Nicolás Maduro, asediado e inamovible

Está cercado, pero no se tambalea. El régimen chavista sigue inamovible, avasallando a sus interlocutores, ajustando cuentas con sus enemigos, reprimiendo sin cuartel. Ofreciendo cada día, en definitiva, nuevas evidencias de que controla la situación política y militar de Venezuela, a pesar de la escalada bélica con Estados Unidos. Y su líder, Nicolás Maduro, continúa a la cabeza. La tutela que tiene hoy la llamada revolución bolivariana sobre la sociedad no tiene precedentes en décadas. Los umbrales de censura son cada vez más estrechos. El relato oficial es el que pesa en todos los ámbitos de la vida pública y el aparato de inteligencia está desplegado por doquier. Hay que tener cuidado con lo que se afirma en charlas privadas, o en WhatsApp, mientras que las conversaciones en la calle —particularmente las quejas en voz alta— ya no son tan seguras como antes. Y la figura de la opositora María Corina Machado, recién reconocida con el premio Nobel de la Paz, es un tabú público.

Maduro es impopular, al igual que su Gobierno, pero está atrincherado, en máxima alerta y haciendo constante propaganda antiimperialista. En paralelo, convoca con frecuencia a la sociedad civil para ofrecer muestras de magnificencia. El presidente ha realizado en las últimas semanas múltiples actividades culturales y musicales con la paz como leitmotiv fundamental. Siempre tratando de ofrecer una imagen razonable y humanista. Al mismo tiempo, el partido Vente Venezuela, fundado por Machado, denunció esta semana que “la ola represiva” desatada por los cuerpos de seguridad del Estado “ha generado al menos 30 detenciones arbitrarias, y múltiples allanamientos”, en referencia a los registros arbitrarios de viviendas. Un comunicado de la formación agrega que estas operaciones están siendo realizadas “de manera violenta y sin orden judicial”.

La clase política chavista vive en un estado de terror psicológico permanente y siente las amenazas de Washington, que ha atacado ya al menos a seis embarcaciones supuestamente cargadas de drogas en el Caribe. Las decisiones del mandatario muestran una genuina preocupación por la crisis militar y falta de previsión ante los movimientos de Trump. A eso, se añaden múltiples problemas de gobernabilidad, el hartazgo de la población es manifiesto y el diagnóstico crítico abunda, incluso en las filas oficialistas. Pero nada indica que existan fisuras serias en la cúpula.

“Hoy en el alto mando político-militar de la revolución estamos más unidos y resteados [decididos] que nunca en defender nuestra patria, imbéciles”, espetó esta semana en televisión el sucesor de Hugo Chávez ante la tesis, recogidas por medios estadounidenses, que señalaban una división en los principales cuadros del Gobierno.

Eso, por supuesto, no es sinónimo de comodidad. Con el paso de los días, el líder chavista se ha centrado casi exclusivamente en resistir. “Maduro no se va a ningún lado. Eso seguro”, indicaban hace días a EL PAÍS fuentes al tanto de los equilibrios internos del Ejecutivo. El dirigente bolivariano ha ordenado el alistamiento de sus militantes y el despliegue de unidades militares en la línea costera del país y en las fronteras. Las ciudades se han llenado de policías. A la vez, el presidente ha multiplicado su presencia pública. Inaugura hospitales, con personas de la tercera edad, participa en actos con militantes, y al final de cada tarde, el régimen enlaza las señales de radio y televisión para retransmitir el evento del día: el mandatario visita viviendas sociales, conversa con sus colaboradores o se reúne con algún colectivo, alternando buen humor y advertencias.

Un día después de decretar el estado de excepción por conmoción exterior ante la amenaza de fuego de Estados Unidos, Maduro también decretó el comienzo de la Navidad, lo que supone en la práctica adelantar celebraciones públicas, vacaciones y un clima festivo. “Todos a rumbear”, dijo en televisión. “Rumbear, rumbear y rumbear”, exhortó.

Así, prolonga de alguna manera la inercia que le mantiene en el poder. Es esa una capacidad que le reconocen incluso sus adversarios políticos. Desde el primer año de su Gobierno, cuando le tocó suceder a Chávez tras su muerte en marzo de 2013, ha logrado conservar en todos los momentos de crisis las riendas internas. Y lo ha hecho a pesar de la enorme presión: ciclos de enormes protestas, acciones insurreccionales fracasadas, negociaciones internacionales, sanciones, el desplome de una economía quebrada, el rechazo internacional y la pérdida casi a sus mínimos del caudal político que un tiempo aglutinó el chavismo cuando fue mayoría en Venezuela.

Hoy el desafío es mayúsculo. La tensión diplomática y militar con Estados Unidos se agrava cada día y las potenciales consecuencias de la escalada son impredecibles. Una tesis extendida entre la población es que una ofensiva militar terrestre de Estados Unidos que no esté bien medida pueda disparar la violencia en el país a una escala no contemplada y seguramente muy difícil de controlar.

En este contexto, Maduro mantiene el control omnímodo del pie de fuerza de los cuerpos de seguridad venezolanos, que han expandido notablemente su tamaño en estos años. Los cuadros clave siguen siendo leales a Maduro y, hoy, como en otros momentos críticos para el régimen, las Fuerzas Armadas, comandadas por el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, sostienen su poder. En este momento no hay un ruido de fondo sobre el malestar militar.

“Nicolás Maduro me ha ofrecido todo”, declaró Trump el jueves con tono sarcástico. “Él no quiere meterse con los Estados Unidos”. Pero para colocarle más eslabones a la tensión, agregó: “Hace poco atacamos un submarino narcotraficante construido para transportar grandes cantidades de drogas. No era gente inocente”. Entre los tripulantes hay dos supervivientes, según reportó la agencia Reuters, que se encuentran detenidos en un buque estadounidense. Se desconoce por el momento su futuro judicial.

En este ambiente, Maduro dejó ver en las últimas semanas también su talante más prudente. Los insultos en respuesta a los movimientos de Washington los ha teledirigido con cálculo: siempre buscando al secretario de Estado, Marco Rubio, y el coro de senadores republicanos que replican la narrativa de presión contra el chavismo. Ha pedido la intervención de la comunidad internacional que lo desdeña. Incluso de la propia ONU, con la que mantienen una relación tirante por las denuncias de violaciones de derechos humanos que ha hecho sobre su Gobierno, o del Vaticano.

A principios de octubre, cuando cinco aviones de combate estadounidenses se acercaron a 75 kilómetros de la costa venezolana, publicó en un comunicado contra el secretario de Guerra, Pete Hegseth. Curiosamente, para Trump, quien ha puesto su retrato en una diana, Maduro se ha reservado incluso algunos halagos. Parecía haber dejado una puerta abierta a una negociación con Washington, siempre hablando de que su objetivo es la paz. Sin embargo, ha declinado de plano alejarse del poder.

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