
El caso de Sandra Peña nos ha dejado sin aire. Sus padres pidieron ayuda una y otra vez, pero el colegio no actuó. Ese silencio —el de los adultos que miran hacia otro lado— duele tanto como las burlas. Porque cuando un niño pide protección y no la encuentra, el daño se hace infinito. Muchos sabemos lo que es eso: ser diferentes, ser señalados, ser apartados mientras todos callan. Y lo más amargo es ver cómo algunos de los que antes acosaban hoy comparten mensajes de empatía o incluso enseñan en colegios. Quizá algunos hayan cambiado, quizá el tiempo les haya enseñado lo que entonces no entendían. Pero aun así, las preguntas siguen ahí: ¿cómo va a enseñar empatía quien nunca la tuvo? ¿Cómo vas a perdonar a alguien que nunca te pidió perdón? El tiempo pasa, sí, pero el eco de aquel silencio sigue. Ojalá esta vez no se tape con palabras bonitas. Ojalá entendamos de una vez que proteger a un niño no es un gesto; es una obligación.

