Asimismo, la psicóloga recuerda que es una necesidad vital para todos, desde bebés y niños hasta adultos y personas mayores. “Es parte de nuestro lenguaje. De hecho, a día de hoy, se recomienda el piel con piel con los recién nacidos, y no por capricho, sino para favorecer el andamiaje somatosensorial de sus cerebros, lo cual optimiza su desarrollo cognitivo, perceptivo, social y también físico”. Sánchez recalca que la falta de contacto físico altera el crecimiento físico y mental de los bebés, como concluyó una investigación de la universidad de Duke en la que se demostró que necesitamos recibir abrazos y caricias desde que nacemos, y que el contacto físico juega un papel muy importante en el desarrollo de las neuronas. “Además, está implicado en la segregación de neurotransmisores y hormonas como la dopamina y la oxitocina que combaten la tristeza y el estrés y se relacionan con el bienestar, al igual que la serotonina. Por lo que la falta de este influye también en nuestro estado de ánimo”.
El contacto físico en la era digital
Soler afirma que el papel que tienen las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) a la hora de relacionarnos depende del uso que le demos. Por su parte, Sánchez observa que aunque los jóvenes utilizan medios digitales para comunicarse y hablar en muchos momentos, siguen prefiriendo el contacto presencial. “Quienes priorizan las relaciones digitales, suelen tener en común dificultades a nivel relacional, como por ejemplo poca destreza con las habilidades sociales, ansiedad social, aislamiento, sentimientos de inferioridad, experiencias de rechazo y traumáticas”, y señala que el problema de relacionarse por esta vía es que no saben resolver conflictos, ya que no afrontan el estar con otra persona en tiempo y espacio. “Además, hacerlo online evita mostrarse y favorece la creación de una identidad ficticia, lo que lleva a más aislamiento, más sensación de rechazo y soledad”.
Para el profesor Soler, las mascotas u otro tipo de animales son la mejor manera de compensar la ausencia de contacto físico y mitigar sus riesgos, algo que se han refrendado gracias a investigaciones como la de la Universidad Estatal de Washington, que en un estudio comprobó que interactuar físicamente con perros y gatos durante diez minutos reducía los niveles de cortisol. Y, aunque no es lo ideal, un estudio realizado por el Instituto de Neurociencia de los Países Bajos, pudo observar que el contacto físico con un robot aporta los mismos beneficios para la salud física que con un humano, aunque los beneficios para la salud mental sean menores. «¿Quién no tuvo un osito de peluche con el que dormía más a gusto abrazado a él? No nos asusta tanto como la posibilidad de vernos abrazados a un robot en un futuro, pero al fin y al cabo es lo mismo», apunta Soler. Aunque nunca podrán suplantar por completo las interacciones humanas, pueden ser un buen apoyo para aquellas personas que lo necesitan.
Por su parte Gema Sánchez Cuevas opina que no debemos perder de vista a cada persona y sus necesidades, ya que si lo que se experimenta más bien es una especie de fobia o rechazo al contacto, la mejor opción es hacer terapia psicológica para trabajar con ciertas heridas. “También se puede empezar hablando sobre cómo te sientes con el contacto físico, tratar de demostrar afecto a través de gestos como abrazos y caricias, y otra opción podría ser expresar aquello que sientes a través de la palabra, ya sea escrita o en una conversación”.