Maïmouna, una mujer de Léona, un pueblo de la región senegalesa de Louga (norte del país), empezó a blanquearse la piel de forma habitual en la veintena, poco antes de casarse con el primer hombre con el que compartió su vida. “Me despigmenté para mi boda, pero era para gustarme a mí misma”, dice, aunque reconoce a continuación que en realidad fue porque a su marido le gustaba. De hecho, fue él quien le dio el dinero para comprar los productos.
A punto de cumplir los 50, y pese a tener un cutis grisáceo, marcas visibles en el cuerpo y de vez en cuando reacciones cutáneas, Maïmouna no piensa abandonar su ritual de belleza. Sigue haciendo oídos sordos a las advertencias sanitarias: “Cuando tengo problemas en la piel, hago una pausa. Dejo que descanse y luego vuelvo a empezar”. Ni siquiera durante sus embarazos dejó de usar el xeesal, término en wolof para designar a la práctica del blanqueamiento facial. “Quería estar guapa para el día del parto y el bautizo”. Según la comadrona del pueblo, la despigmentación cutánea durante el embarazo es bastante común, a pesar de las posibles complicaciones obstétricas tanto para la madre como para el recién nacido, como retraso en el desarrollo, bajo peso al nacer, un nivel más bajo de cortisol en plasma o una placenta más pequeña.
“El xeesal no es bueno. Y a la religión musulmana tampoco le gusta. Dios quiere que seamos tal como nacimos. Así que todos los días, cuando rezo por la noche, pido perdón», cuenta Maïmouna con ojos apenados.

A cuatro horas en coche, en los pasillos del Departamento de Dermatología del Centro de Higiene Social de Dakar, tras una puerta discreta, se encuentra la sede de AIIDA, la Asociación Internacional de Información sobre la Despigmentación Artificial. Desde 2002 este refugio acoge a quienes se someten a este procedimiento, en su mayoría mujeres.
El blanqueamiento de la piel está muy extendido en la sociedad senegalesa, pese a los riesgos para la salud que conlleva esta práctica. Según un análisis de 2023 de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la prevalencia de la despigmentación voluntaria de la piel era del 50% en el país. Y de acuerdo con la trabajadora social y dermatóloga Astou Diouf, presidenta de AIIDA, en los últimos 10 años esta práctica ha adquirido en Senegal proporciones alarmantes.
“¿El xeesal?“, repite Nyamae Aminata Touré, coordinadora del equipo de trabajadores sociales de AIIDA. ”Miren a su alrededor. No verán otra cosa que pieles dañadas», dice señalando una salita de espera abarrotada. “Aquí más de la mitad de las mujeres que piden cita al dermatólogo presentan al menos una complicación debida a la despigmentación, y a veces dos, tres o incluso más.”
La dermatóloga, investigadora, fundadora de AIIDA y principal referente en la lucha contra la despigmentación en Senegal Fatimata Ly, subraya el impacto y la toxicidad generalizada de esta práctica sobre todo el cuerpo. “Ningún órgano se salva de las consecuencias de la despigmentación voluntaria”.
La pesada carga del ‘xeesal’
Lo habitual es que la despigmentación artificial empiece siendo un ritual estético más: una se aplica un jabón, un aceite, una crema o una gama entera de productos con la esperanza de aclararse la piel para sentirse más raferna (guapa). Estos cosméticos prometen una tez más clara o incluso blanca en tan solo siete días y su uso suele acentuarse antes de celebraciones importantes, como por ejemplo bodas, bautizos o fiestas religiosas. Sin embargo, lo que más preocupa a los especialistas es la aplicación constante de estos productos durante varios años, porque los efectos más graves pueden empezar a notarse 15 años después de haber comenzado su uso periódico. Entre ellos, diabetes, acné, estrías en la piel e incluso se han documentado casos de cáncer asociados al uso de estos productos.
Antes de rezar y acostarse, dos veces por semana, Maïmouna se aplica sus productos. “A ojo”, mezcla cremas y aceites, a veces diluidos con un poco de agua para ajustar la textura y la intensidad deseada. Está convencida de que las gamas más caras son menos perjudiciales y que incluso pueden “reparar la piel”, por lo que invierte en productos que cuestan 20.000 francos CFA (unos 30 euros) —en Senegal, el salario mínimo no llega a 90 euros—. Sin embargo, para esta madre sigue tratándose de una inversión prioritaria. Su actual pareja también opina que el xeesal la hace más atractiva. “Aquí, en Louga, es algo que gusta a muchos hombres”, sostiene.
