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China ha decidido dar su propia medicina a Estados Unidos. Ambas potencias han mapeado las fortalezas y debilidades de sus aliados y están utilizando los llamados puntos de estrangulamiento, en inglés chokepoints, para doblar el brazo de sus oponentes.
Si China abrazó la globalización con un orden internacional basado en reglas, ahora ha sido un alumno aventajado en la filosofía trumpista de utilizar como armas los puntos gatillo de la cadena de suministros global. Y lo ha hecho a través de una palanca difícil de contrarrestar: los controles a la exportación de las tierras raras y otros minerales críticos.
Las restricciones de estos 17 minerales se harán mediante la solicitud de una licencia que el Gobierno ya ha avisado que denegará para uso militar. El analista del Instituto de Estudios de Seguridad de la UE Joris Teer advierte de que, gracias a este papeleo, las autoridades chinas tendrán datos pormenorizados de quién usa sus tierras raras, en qué y para qué.
El factor burocrático facilita la discrecionalidad, y “China podría decidir dar una licencia a BYD en su fábrica de coches en España [si la instala], pero no a Nissan, por ejemplo”, dice Alicia García-Herrero, economista jefe de Asia-Pacífico en el banco Natixis.
Para EE UU, las tierras raras son imprescindibles en la industria del armamento. No se puede construir un F-35 -que necesita 400 kilos de tierras raras-, ni un submarino, ni un proyectil guiado. Si Washington intentó ganar la carrera tecnológica poniendo la zancadilla a China, los de Pekín le han advertido ahora de que se puede quedar atrás en la carrera armamentística. Europa se verá igual de afectada, con la industria alemana advirtiendo de que un retraso en la llegada de imanes -principal compuesto que deriva de las tierras raras pesadas- impedirá cumplir el plan de defensa, lo que también puede afectar al abastecimiento de Ucrania.
Pero el golpe más duro se lo llevarían dos industrias en el corazón del proyecto y la sociedad europea. El avance en electrificación y descarbonización, porque casi toda la tecnología verde necesita de tierras raras; y la automoción, especialmente los vehículos eléctricos. El motor da empleo a 13 millones de personas en Europa, y en mayo ya tuvo que suspender líneas de producción por la falta de estos componentes.
Hasta el 1 de diciembre, los controles chinos no entran en vigor, y Trump y Xi Jinping parecen dispuestos a negociar. El estadounidense quiere que China vuelva a comprar soja a sus agricultores. En el lado de la UE, China quiere que se levanten los aranceles a los coches eléctricos.
“Estados Unidos y China han puesto cada uno su revólver encima de la mesa. La UE debería poner el suyo… pero no ha hecho bien el diagnóstico de cuál es esa arma económica con la que sentarse a negociar” dice Miguel Otero, investigador del Real Instituto Elcano. El think tank ECFR propone usar el instrumento anticoerción, con el que la UE puede sancionar a un país hasta el punto de no dejarle acceder a su mercado. Contra los aranceles de Trump no se utilizó, pero en este caso hay más margen, ante la ausencia de contraprestación de seguridad por parte de China. Los investigadores también proponen presionar con la industria aeronáutica o la maquinaria europea, sin la cual China retrasaría su avance tecnológico. Josep Borrell, ex alto representante para Asuntos Exteriores de la UE, pone una pega a estas ideas: las decisiones en el bloque se hacen por consenso y el 40% de todas las inversiones chinas en el continente están en Hungría. Un país que vetará las sanciones.
En la conversación entre expertos surge con frecuencia el escenario de regresar a un sistema similar al de no-proliferación de armas nucleares, en el que China y EE UU se pongan ciertos controles mutuos en su carrera tecnológica, y en el uso de la IA. Cada vez hay más reminiscencias del tiempo de la Guerra Fría.
Mientras, Europa y EE UU se han lanzado a desarrollar una industria local de tierras raras que tardará en funcionar décadas, en el mejor de los casos. China lleva 40 años creando una industria vertical, con inversión estatal, subvenciones y planificación que la lleva a controlar prácticamente toda la cadena de suministro de estos componentes. El auténtico cuello de botella es el refinamiento de estos materiales, en algunos casos con residuos radioactivos, que es casi inexistente fuera de las manos chinas. Y sin refino estos minerales son inútiles.
En suelo europeo solo hay dos plantas de refino de tierras raras. Las reglas medioambientales europeas elevan hasta límites no viables económicamente este negocio. “Sin subvenciones es casi imposible”, dice Federico Gay, analista sénior del sector del litio en la consultora Benchmark Mineral Intelligence, que recuerda que el control total con el que opera China la lleva incluso a producir a pérdidas cuando lo ve necesario. El reciclaje de componentes desechados se presenta como una de las mejores bazas en el corto plazo.
Los inversores privados tienen complicado entrar en este mercado, que es oscuro y poco líquido. Los contratos son privados y el control chino lleva a manipular precios. En el último año, las dudas sobre la demanda de los vehículos eléctricos y el cambio a un tipo de baterías más eficientes provocó el desplome del litio y del cobalto. Estas oscilaciones tan bruscas asustan a los empresarios que tampoco tienen el know-how ni la maquinaria, que también estarán sometidas a restricciones del Dragón Rojo. La República Democrática del Congo ha puesto cuotas a la exportación de cobalto, del que comercializa el 80% mundial, para controlar los precios.
Solo Australia parece estar en condiciones de explotar el sector. En 2010, cuando China puso restricciones similares a Japón, la capacidad de exploración y explotación australiana sirvió de refugio. La dependencia de Japón de las tierras raras chinas ha pasado en 15 años del 90% al 60%. Las empresas australianas tienen en Malasia parte de su producción y refino. Indonesia y Brasil son otros de los países alternativos donde las inversiones occidentales pueden prosperar. Pekín trasladó la producción más contaminante, que ni el propio pueblo chino podía soportar, a Myanmar.
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