“Queremos que la gente venga a nuestra escuela porque es una escuela que mola, porque les gusta nuestra filosofía. Que la elijan con los mismos criterios que cualquier persona elegiría la escuela en la que va a estudiar”. Así explican Sandra Cabezudo y Pablo Abellanas lo que quieren transmitir desde Vrulé, una escuela de hostelería para personas con discapacidad que sorprende, de primeras, por su forma de comunicar en redes sociales. Huyen de paternalismos y de cualquier tipo de condescendencia y apuestan por hablar de forma directa, con sentido del humor y, por qué no, con un puntito macarra. “No nos gusta que se utilice la pena ni que se hable de las personas con discapacidad como si todo lo que hacen fuera extraordinario”, cuenta Pablo, ingeniero de formación, que lleva desde los 16 años realizando voluntariado con personas con discapacidad y que, en el momento de esta entrevista, está a punto de dejar su trabajo para volcarse por completo en la escuela.
No es el único que lleva los dos años y medio de andadura de Vrulé haciendo dobles jornadas para sacar adelante el proyecto. Sandra estudió Económicas, Restauración y Trabajo Social, y durante un tiempo compaginó su empleo “oficial” con la creación de esta escuela. En Vrulé, además de encargarse de la gestión junto a Pablo, da clases de sala. Su hermana Tamara, que es cocinera, trabaja de día en la cocina de un colegio de Torrelodones y, por la tarde, es la profesora que enseña a los alumnos de Vrulé cómo se corta en brunoise o qué significa levantar un caldo, entre otras muchas cosas. La cocina de ese mismo colegio sirve como aula de Vrulé hasta que se haga realidad el proyecto de escuela propia, con restaurante incluido, que están construyendo en Pozuelo de Alarcón. En este municipio es donde, desde hace unos meses, se ubica también Vrutal Club, un bar en el que trabajan y hacen prácticas los alumnos de la escuela.
Aparte de porque ha trabajado en hostelería durante años y le apasiona, Sandra quiso apostar por este sector para crear una escuela dirigida a personas con discapacidad precisamente porque, en un restaurante, hay tantas posiciones distintas, que todo el mundo puede encajar en una. Algunos de los alumnos, de hecho, ya han tenido algún contacto con los fogones. Eva, por ejemplo, cuenta con orgullo que consiguió “un galardón de oro” en un concurso de repostería y que su especialidad son los brownies. David, por su parte, explica que en el centro al que asiste tienen un grupo de cocina y que allí hace alguna cosa, pero que sobre todo le gusta aprender de su madre, “que lleva 30 años cocinando”.
El equipo de Vrulé se completa con las profesoras de pastelería Aurora López —las galletas que elaboran los alumnos de la escuela siguiendo su receta se llaman Auroritas en su honor— y Rocío Vicente. Y con Kike Martínez, fundador de Bombas, Lagartos y Cohetes, que conoció el proyecto a través de las redes sociales y quiso colaborar. “Los seguía hace tiempo y me llamaba mucho la atención su labor, así que hablé con ellos para ayudarles en lo que pudiese. En mi caso, lo que he hecho toda la vida han sido gildas y banderillas, y estoy aquí para podérselo transmitir a los alumnos”.

Han creado una gilda en exclusiva para la escuela que, entre otros ingredientes, lleva tomates secos y rabanitos que aprenderán a fermentar con agua y sal. “Buscamos que, dentro de que es una gilda, haya bastantes elaboraciones para que no solo sea llegar y pinchar cuatro ingredientes en un palillo”, dice Kike. Por eso, a la clase de hoy, ha venido con Magda, que en Bombas, Lagartos y Cohetes se encarga de los encurtidos y los fermentados. Ella les explica que, después de cortar los rabanitos en rodajas, habrá que echarles sal y apretar fuerte para que vayan soltando el agua. Ese proceso acaba con las manos de todos los alumnos aplastando rabanitos a la vez en un gran bol entre muchas risas. Las risas, por cierto, son una constante desde que entran por la puerta hasta que se van. La idea es que estas banderillas se sirvan en exclusiva en Vrutal Club. “En el futuro, nos gustaría que la gente también las pudiera comprar a través de nuestra web y los beneficios irían para el proyecto de Vrulé”, detalla Kike.
“Nos movemos de manera diferente”
Para sacar adelante sus cursos, en Vrulé han ideado una metodología propia, que consiste en dividir la formación por semanas, para que sus alumnos puedan compaginarla con sus rutinas y actividades, que les suelen ocupar buena parte del día. Van a clase una semana al mes y, en total, tienen que completar 15 semanas lectivas, además de las prácticas. Al final, obtienen un certificado de profesionalidad con el que pueden trabajar. Sus alumnos tienen diferentes tipos de discapacidades intelectuales, aunque deben poder leer y escribir, contar con habilidades de comprensión y habilidades motoras finas. “No podemos llegar a todos los perfiles, porque al final estamos en una cocina”. Actualmente cuentan con 48 alumnos —con unos ocho por clase— y aseguran que cada vez tienen más demanda.
No siempre fue así. Cuando empezaron, les costó que las fundaciones a las que acudían a contar el proyecto se interesaran por él. Tras casi tres años, han logrado transmitirlo como ellos querían y han conseguido que las personas con discapacidad, sus familias y tutores confíen en la escuela.

