fuera del Reino Unido. El golpe ya alcanza a las galerías londinenses: Almine Rech cerrará su sede abierta al público y pasará a funcionar solo con cita previa. Hauser & Wirth reduce con fuerza sus beneficios en el Reino Unido (de casi 200 a 70 millones de libras en 2024), aunque la macrogalería mantiene su apuesta por la ciudad y abrirá en 2027 un nuevo espacio en un edificio victoriano del barrio de Mayfair. Otra de las mayores galerías del mundo, David Zwirner, también vio mermar sus resultados en Londres (de más de tres millones a menos de medio millón en un solo año) y la tradicional subasta de Phillips de septiembre cayó en torno a un 30% interanual.
El mundo del arte lleva años mirando a otras geografías. De forma significativa, la cita arrancó con un anuncio: la celebración de una nueva feria de Frieze en Abu Dabi a finales de 2026, señal de que el mercado emiratí, que creíamos en desaceleración desde la pandemia, sigue siendo estratégico. La geografía del arte continúa desplazándose hacia el Golfo, con proyectos como el nuevo Guggenheim de Abu Dabi, a punto de inaugurarse, pero también la antena que Art Basel abrirá en Qatar en febrero o el valle de Al Ula como faraónico polo museístico en Arabia Saudí.

En clave española, la presencia creció respecto a otras ediciones. Este año participan 1 Mira Madrid, Maisterravalbuena, Albarrán Bourdais, Casado Santapau, Bombón y PM8/Francisco Salas, galería viguesa que se integra en la sección principal tras varios años en la de emergentes. El balance inicial mezcló confianza y cautela. “La edición es más compleja, pero el arranque ha sido bueno. Londres es clave para nuestro posicionamiento por un tipo de coleccionista más intelectual y diverso, con amplia presencia asiática”, señalaba Damián Casado, que colocó varias piezas de su stand en las primeras horas. A la barcelonesa Bombón, que se estrenaba en la feria con una selección de obras de Lara Fluxà, también le fue bien. “Llegábamos con incertidumbre, pero el primer día vendimos la mitad del expositor”, decían los galeristas Joana Roda y Bernat Daviu.
Desde 1 Mira Madrid, el tono fue más prudente. “Ha ido peor que en 2024: veo más moderación y decisiones más tardías, aunque sigamos vendiendo”, admitía su fundador, Mira Bernabéu, entre obras de Teresa Lanceta, maestra del tapiz, y el joven artista valenciano LUCE. “Lo importante es mantener la coherencia y el rigor del programa, sin concesiones conservadoras”, añadía. Un mensaje habitual en los pasillos: ante las turbulencias que presenta este “momento de transición”, como lo define Langret, la apuesta común fue la calidad.