No hacer nada: cómo empezar a disfrutarlo sin sentir culpa
Vivimos en una aparente lucha por ver quién es capaz de acumular más cosas en su lista de tareas y enorgullecerse de ser capaz de tacharlas con la mayor rapidez y eficacia posibles. Por si no fuera poco, contamos también con un amplio abanico de posibilidades para no aburrirnos y mantener ocupada nuestra mente: una (gran) variedad de plataformas de series y películas con catálogos infinitos, podcasts que escuchar durante horas y horas, o vídeos de formato corto como los de TikTok y Reels al alcance de un simple desliz en la pantalla de nuestro smartphone. Continuos quehaceres que nos mantienen ocupados y herramientas que parecen mejorar el tiempo libre, pero que dificultan la oportunidad de frenar de forma consciente aunque sea un poco. ¿Has probado a estar sin hacer nada? ¿A estar tumbado sin móvil en mano o a pasear sin rumbo fijo? Quizás hayas sentido que estabas perdiendo el tiempo, pero se trata de una herramienta fundamental para el bienestar del cerebro y de la mente.
Un pensamiento muy interiorizado culturalmente
Aunque pueda parecer que el ritmo tan frenético que sigue la vida en estos días es el culpable de no poder estar sin hacer nada sin sentir culpa o FOMO –las famosas siglas inglesas de «fear of missing out», es decir, “miedo a perderse algo”– en el proceso, en realidad, existe un valor cultural detrás de todo esto. Así nos lo recuerda Patri Psicóloga (@patri_psicologa): “De pequeños, estar sin hacer nada era signo de ser un vago”. De hecho, muchas veces se entiende (erróneamente) como sinónimo de perder el tiempo. “El valor de ser un vago es el valor antagonista del valor del esfuerzo”, explica. Y la cultura del esfuerzo ya sabemos que puede tener ciertos rasgos tóxicos.
Parar un poco a veces deriva en pensamientos rumiantes relacionados con el malestar producido por no estar cumpliendo metas o tachando cosas de tu to do list. “Cuando te ves en un sillón sin hacer nada, tienes la sensación que lo que estás haciendo está mal, porque no te estás esforzando, porque no estás siendo productiva”, argumenta la psicóloga. Y aunque la productividad de nuestras rutinas esté muy interiorizada y conozcamos numerosos métodos para desarrollarla, también debemos saber dejarla en pausa, aunque sea en determinados momentos.
Acabar con la productividad tóxica o la hiperproductividad
Ser productivos es reconfortante –admitámoslo–. Cumplir metas y objetivos es todo un logro y razón suficiente para sentirse orgulloso y un aliciente extra a la motivación. Sin embargo, no debe convertirse en un arma de doble filo que nos castigue cuando no conseguimos los resultados esperados. Porque, sí, a veces es imposible llegar a todo y esto es algo que deberíamos aceptar (y comprender) para no caer en la hiperproductividad. La psicóloga nos cuenta en qué consiste: “Es entender que lo correcto es estar siempre produciendo y que no hacerlo es perder el tiempo”.
Esto nos lleva a un razonamiento muy habitual en estos casos: “Cuando yo hago muchas cosas, está bien, y no solo hago lo que se espera de mí, sino que cumplo con mis propias expectativas. Sin embargo, cuando no estoy haciendo nada, estoy perdiendo el tiempo”. ¿Y por qué asociamos no hacer nada como algo negativo? Patri nos da la respuesta: “Porque lo hemos escuchado muchas veces a través de frases como ‘el tiempo es oro’ o ‘el tiempo no debería perderse’.»
Aprovechar el tiempo para no hacer nada es también un símbolo de autocuidado y de bienestar. “Cuando no hacemos nada no perdemos el tiempo, lo que estamos haciendo es invertir en nuestra salud mental, porque nuestro cerebro necesita ese descanso”, recuerda la psicóloga. “Si no le damos ese respiro a nivel cognitivo, con el exceso de información y la hiperconectividad con la que vivimos, nuestro cerebro se agota, como cuando uno muscularmente entrena más de lo que está acostumbrado y los músculos tienen agujetas”, asegura. “Debemos romper con la ecuación establecida y entender de una vez por todas que no hacer nada no es sinónimo de perder el tiempo”.
Pero, ¿qué es realmente no hacer nada?
Vaciar (o reducir) la lista de tareas o compromisos para pasar tiempo con uno mismo y aprender a parar es esencial. “Mucha gente se llena de quehaceres no porque no sepa aburrirse, sino porque entiende que aburrirse está mal”, recuerda la experta. “Y ahora, más que nunca, necesitamos no hacer nada, focalizarnos en una sola cosa y tener reposo y quietud mental”.
Frenar entre tantos estímulos y posibilidades no es buscar algo que nos mantenga ocupados y distraídos de nuestra rutina o mente. “Cuando no haces nada es: no hacer nada, pero de verdad”, aclara Patri. “Es decir, me siento en el sillón y no hago nada, me voy a pasear sin más intención que pasear, sin un podcast o con el móvil de por medio”, añade. La psicóloga nos cuenta por qué este hábito es tan necesario: “Es algo que el cerebro necesita para recuperarse de la intensidad informativa, de la de toma de decisiones y del estrés cognitivo al que lo tenemos sometido”.
Empezar a estar sin hacer nada (sin sentir culpa)
La psicóloga nos recomienda aprender a no hacer nada (además de porque nuestro cerebro lo necesita) porque “ahora necesitamos, más que nunca, focalizarnos en una sola cosa, tener reposo y quietud mental”. ¿Y cómo acabar, entonces, con esa culpabilidad para poder realmente disfrutar de estos momentos? “Para dejar de tener esa vocecita en nuestro interior, simplemente tenemos que exponernos al malestar que supone no hacer nada y que, cuando la voz aparezca, la mandemos callar”, aconseja. “Recordarnos que ya sabemos que no estamos haciendo nada, que no estamos siendo productivos y no hablar con esos pensamientos ni obedecerlos”.