Yves Saint Laurent dijo una vez que aspiraba a proporcionarle a las mujeres “los básicos de un armario clásico… que escape a la moda del momento”. Si para él ese vestuario se componía de los códigos andróginos que le dieron fama –esmóquines, chaquetones marineros y chaquetas safari, pantalones de vestir, americanas y gabardinas–, Vaccarello, buceando en los archivos, ha construido un discurso acorde de ropa elegante, depurada y fríamente seductora, un uniforme para las mujeres sofisticadas de su tiempo. “Saint Laurent abordó tantísimas cosas que es fácil dar con algo que te resulte interesante y darle un giro contemporáneo. Nunca buscó lo llamativo; siempre fueron prendas realistas con el justo toque especial, definidas por quien las llevase y por la actitud”. Sevigny, que ya ha protagonizado varias campañas con el diseñador al frente, admira de sus diseños ese guiño, siempre respetuoso, que lanzan al legado del fundador. A principios de septiembre lució un bodi de encaje negro bajo una minifalda globo de satén negro en el Festival de Cine de Venecia, un look perteneciente a la colección de primavera-verano 2018 de la firma, si bien inspirado en el que llevara la modelo Yasmeen Ghauri en el desfile de otoño 1990 de Yves Saint Laurent. “Hay una sensualidad palpable en la ropa de Anthony, algo que muchas de estas nuevas estrellas del minimalismo, sin dar nombres, no están haciendo”, asegura Sevigny. “No celebran el cuerpo femenino. Si te fijas en la última colección, había siluetas que otros no se atreven a explorar, y esas combinaciones de color y la pedrería enorme… siempre hay un toque de Yves, y siempre una pizca de oscuridad, cierto aire gótico, que lo hace contemporáneo”.
Una tarde a finales de junio, Vaccarello presentó la colección masculina de primavera-verano 2026 de Saint Laurent en la rotonda de la Bourse de Commerce de París, antaño mercado de granos y materias primas y hoy hogar de la colección de arte de François Pinault, propietario de Kering, empresa matriz de Saint Laurent. (Ese mismo día, a unos pasos de distancia, en el Centre Pompidou, Beyoncé asistía al desfile masculino de Louis Vuitton y se convertía al instante en la noticia más comentada del evento. Vaccarello tiende a evitar semejantes espectáculos). En la Bourse, la artista francesa de instalaciones sonoras Céleste Boursier-Mougenot había creado un estanque reflectante en el que cuencos de porcelana flotantes chocaban al azar, y en torno a él, al compás de un melancólico fondo de piano y cuerda, los modelos de Saint Laurent describían círculos lentos, manos en los bolsillos, gafas de sol exageradas, luciendo grandes trajes brillantes de hombros marcados y cinturas ceñidas. La paleta de ciruela, naranja tostado y chartreuse evocaba una versión ligeramente atenuada del color blocking de su colección femenina de otoño-invierno, desvelada en marzo. Lejos de cambios drásticos, las ideas de Vaccarello se destilan de un desfile a otro, atravesando géneros.
Para él, los dos temas clave de la obra de Yves Saint Laurent son “sexo y pudor: una blusa con lazo en el cuello, pero tiras del lazo y, de repente, ella está desnuda frente a un espejo, capturada por Helmut Newton”. Vaccarello admira esa tensión entre la superficie y lo que él denomina lo non-dit, lo no dicho, fuerzas que hilan precisamente Belle de Jour y su vestuario: la ama de casa burguesa que escapa de un matrimonio sin sexo dedicando sus tardes a satisfacer clientes en un burdel viste desde un recatado vestido negro con cuello y puños blancos hasta una gabardina negra de vinilo. “Esa es la dualidad que me fascina de Saint Laurent”, comenta Vaccarello, “la idea de ser muy sexual, pero siempre una sexualidad fría: creer que puedes poseerla, pero no puedes”. También, como al fundador, le obsesiona la emoción del peligro: un peligro presente en la atmósfera nocturna de París, bajo el fulgor anaranjado de sus edificios iluminados; en Los Ángeles y su historia de crímenes famosos; en el cine salvaje y neo-noir de Abel Ferrara; la amenaza en el estilo brujil de Angelina Jolie; el arriesgado ambiente nocturno de los años setenta, marcado por las drogas. “Cuando Yves Saint Laurent hizo su colección Scandale en el 71 y dejo muerto a todo el mundo –su abrigo verde de zorro es un icono de la firma–, lo basó en las prostitutas de los años cuarenta”, explica. “Tenían una forma muy libre de vestir que nos resulta muy atrayente. Jessica Rabbit lo recuperó en los 90, Madonna llevando una cruz sobre un escote pronunciado. Ese tipo de mal gusto también es importante en la moda: pasarse de la raya para crear algo diferente” (Saint Laurent confesó que su amiga Paloma Picasso, aficionada a buscar en los mercadillos piezas de moda de la posguerra, fue quien le inspiró Scandale).