Su principal motivación es “verse más guapas”, cuando en realidad acabarán sin “poder mirarse al espejo”, lamenta Nyamae Aminata Touré. “Existen casos espantosos. Con el paso de los años, la piel queda tan deteriorada, las estrías y las quemaduras son tan extremas, que una mujer confesó que ya no se atrevía a mostrarse desnuda ante su marido. Muchas veces les horroriza su propio reflejo”.
“Yo antes era guapa. Estaba casada y era muy bonita”, cuenta Bintou, vecina del barrio periférico de Dalifort, al sureste de Dakar. En 2013 le aparecieron las primeras manchas. En ese momento disminuyó el uso de estos productos, pero no sirvió de nada. Hoy, con algo más de 60 años, su piel está marcada de forma irreversible: tiene la cara llena de llagas oscuras que conforman una especie de máscara alrededor de los ojos, y el tono desigual de las manos acusa años de exposición a productos blanqueadores. “Tenemos que decirle a la juventud: no os hagáis el xeesal, que es bàrul (‘malo’). Antes no solía darle demasiada importancia… pero ahora basta con mirarme la piel. Si lo vieran las jóvenes, sobrarían las palabras».
La mayoría de estos productos contienen dosis excesivamente altas de corticosteroides, unas potentes sustancias derivadas de la cortisona que tienen muchos efectos secundarios, como hematomas en la piel, cambios de humor, aumento de peso o irritación estomacal. También suelen contener sustancias químicas como la hidroquinona, que lleva desde el año 2000 prohibida en la Unión Europea como ingrediente de cosméticos sin receta, o incluso metales pesados, como el mercurio.
Disponibles en varios formatos y concentraciones, estos cosméticos ―que se producen sobre todo en África Occidental o Asia— se venden por todas partes: en pequeñas tiendas, supermercados, por internet, en redes sociales como Snapchat, e incluso hay vendedores ambulantes que los reparten directamente a domicilio.
Miren a su alrededor. No verán otra cosa que pieles dañadas
Nyamae Aminata Touré, coordinadora del equipo de trabajadores sociales de AIIDA
“No llevan nada escrito en el frasco”, explica la doctora Astou Diouf. “Solo aparece una mujer atractiva y despigmentada. Lo compran por la imagen, porque piensan: ‘Quiero ser como ella”, añade. “Así que esperan una semana, funciona y ya han mordido el anzuelo. Lo comentan con sus amigas, se intercambian los recipientes… Y las ventas se disparan”.
Nyamae Aminata Touré, de AIIDA, insiste en que las mujeres que hacen el xeesal saben de sus posibles efectos perjudiciales. “No hace falta traer a un dermatólogo para advertirles. Toda mujer que se hace el xeesal tiene cerca a una madre, una tía, una hermana que ha sufrido. Pero es como una droga. No pueden abandonar el hábito, aun conociendo los riesgos».
Dejar la despigmentación artificial es complejo. Si se interrumpe el proceso, el pigmento natural de la piel vuelve a aparecer. A menudo este regreso provoca angustia y muchas mujeres siguen aclarándose la piel, a veces en secreto, incluso ocultándoselo a los médicos que las atienden.
En parte este comportamiento se explica por la presión social. A veces los más allegados son una influencia negativa para quien intenta dejar atrás esta práctica: “En cuanto se les oscurece un poco la piel, a lo mejor el marido le suelta: ‘¿Qué te pasa? ¿Como es qué estás así?’. Y luego la vecina le dice: ‘¿Estás enferma? ¿No tienes dinero para cuidarte?’, relata la trabajadora social. “Y ahí es cuando recaen”.
Ningún órgano se salva de las consecuencias de la despigmentación voluntaria
Fatimata Ly, dermatóloga, investigadora y fundadora de AIIDA
Con la mirada devastada, la doctora Astou Diouf añade: “La mayor parte solo lo deja cuando no tiene más opción, si las lesiones son graves. En los peores casos, derivan en cáncer”.
