Madrid debería pagar a Rosalía la promo de su ciudad sucia y gris

No es ningún secreto que no se puede vivir en Madrid. Los jóvenes tienen que recurrir a sus padres para terminar de pagar el alquiler. Los adultos abandonan el centro, un circo de turismo y pisos de precios inflados, inasumible para el madrileño medio. Los artistas están abandonando la ciudad de manera masiva. La ministra de Vivienda terminará dimitiendo porque ya nadie recuerda que las competencias en esta materia son principalmente de las comunidades. Las políticas del gobierno de la región se piensan para los fondos inmobiliarios, nunca para los ciudadanos. Es como si les interesara que la clase media deje de votar en Madrid.

No es ningún secreto que hay dificultades para tocar en grandes recintos en la capital. La promoción de macroconciertos a celebrar en el Santiago Bernabéu fue un fracaso rotundo. Sus obras de remodelación e insonorización fueron una estafa y una irresponsabilidad. Su regulación ha dado más vueltas que un pato mareao. Los vecinos consienten que haya partidos y hooligans borrachos entre semana en Cuzco, pero nunca «swifties» o fans de Karol G. Mientras Barcelona fue capaz de crear recintos aislados para conciertos como el Estadí Olímpico, Madrid sigue a verlas venir. El sonido y la situación del Metropolitano no agradan ni a una sola persona.

Tampoco es ningún secreto que la situación para los macrofestivales es aún peor. Mad Cool ha pasado por tres recintos distintos y continúa siendo perseguido, ahora también por el gobierno central. Con la salvedad de algún evento promocionado como las fiestas de San Isidro o últimamente la Hispanidad, la ciudad tiene dificultades para asumir que la música es un valor cultural y también un motor económico. Parece instalado en el imaginario colectivo que la música en vivo no suma a la historia de la ciudad, sino que es un incordio.

Más allá aún, Madrid no es ni siquiera una ciudad limpia. Pese a que los contenedores llenos de basura sin recoger solo eran noticia cuando gobernaba Carmena, siguen ahí. Tampoco habla nadie sobre la plaga de palomas en Arganzuela. Pisar el Paseo de las Delicias es pisar kilos de mierda día sí, día también, sin que nadie misteriosamente lo denuncie o reporte. O lo limpie.

En uno de sus momentos más grises de su historia, simbolizado en el atentado estético perpetrado por Almeida en la Puerta del Sol, Rosalía ha decidido aportar algo de «luz» a la ciudad. Aquí ha inaugurado la campaña de su cuarto álbum por razones que se me escapan. La artista es catalana, en su álbum colabora Sílvia Pérez Cruz, entre artistas de todo el mundo que cantarán en muy diversos idiomas (Björk, Yves Tumor), y la misma acción mismamente en Barcelona tenía más sentido para mí. Barcelona siempre quiso ser cosmopolita. Madrid, pues no se sabe. Si sus gobernantes buscan «cosmopolita» en la RAE -«familiarizada con las culturas y costumbres de diversos países y se muestra abierta a ellas»-, me los imagino respondiendo sin titubear: «depende de qué países». Y cuánto dinero aporten.

Aún entre los 500 artistas más escuchados en el mundo pese a que hace más de un año que no publica absolutamente nada, Rosalía es una artista global. Tiene el doble de oyentes en Ciudad de México que en Madrid, y tiene en Santiago de Chile los mismos que en la capital española. Podría haber ideado cualquier performance «arty» en Nueva York, o aprovechando que su álbum será religioso, haber convocado a la prensa en algún monasterio o capilla que se hubiera prestado a tales efectos, como se prestó la Catedral de Toledo a Nathy Peluso y C. Tangana, por mucho que aquello acabara muy mal.

Pero Rosalía escogió Madrid, como cuando actuó en Colón para presentar ‘El mal querer’, y la ciudad no le ha dado ni las gracias. El ayuntamiento está investigando la acción realizada este lunes por la noche, que colapsó el centro durante unos minutos. ¿En qué consistió aquello? Recordemos: anunciar en un directo de TikTok que se encaminaba hacia Callao, llegar a un hotel de Callao y saludar a través de una ventana. El propio ayuntamiento reconoce que no hubo escenario, ni actuación, ni nada, lo cual, lógicamente sí requiere de permisos. Tengo mis dudas sobre ese vídeo en directo en el que Rosalía aparecía conduciendo por la ciudad con un coche con el volante a derecha, fumando, hablando con transeúntes, cambiando de música cada dos por tres, mientras estaba siendo grabada. Lo pasé mal viéndolo. Aunque iba literalmente «a 20 por hora», aceptaría algo parecido a una multa de tráfico, pero no sabía que no se podía saludar desde la ventana de un hotel.

Una vez más no se está poniendo en valor la aportación de la música a la cultura de la ciudad. Durante unos instantes, Gran Vía no fue ese sitio hostil por el que en Navidad no se puede caminar sin recibir empujones, pisotones y codazos, en el que sobrevive la mendicidad entre una cantidad creciente de Starbucks, McDonald’s, H&M, Carrefour Express y otras empresas vinculadas a fondos israelíes. Fue el lugar en el que se anunció el que podría ser uno de los discos del año a nivel mundial. El alcalde debería besar el suelo que ha pisado Rosalía en la Gran Vía de Madrid. Dar las gracias por la promoción gratis. Sacar la chequera, incluso. Si tanto les gusta el libre mercado, lo mismo vale más toda esta promo que la infracción correspondiente.

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Farándula y Moda

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