No es esta la única intención que tienen Harris y su equipo: además de alejarse de la élite –de la que Trump siempre ha presumido de no formar parte; de hecho, una de las principales acusaciones que le hacía a Hillary Clinton era precisamente esa: pertenecer a la jet set estadounidense–, lo que se pretende durante estos escasos dos meses de campaña es lograr una imagen que no desentone, pero que concede ciertos guiños a determinados sectores de la población a los que se busca atraer. Y las mujeres son importantes en este sentido, porque Harris se ha convertido, en cierto modo, en un símbolo feminista para muchas mujeres en todo el mundo occidental. Y el fenómeno Kamala is Brat es una prueba de ello.
Por eso y porque conoce sus implicaciones, la pasada noche la demócrata apostó por un sobrio traje azul cobalto que llevó con una blusa con lazo, también conocida como pussy bow. La pieza, símbolo de la incorporación en masa al mercado laboral durante los años 70 por parte de las mujeres, es una habitual en el armario de Harris, que no descuida la fuerza de una prenda que destila empoderamiento.
Pero lo más difícil todavía fue su beauty look. Estamos acostumbradas a verla con su melena peinada en suaves ondas, aunque esta vez su emblemático cabello fue lo de menos: llamaban más la atención el tono rosado ‘nude’ escogido para sus labios o el que le aplicaron en la parte alta de las mejillas para enfatizar también la mirada. Un trazo clásico enmarcando las pestañas y un sutil perfilado de labios.
Y si esos pequeños destellos coqueteaban con esa feminidad tantas veces denostada, su manicura francesa ofrecía una declaración de intenciones sin precedentes. Porque aunque lo entendido tradicionalmente como femenino tuvo durante siglos muy mala prensa, ha llegado el momento de dejarlo atrás. Y Kamala lo sabe.
Kamala Harris en un momento del debate.SAUL LOEB/Getty Images