“Si no te haces ‘xeesal’, no tienes amigas y no gustas a los chicos”
Con el objetivo de abordar la falta de asistencia y cobertura médica y que se reconozca la gravedad del fenómeno, AIIDA lleva años apelando a los responsables políticos para que actúen. Una de sus principales victorias sigue siendo la aprobación en 2017 del artículo 112 del Código de Prensa, que prohíbe la promoción de productos despigmentantes por televisión y radio.

Una victoria bienvenida, aunque agridulce: pese a la vigilancia del Consejo Nacional de Regulación Audiovisual (CNRA) sobre los anuncios, la mayoría de las presentadoras de televisión siguen luciendo un cutis claro. Los ideales normativos de belleza que sustentan la despigmentación siguen profundamente arraigados en la cultura popular y son mucho más difíciles de regular.
Estos cánones se refuerzan gracias a los videoclips y series populares, como Xalisso, que se emiten constantemente en hogares, restaurantes o salones de belleza. En ellos aparecen actrices que muestran signos evidentes de haberse blanqueado la piel. A esto se le suma que rara vez se ven en los carteles de publicidad callejera personas de piel oscura.
“Son productos que suponen una fuente de ingresos considerable. Si nuestras leyes no son lo bastante contundentes, es por motivos económicos”, lamenta Ly, que denuncia esta falta de voluntad política. “En Mauritania tienen una ley que prohíbe la importación de productos despigmentantes y se bloquea su entrada en aduanas. Además, ha puesto en marcha un plan nacional para combatir la despigmentación voluntaria”, agrega.
Sin embargo, la investigadora alberga la esperanza de que se produzcan cambios con la nueva configuración política. “Veremos si con el Gobierno actual cambian las cosas”, aludiendo al Ejecutivo de Bassirou Diomaye Faye.
Mientras tanto, la labor de AIIDA prosigue en otros frentes. Organizan campañas de sensibilización en las escuelas para ayudar a las jóvenes a redescubrir el orgullo por su color de piel. Una tarea titánica, teniendo en cuenta la magnitud y la normalización de la despigmentación.
En el pueblo de Léona, por ejemplo, las adolescentes empiezan con estas prácticas a los 10 años. “Empecé usando los productos del baño de mi madre, porque yo la veía más guapa”, explica con timidez Seynabou, la hija menor de Maïmouna, que tiene 17 años. Al igual que ella, sus amigas ya viven en un entorno donde la despigmentación se ha convertido en una norma social. Todas reconocen que “está de moda” y en su instituto prácticamente todas las chicas los utilizan.
“Si no te haces xeesal, no tienes amigas. Te quedas sola y no gustas a los chicos», susurra otra joven. “Para que te vean, para que te miren, para encontrar marido y ser la primera esposa, tienes que ser djongoma (‘atractiva’)“, comenta otra entre las carcajadas del grupo.
Las chicas saben que no es bueno, sobre todo las cremas que usan de menos de 1.000 francos CFA (unos 1,50 euros), pero explican que siguen aplicándoselas todos los días. “Lo dejaremos cuando seamos lo bastante djongoma», acaban diciendo las amigas. Todas se han encontrado ya lesiones en el cuerpo.
“Cuando ves a una chica muy guapa, piensas: ¿Por qué no puedo parecerme a ella? Seguro que encontrará marido enseguida», dice Marie, de 20 años, la hija mayor de Maïmouna. A pesar de ello, ha decidido no seguir los pasos de su madre: no quiere ser la primera esposa de nadie, ni tampoco usar despigmentantes. “Soy negra y estoy orgullosa de mi piel de ébano”, afirma. “Puedes ser guapa y seguir siendo natural. Hay muchos hombres a los que no les gusta el xeesal.»
Marie asegura que no siente presión ni por parte de su madre ni de su hermana pequeña. “Más bien soy yo la que les dice cosas y les insiste en que está mal y que se están destrozando la piel. Pero ellas me dicen que me meta en mis asuntos”. Se encoge de hombros y remata: “Al fin y al cabo, cada cual es libre de decidir si se hace o no el xeesal».
