En la pasarela no había las típicas modelos de pasarela de paso enérgico y decidido, sino criaturas fantásticas que se movían en grupos de tres, absorbidas por el entorno. Allí estaban Eva Herzigova, Irina Shayk, Paloma Elsesser, Anok Yai, caras conocidas transformadas en personajes de un cuento de hadas contemporáneo. Bicornios que recordaban al sombrero de Napoleón o estructurados en forma de barco, plumas, cejas negras dibujadas con formas caricaturescas, rosas coloreadas a modo de estampados, adornos o aplicaciones luminosas entre hojas de tela tridimensionales, páginas de libros arrancadas y pegadas a mano sobre las prendas, un retrato de Dante Alighieri, un cuadro de un desnudo femenino de espaldas, una ilustración de Bambi… Marni presentó una belleza que se fragmenta y al mismo tiempo se eleva, reduciéndose así a su forma más pura. Como prolongación natural de los cuerpos, las líneas y los volúmenes de las prendas se simplificaron con respecto a enfoques anteriores del diseñador: capas y capotes, faldas con volumen y vestidos elásticos, pantalones pitillo y hombros exagerados que no ocultan las formas, sino que las delinean sin constreñirlas.
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