La ruptura de Nicole Kidman y Keith Urban ya se ha convertido en una de las noticias más comentadas del otoño en Hollywood. Tras 20 años de relación y dos hijas en común —Sunday Rose, de 17 años, y Faith Margaret, de 14—, la ganadora del Oscar presentó a principios de este mes la solicitud formal de divorcio del cantante, confirmando así los rumores de distanciamiento que acompañaban a la pareja desde el verano. Ahora, mientras ambos comparten fragmentos de su proceso de duelo —Nicole se ha calificado como “rota” y Urban describe su vida en las giras como “miserable”—, la prensa centra su atención en los abogados y en cómo se repartirá una fortuna conjunta estimada en más de 325 millones de dólares. Y la clave, a tenor de las primeras informaciones publicadas, está en el acuerdo prematrimonial que la pareja habría firmado antes de pasar por el altar en 2006. Un documento que incluía desde estipulaciones económicas por cada año de matrimonio hasta la famosa “cláusula de la cocaína”, que obligaba al cantante a mantenerse libre de cualquier adicción.
Pero esta no es ni mucho menos la más excéntrica de las cláusulas recogidas en este tipo de acuerdos prenupciales, muy habituales al otro lado del charco y de casi obligado cumplimiento en las oficinas de los picapleitos de Hollywood. La escritora Sarah Lacy relató en 2008 que, antes de darle el “sí, quiero” al CEO de Meta, Mark Zuckerberg, Priscilla Chan exigió que este se comprometiera por escrito a disfrutar de 100 minutos semanales de tiempo juntos y a una cita romántica fuera de su apartamento y oficina. Por otro lado, el contrato que unía a Kim Kardashian y Kanye West estipulaba que la madre de la empresaria y actriz, Kris Jenner, no podía tomar ninguna decisión respecto a la carrera de cualquiera de los miembros de la pareja. Su hermana Khloé tampoco se quedó atrás: el acuerdo con el exjugador de baloncesto Lamar Odom le garantizaba un coche nuevo de manera periódica, entradas de pista para toda su familia en los partidos de Los Angeles Lakers y una asignación mensual superior a los 6.000 euros para gastos en moda y belleza, entre otros.
En este tipo de capitulaciones de alto perfil es habitual ponerle precio —y pluses— a la duración del matrimonio, a la llegada de descendencia y, sobre todo, a las posibles infidelidades. Beyoncé habría recibido 10 millones si su matrimonio con Jay-Z duraba menos de dos años, Justin Timberlake debía pagarle medio millón a Jessica Biel por una infidelidad, y Michael Douglas hasta cinco millones en caso de tener un affaire fuera de su relación con Catherine Zeta-Jones. A cambio, Douglas podía quedarse con todos los regalos de boda que estuviesen valorados en más de 12.000 euros.

Mientras en el mundo anglosajón muchísimas parejas, adineradas o no, regulan y discuten condiciones que pueden afectar a su futura vida en común, las capitulaciones matrimoniales siguen siendo un mecanismo jurídico muy poco explorado en España. “España mantiene todavía una relación culturalmente emocional con el matrimonio. La sola idea de hablar de dinero antes de casarse genera incomodidad, como si se desconfiara del otro. En otros países su uso está tan normalizado como contratar un seguro, pero aquí aún pesa la idea romántica de que ‘ponerlo por escrito’ resta confianza”, explica a este periódico Patricia Bacariza, del despacho Debelare Abogados.
Para la abogada, “igual que nadie firma un contrato de trabajo sin conocer sus condiciones, tampoco resulta incoherente definir con claridad las del matrimonio”. La jurista admite que las nuevas generaciones, más celosas de su independencia económica y de las consecuencias legales de un divorcio, están empezando a incrementar las estadísticas en lo que a este tipo de consultas se refiere. “De manera lenta, pero constante, las parejas jóvenes comienzan a ver las capitulaciones no como un símbolo de desconfianza, sino como un instrumento muy útil. La mentalidad social está cambiando: la planificación jurídica empieza a considerarse tan necesaria como la planificación financiera”, asegura.

La psicóloga y terapeuta de pareja Silvia Sanz coincide al señalar el peso que lo emocional sigue teniendo en la cultura española. “Seguimos manteniendo el mito del amor romántico del todo o nada. Vinculamos los contratos a los negocios, no a las relaciones sentimentales. Aún quedan vestigios de esa falsa creencia sobre que el amor de verdad, si se habla de dinero, se transforma en utilitarista y no es tan puro”, manifiesta. La especialista también concuerda a la hora de resaltar que las nuevas generaciones han perdido el miedo a discutir sobre temas materiales, viviéndolo como un modo de autocuidado, respeto por el otro y equilibrio: “Hablar de dinero en una relación o de prevenir posibles dificultades en una ruptura es realismo y no significa que tengamos una previsión de romper o hacer daño al otro. Hay que tratar estos temas con más naturalidad y respetando las decisiones de cada uno para que ambos puedan estar tranquilos. Es un aspecto práctico de la vida en pareja: de ahora y del futuro”.
Gracias a hitos recientes, como la reducción de la brecha salarial de género en más de 10 puntos en apenas una década y el récord de empleo que en 2024 situó a 10 millones de mujeres afiliadas a la Seguridad Social, la independencia económica femenina se ha convertido en un factor clave a la hora de afrontar este tipo de conversaciones. Lo corrobora Sanz: “Las mujeres se sienten con más derecho a pedir y a negociar condiciones que sean igualitarias para ambos y los compromisos son más libres y sanos. Se llegan a acuerdos previos con mucha más naturalidad”. La mismísima Khloé Kardashian los recomienda con entusiasmo: “¡Todo el mundo necesita un acuerdo prenupcial! Me da igual si ganas cinco dólares o cinco millones, en estos tiempos… la gente está loca, nunca se sabe. Y cuando tienes negocios en común, como nosotras, tienes que protegerte. Eso no significa que no los ames”.

Tanto la abogada como la terapeuta consideran que “la realidad siempre supera la imaginación”, también en España. Bacariza recuerda capitulaciones en las que uno de los cónyuges recibía una compensación económica si renunciaba a su carrera para cuidar de la familia, cláusulas que atribuían la custodia de los animales de compañía “a quien el animal eligiese” o incluso indemnizaciones por infidelidad que detallaban con precisión qué se consideraba una traición. Sanz, por su parte, ha sido testigo de acuerdos que van más allá del patrimonio: desde los que fijan el futuro de las mascotas hasta los que prevén colegios para hijos aún no nacidos, o condiciones diferentes dependiendo del motivo de la ruptura. “Detrás de cada cláusula hay una historia que hace comprender los temores de cada uno”, sostiene.