Una de las mejores vías que han encontrado para ello son las cenas de los viernes, en las que los alumnos ponen en práctica todo lo que han aprendido durante la semana dando de comer a sus familiares y a clientes externos (la cena cuesta 25 euros). “Los padres flipan mucho cuando ven aquí a sus hijos currando como uno más en la cocina, montando platos y dando un servicio. Nos parecía muy importante hacerles partícipes de su formación de esta manera”, cuenta Sandra.
En las cenas de los viernes lo dan todo y, si servirles de comer a sus padres les pone nerviosos, aún más a gente que no conocen de nada. Pero en Vrulé creen que es fundamental que se acostumbren cuanto antes a tratar con clientes reales y también al ritmo de una cocina. Su lema, “nos movemos de manera diferente”, hace referencia a una parte muy importante de la filosofía del proyecto. Diferente no significa peor, simplemente a otro ritmo, algo que se ve de forma muy clara en cómo organizan su propio bar, Vrutal Club. “Allí los ritmos son los que nosotros queremos”, cuenta Sandra. “Con un poco de tiempo, nuestros alumnos lo hacen todo. Eso no significa que el cliente tenga que esperar, simplemente que las cosas son menos frenéticas que en cualquier otro bar”. Las comandas están adaptadas para que no necesiten apuntarlo todo, sino solo marcar las cantidades que se piden de cada cosa, y cuentan con un sistema de banderines que les ayudan a identificar las mesas a las que tienen que llevar los platos.
Por sus propias circunstancias, la mayoría de los trabajadores de Vrutal Club tienen contratos de pocas horas, a excepción del jefe de cocina, que sí trabaja a jornada completa. Muchos, sin embargo, querrían pasar más tiempo en el bar. “Algo que nos emociona mucho es que los alumnos que trabajan en Vrutal nos dicen que aquí han creado una vida que no tenían. Porque al final, esto es un 360º: es dinero, pero también es amistad, es conocer gente nueva, desarrollar habilidades sociales y sentir que son más autónomos”, relata Sandra.
La labor que hacen desde la escuela atiende una necesidad real: “El 80% de nuestros alumnos quieren un empleo. El 20% restante hacen el curso como una forma de ocio o para aprender cosas que les sirvan en su vida diaria”. En el futuro, les gustaría que pudieran trabajar en puestos adaptados para ellos en cualquier restaurante, a los que irían con una persona de apoyo que les asista en aquello que necesiten. “Nosotros en Vrutal funcionamos fenomenal y hay cinco personas con discapacidad en el equipo, o sea, que se puede”. Y lo cierto es que ya hay restaurantes que han mostrado interés en contratar a gente de la escuela.
Por otro lado, están los clientes. “Hay mucha gente que nos ha visto en redes y saben a dónde vienen, pero hay otros muchos que no, y no hemos tenido ni una sola queja”. Solo hubo un día en el que un comentario les obligó a ponerse un poco más firmes. “Una clienta, al ver a Bea, camarera con síndrome de Down en Vrutal, me dijo si le podía atender yo, porque no sabía si Bea se iba a enterar de lo que le pidiera”, cuenta Sandra. “Le dije que aquí solo la iba a atender Bea y que lo iba a hacer perfectamente. Y así fue. Y si no hubiese querido, me da igual. No vamos a hacer que la atienda otra persona para que se quede”.

Esta misma actitud es la que trasladan a sus redes sociales. Han montado su propia agencia creativa, Materia en Bruto, y producen todo su contenido con un sello muy personal y un lenguaje claro y directo. Desde que crearon Vrulé sabían que querían comunicar como lo hacen, salirse del discurso de la lástima o de que les llamen “campeones”. “No nos gusta tratarlo así ni conseguir cosas desde ahí. Y a los propios alumnos, cuando les tratas con normalidad, les parece mucho mejor. Ellos no quieren dar pena. Tampoco son campeones, son personas que quieren currar y tener una vida como todo el mundo”, concluye Sandra.