Exceso de información: cómo puede ayudarte el ayuno informativo
En la era del bienestar consciente hemos decidido cuidar lo que comemos, lo que ponemos en nuestra piel e, incluso, lo que pensamos. Pero en una sociedad hiperconectada, hipernotificada e hiperestimulada se pasa por alto el efecto que tiene en la salud mental la información que recibimos (de forma activa y pasiva). Sin embargo, los datos son contundentes: el cerebro tiende a retener hasta 13 veces más información negativa que positiva. Este hecho tiene su origen en una cuestión de supervivencia pura y dura, pero en 2024 es momento de hacer frente a ese primitivo prejuicio de negatividad porque, tal y como apunta Marta Calderero, profesora de estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de UOC, “en la era de la sobreinformación esto juega en nuestra contra y reduce significativamente nuestro bienestar social”.
“Existe evidencia científica que sugiere que el cerebro tiende a procesar y recordar la información negativa con mayor facilidad e intensidad que la positiva. Esto se debe a un sesgo cognitivo conocido como sesgo de negatividad, el cual nos impulsa a prestar más atención a las amenazas o peligros potenciales. Ha sido crucial para la supervivencia de nuestra especie, ya que nos permitió identificar y reaccionar ante situaciones de riesgo. Aunque hoy en día ya no enfrentamos los mismos peligros, sigue influyendo en nuestra percepción y memoria”, explica la psicóloga Pilar Guerra.
Para la psiquiatra María Velasco, autora del libro ‘Criar con salud mental’ (Paidós), las vivencias personales durante la niñez ejercen una fuerza importante en este sentido. “Nuestro cerebro va a estar alerta y pendiente de todas las cosas que supongan un peligro, pero dependiendo de la educación que hayamos recibo, de la crianza y de las vivencias de la infancia, esa alerta que tenemos de serie va a estar más desarrollada”. Para el psicólogo José Elías, que el sistema nervioso tenga una mayor sensibilidad hacia lo negativo para protegerse de posibles peligros, también tiene relación con otro concepto vinculado con uno de los sentimientos más fuertes que existen: el miedo. “Nos afectan más las emociones y situaciones negativas porque las tememos más y las creemos más realizables que las positivas”, explica el experto.
Controlar la información que consumimos puede beneficiarnos
Estos datos no pretenden desterrar de nuestra experiencia de vida las malas noticias o las emociones negativas. Son necesarias, y tal y como afirma Unai Aso, psicólogo de Unobravo España, “si se manejan de manera profunda y detallada nos podría preparar mejor y nos servirían de autoprotección, también para impulsar cambios y evitar la repetición de errores”, pero en una sociedad sobreinformada en la que las malas noticias (o las falsas) llegan a nuestros ojos y oídos incluso en contra de nuestra voluntad, cuidar lo que consumimos de forma consciente es otra manera de proteger la salud mental. Y para muestra, otro botón en forma de estudio: el llevado a cabo en 2016 con un grupo de 1095 participantes que se abstuvieron de usar Facebook durante una semana reportando “mayores niveles de satisfacción con la vida y menores niveles de ansiedad comparados con los de un grupo que continuó su uso regular”, explica Aso. Un dato definitivo que invita a la reflexión en la era del scroll infinito (y automatizado).
A toda esta batería de inconvenientes emocionales que tiene el consumo inconsciente y masivo de malas noticias –o de vidas idealizadas a través de Instagram– se suma la manera en la que afecta a nuestra longevidad. “La información que recibimos se plasma en las sucesivas lecturas de la información genética. Cada vez que tenemos un evento adverso el ADN se marca químicamente para hacer más fácil o difícil que se repita el fenómeno. El proceso consiste en la adición de un grupo metilo (CH3) a las proteínas presentes en la cromatina de las células. La intensidad de esta metilación se correlaciona con la edad biológica de los animales y sirve para calcular su edad en el laboratorio. En los seres humanos hay muchos estudios de correlación entre la capacidad y el grado de metilación con la llamada edad biológica”, explica el doctor Vicente Mera, responsable de medicina interna y antienvejecimiento en Sha Wellness Clinic.
Un respiro informativo
En pleno apogeo del cuidado de la salud mental, parece que abanderar las bondades de un ayuno informativo o dieta mediática mediante un ejercicio de selección de información puede ser una herramienta poderosa. “Las investigaciones científicas muestran que podemos reducir nuestro estrés y ansiedad y mejorar nuestro estado de ánimo si consumimos información buena después de leer malas noticias. Las emociones positivas brotan y crece nuestra felicidad, optimismo y satisfacción vital”, afirma Marta Calderero en una primera aproximación de lo que podía ser este proceso depurativo. Un proceso que no parece fácil ya que en muchas ocasiones ese consumo puede ser pasivo a través de alertas, notificaciones, whatsapps y el mensaje subliminal que pueden constituir ciertas cuentas de Instagram que seguimos. Elías insiste en la importancia de ser “activos en la forma de acceder a la información. Hace años teníamos la oportunidad de escoger, comprábamos el periódico o la revista que nos gustaba. Pero ahora la información nos invade y por ello tenemos que aprender cuál queremos recibir”. La doctora Velasco recuerda que antes existía la posibilidad de anticiparse psicológicamente antes de ver las noticias, pero ahora la información circula y se puede acceder a ella en cualquier momento y lugar. “No podemos estar consumiendo todo constantemente y dejarnos seducir por la hiperestimulación que nos aleja de la vida real”.
No estamos hablando de una desconexión de la realidad, “sino de un consumo moderado y equilibrado, priorizando temas que sean relevantes y significativos”, añade Guerra. Hay varias estrategias: desde silenciar notificaciones a establecer horarios específicos para revisar noticias y redes sociales, pasando por la lectura de los artículos más allá de los titulares y la selección de momentos tranquilos para informarse. Calderero aconseja hacer un ejercicio proactivo de elección de informaciones positivas e inspiradoras y la necesidad de “hacer descansos de información y practicar la atención plena, dedicando tiempo a actividades identitarias y relajantes que permitan conectar con uno mismo y alejarse de las pantallas”. Guerra no descarta iniciarse en la desconexión total (el detox digital) durante periodos de tiempo cortos, como un fin de semana o un día completo. “Y observar cómo nos sentimos y si esto nos ayuda a reducir el estrés y la ansiedad”, añade.
Un uso consciente (y moderado) de las redes sociales
Otro ejercicio para cuidar lo que vemos, oímos y recordamos tiene que ver con la relación que tenemos con las redes sociales y los perfiles que seguimos. Unai Aso confirma que la exposición frecuente a contenido idealizado está correlacionado con niveles altos de depresión y ansiedad y, al mismo tiempo, a mayor sintomatología depresiva, mayor uso de redes sociales. Y todo ello con otro dato abrumador: el consumo pasivo de redes sociales en el que nos sumergimos la mayoría de las personas en diversos momentos del día y en el que se navega sin interactuar “está asociado con una disminución de bienestar y un aumento de la soledad y envidia. En cambio, el uso activo (interactuar con amigos, comentar y publicar) tiene efectos menos negativos”, señala el experto. María Velasco no pasa por alto la habilidad del algoritmo para mostrar un contenido que “hace que la realidad de cada uno sea cada vez más pequeña y nos hace ser más intolerantes frente a otros precisamente porque creemos que la única realidad que existe es la que consumimos. Estamos empequeñeciendo nuestra capacidad de comprender a los demás pensando que lo que cada uno ve en su móvil es real, cuando no es así”, reflexiona la doctora.