En Vogue nos hemos propuesto hacer un repaso de las mujeres en las que es imposible parar de pensar este verano y, dado que el de 2024 es sin duda SU verano, no podíamos sino empezar mencionándola a ella, el icono de Essex que ha teñido de verde nuestras existencias: Charli XCX. A punto de cumplir treinta y dos, no es una recién llegada, pero este año ha dado un salto espacial gracias a Brat, su último disco, que hace pocos días superaba las cuatrocientas millones de escuchas. Tan probable es que en España la conozcáis como que no: maestra en colarse en el mainstream sin perder el prestigio inherente al underground, ha arrasado sin dejar de pertenecer a the girls and the gays (la comunidad LGTBI y las chicas de internet). Dicho eso, la propia Kamala Harris ha adoptado su estética de cara a la próxima campaña presidencial, signo inequívoco de que Brat ha sido absorbido por el sistema. ¿Quedará la naturaleza electrizante de Charli sepultada bajo su triunfo masivo?
Nacida en Inglaterra, hija de una madre de origen indio y un padre escocés, ha ido espolvoreando el panorama musical con su talento desde sus inicios, colaborando en canciones ajenas que forman parte ya de la memoria colectiva (véase I love it, de Icona Pop) e influenciando a artistas que hoy se atreven a encarnar un estilo por entonces considerado menor. Sin ir más lejos, otra de las chicas que en este tiempo ha publicado álbum es a menudo acusada de copiarla: Camilla Cabello, cuya identidad reciente bebe de los códigos del hyperpop, género subversivo en el que Charli se ha movido como nadie. Entre un sinfín de debates sobre la autenticidad del artista ante una maquinaria deseosa de regurgitar fórmulas, las redes se han llenado de críticas a Cabello y halagos a nuestra protagonista, ejemplo perfecto de creadora sustancial. Pero, en lugar de aprovechar este texto para enfrentar a dos mujeres, aprovechémoslo para destacar ese himno feminista que ha surgido de Brat: el remix con Lorde.
¿Por qué lo llamo ‘himno feminista’? Porque se trata de un canto –nunca mejor dicho– a la sororidad, y además a una sororidad no entendida en términos ñoños sino punzantes, honestos, complejos, dolorosos. Lorde y Charli, ambas exitosas en el mismo campo durante la misma década, con un público similar, han mantenido una relación extraña, no tanto por lo que ocurría entre ellas como por lo que ocurría DENTRO de ellas cuando estaban frente a la otra. Dudas, envidia, inseguridad, admiración… En un ejercicio de sinceridad brutal –liberadora y quizás hasta incómoda–, dos mujeres condenadas a rivalizar se dicen lo que sienten (y lo hacen abarcando el espectro completo de emociones). Apuntaba Eva Sebastián que hay algo tremendamente novedoso en esta aproximación tan vulnerable: en una industria acostumbrada a beefs, coincidiendo con la pelea de gallos entre Drake y Kendrick Lamar, Charli y Lorde inventan maneras de confrontarse y encontrarse.
Sería una falta de respeto no aludir en este texto a algunas de las personas que han acompañado a Charli en su camino a convertirse en la estrella que es hoy. Primero: A. G. Cook, su productor habitual, propulsor de la música PC y genio creativo que ha redefinido la cultura y vertebrado la carrera que nos ocupa. Segundo: SOPHIE. La compositora, que falleció en 2021 en Grecia (mientras intentaba ver con mayor claridad la luna), fue una presencia fundamental en la vida de Charli: ambas se imbuyeron de la energía de la otra y juntas engendraron temas que han pasado a la historia. Y es que parte del encanto de su trayectoria radica en eso: siempre generosa a la hora de reconocer sus fuentes de inspiración, el trabajo de Charli es resultado de convergencias afortunadas y vínculos sólidos entre personas especiales.