
Hay trabajos para los que se requiere pasar un test psicotécnico y, en cambio, para el ejercicio de algo tan serio como ser representante de los ciudadanos en el Congreso no se pide más requisito que el de ser incluido en las listas de un partido cualquiera. Yo voy bajando el listón en mis expectativas con respecto a la clase política. Si en mi ingenuo idealismo creía que debíamos escoger a quienes mejor pudieran desempeñar las tareas de gobierno, ahora me conformaría con que no tuvieran perfiles con rasgos psicopáticos.
Claro que no existe examen alguno que pueda garantizar la humanidad de quienes ocupan sus escaños, pero ya llegar al punto de mofarse de las mujeres asesinadas a manos de sus parejas me parece un exceso inaudito. Cierto es que también se ha tenido poca compasión por las víctimas del terrorismo o por quienes no saben dónde están enterrados sus familiares, pero esto no quita gravedad a las palabras de la voxista Rocío Aguirre. Cuando dice “son solo 48 al año” o no piensa o no siente nada ante el dolor ajeno. Olvida deliberadamente o no conoce (me alegro por ella) el terror cotidiano de los golpes y las vejaciones y la sensación constante de estar en peligro, de vivir en una trinchera dentro de tu propia casa. Tú o tus hijos. La muy indignada señora no puede entender que esas 48 al año (ni que fuera una sola) no son más que la punta del iceberg y que lo que está debajo del agua y no alcanza a salir en los informativos son adultas sometidas a la tortura diaria del control y el sometimiento, la vergüenza y el aislamiento.
A ella, y a todos los que niegan la violencia machista, los acompañaría a un viaje por tantas casas de los horrores que habitan esos monstruos de sangre fría capaces de acabar con la vida de una madre o de un hijo por hacer el peor de los males. Esas 48 al año son el testigo visible de las que salieron de ahí contra todo pronóstico y tienen que seguir viviendo, heridas ya para siempre, pero también de las que se quedaron porque, como en los campos de concentración, fueron minadas hasta no poder oponer resistencia, hasta dejar de ser ellas y perder la única existencia que les quedaba. No, no son solo 48 al año si se cuentan las que fueron silenciadas eternamente ni las supervivientes que son ahora apaleadas por las palabras de Aguirre, tan sorda al murmullo de los gritos y sollozos que encierran tantas paredes, ciega ante los kilos de maquillaje que camuflan cardenales.
