El futuro del ajedrez: Carlsen apoya un ‘triatlón’ para garantizar el futuro del ajedrez | Deportes

Aunque el número de partidas distintas posibles sea mayor que el de átomos en el universo conocido, los componentes artísticos y deportivos del ajedrez han cedido ante la parte científica (preparación casera con chips muy potentes). Ante el previsible fracaso del freestyle (la posición de las piezas se sortea 15 minutos antes de cada ronda), Magnus Carlsen, de 34 años, número uno del mundo desde 2010, apuesta ahora por un circuito de cuatro torneos anuales en tres modalidades mezcladas: clásica (cuatro o cinco horas), rápida (menos de una) y relámpago (menos de 10 minutos). El noruego está aún lejos de la gran marca de Gari Kaspárov, quien lideró la lista mundial 20 años (1985-2005).

“Está bien pensado. Reunir múltiples formatos bajo un mismo paraguas proporcionará una visión más completa de las fortalezas de los jugadores, a la vez que el ritmo de juego se adapta mejor a sus expectativas y al público actual”, dice Carlsen. En realidad, quien más lo ha pensado es él mismo -es lo que propuso a la Federación Internacional (FIDE) en las negociaciones de Madrid (julio de 2022) para cambiar el formato del Mundial antes de renunciar al título poco después. Formalmente, la propuesta viene ahora de los organizadores del torneo Norway Chess de Stavanger (Noruega), muy respetados en el ámbito del deporte mental por su seriedad, eficacia y espíritu innovador.

¿Por qué el ajedrez (al menos, el de alta competición) necesita un cambio? Ese número inabarcable de posibilidades (un uno seguido de 123 ceros; ni siquiera las computadoras más potentes de hoy pueden calcular tan lejos) ha servido como campo de experimentación de la inteligencia artificial desde Alan Turing (1947), pasando por la derrota de Kaspárov ante Deep Blue (IBM, 1997) hasta el Premio Nobel de Química para Demis Hassabis en 2024. Tras la primera jugada blanca y la primera negra, ya hay 400 posiciones distintas posibles.

Pero si hablamos de deporte, una gran parte de esas 400 variables son absurdas porque hay principios sagrados que no se pueden violar. Como en el fútbol o en la guerra, el control del centro es fundamental; resguardar al rey antes de que se abran líneas, también; desarrollar el mayor número de piezas en el menor tiempo posible es de sentido común; etcétera. Por tanto, la preparación casera de aperturas y defensas (primeros lances de una partida) es mucho menos diversa de lo que podría pensarse.

En consecuencia, esa preparación con amigos inhumanos que calculan millones de jugadas por segundo provoca que, con frecuencia, los primeros 20 o más movimientos se hagan de memoria. ¿Qué espacio queda entonces para el arte (creatividad, improvisación…) y el deporte (emoción por apuros de tiempo, resistencia física, tendencia al riesgo…)? El plan B es renunciar a la ventaja de jugar con blancas (como el saque en el tenis) y conformarse con una posición igualada desde el principio; pero incluso jugar así requiere muchas horas de preparación… que a Carlsen le ponen enfermo.

Por eso -y en menor medida, por la ausencia de un rival muy fuerte que lo motivase- renunció al título mundial en 2022. Estaba harto de tener que concentrarse varios meses cada dos años, junto a su equipo de analistas y el acceso a supercomputadoras, para preparar el duelo final por el título; es decir, para pensar en un solo oponente desde el desayuno hasta la cena, cada día, y memorizar miles de variantes de aperturas.

Y ahí, llegó, como caído del cielo, el freestyle, también llamado ajedrez 960 porque ese es el número de posiciones distintas posibles cuando se sortea en qué casilla de la primera fila (los peones siguen en la segunda) está cada pieza al inicio de la lucha. Bajo el mecenazgo del millonario alemán Jan Henric Buettner, con hoteles de gran lujo, vuelos en primera y premios altos, Carlsen y sus colegas de la super élite son felices en la nueva modalidad porque supone un gran reto intelectual para ellos (deben pensar en profundidad desde la primera jugada) y se ahorran miles de horas de preparación de las aperturas.

En los dos últimos torneos de Weissenhaus (Alemania), Carlsen, inmediatamente después de ver el resultado del sorteo, se iba a su tablero, clavaba los codos y pensaba muy intensamente en los primeros movimientos 10 minutos antes de que el árbitro pusiera el reloj en marcha, consciente de que, en esta nueva modalidad, un error o imprecisión en la apertura puede ser fatal. Su nivel de motivación era máximo.

Pero hay un problema grave. La mayoría de los aficionados de nivel medio o bajo (según la empresa YouGov, 600 millones de personas saben jugar al ajedrez; el club virtual Chess.com tiene 120 millones de usuarios registrados) detestan el 960 porque es muy difícil y porque se sienten intelectualmente desnudos: las miles de horas que han invertido en estudiar las aperturas de la posición inicial clásica no sirven para nada. De modo que el torneo final del Grand Slam freestyle, previsto para Ciudad del Cabo (Sudáfrica) a primeros de diciembre bien podría ser el último mecenazgo de Buettner, y es improbable que surja un patrocinador comercial si este invento no seduce a la masa de ajedrecistas.

¿Qué hará entonces Carlsen? ¿Jugar sólo un torneo clásico al año (el Norway Chess) y algunos rápidos y relámpago, incluidos los Mundiales de ambas modalidades? El noruego ya barruntaba todo eso cuando dio un sonoro puñetazo en la mesa, cuyo vídeo dio la vuelta al mundo en redes, tras perder su partida ante el indio Dommaraju Gukesh, de 19 años, vigente campeón del mundo oficial, el pasado junio en el Norway Chess. Muy probablemente fue la derrota más dolorosa de su vida: había dado una lección de alta estrategia al asiático durante tres horas, pero falló en el remate táctico; ya no podía enviar al mundo su mensaje favorito: “Este chico es el campeón, pero el número uno indiscutible soy yo, y acabo de barrerlo del tablero”.

Por eso, el nuevo triatlón, bien recibido por la FIDE –“es un excelente complemento al tradicional y prestigioso Mundial, donde coronamos al campeón indiscutible del ajedrez clásico”, dice su presidente, el ruso Arkady Dvorkóvich-, soluciona la muy incómoda situación del escandinavo. Si triunfa en el nuevo formato, nadie podrá discutirle su reinado aunque continúe sin jugar el Mundial clásico.

Hay otro motivo, del que Carlsen apenas habla, aunque hace cuatro años, en una entrevista con EL PAÍS en Dubái, reconoció que era importante para él: batir la marca más tremenda de Kaspárov, 20 años seguidos como número uno. Si el noruego sigue siendo el amo en las tres modalidades durante un lustro más, nadie podrá discutir que ha sido el mejor ajedrecista de la historia.

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