Caroline O’Donoghue: “Se suponía que había que ser muy sexual, pero todo en la sociedad en la que vivía era muy conservador. Y creo que eso generó una especie de disociación en muchas mujeres”

El primer plot twist no tarda demasiado en surgir y lo hace de manera complementamente inesperada frente a nosotras. Esta no es una historia de relaciones afectivo-sexuales, o no solo. El factor Rachel (Libros del Asteroide, 2024) habla de amor, pero del otro, del que casi nunca hablamos en la ficción. Rachel, la protagonista de la nueva novela de Caroline O’Donoghue —concebida durante el periodo de confinamiento de 2021— se prenda del que pronto se convertirá en mejor amigo. James será siempre James. Después aparecerán otros James, pero nunca serán llamados por su nombre de pila. Una prueba más de que el primer James jamás será sustituido, tampoco por el amor marital. Y eso sigue siendo llamativo (y revolucionario).

Estamos ante una historia de embelesamiento veinteañero, convertido en vínculo duradero e inquebrantable a pesar de los cambios emocionales, temporales y espaciales. Una propuesta temática que comporta —según O’Donoghue— una mayor pericia técnica pues supone desafiar los habituales giros de guion que comporta una relación de pareja al uso. A saber: enamorarse, casarse, tener hijos, separarse… No hay nada escrito en términos de amistad, o al menos no de manera tan evidente.

Pero El factor Rachel es también la historia de una universitaria irlandesa a comienzos de siglo, con las preocupaciones habituales de una joven precaria que no sabe a dónde dirigirse. Con la crisis financiera de 2008 como telón de fondo, pero también con todo ese menjunge cultural y político propio de entonces; un momento histórico en donde el feminismo aún no había permeado —y tampoco muchos de los derechos sociales que hemos conquistado hace no hace tanto—.

El personaje de James, el mejor amigo de la protagonista, es un chico gay con su identidad propia, pero que al mismo tontea con los estereotipos… ¿Cómo abordaste su construcción?

Cuando escribes sobre un sector de la población estereotipado racialmente, sexualmente o de alguna otra manera, no quieres caer en eso que se hace de manera habitual y que consiste en extralimitar a un personaje; convertirlo en una serie de rasgos o de looks… Pero a veces los estereotipos funcionan porque hay algo de verdad en ellos: hay muchos hombres gays que son muy divertidos y listos. Y creo que eso está relacionado con el hecho de que muchos de ellos tuvieron que aprender a ser rápidos y divertidos como un cierto mecanismo de defensa… y esa es una parte fundamental de la experiencia gay.

James no existe para subrayar algunos de los rasgos de la personalidad de Rachel, James existe porque existe y me parece que él está representado como un ser humano que resulta que es gay, pero eso no es lo único que lo define. Me siento lo suficientemente cómoda para escribir un personaje así porque siempre he tenido muchos amigos gays y aunque yo no sea uno de ellos empatizo mucho con sus vidas.

La casa en la que ambos viven tiene una fuerte presencia en el libro. Rachel y James están siempre metidos debajo de varios edredones porque hace frío, beben en tazas descascarilladas… ¿Es esta una vivencia precaria y universal o pertenece a un lugar como Irlanda, con su idiosincrasia propia?

Creo que en cualquier país en el que vivas como estudiante, tendrás una casa terrible. Y en realidad lo que ha convertido este libro en una propuesta tan popular, tanto a nivel internacional como en diferentes grupos de edad, es la sensación de que ser pobre y joven es siempre igual en todos los sitios. Buscas algo de cambio entre los cojines del sofá, o tratas de encontrar veinte dólares para beber algo, o tienes demasiado frío todo el tiempo… Cuando me imaginé cómo sería el lugar en el que vivirían, pensé en todos aquellos pisos terribles en los que había vivido a lo largo de mi vida y surgió la casa de la novela.

El personaje de Rachel dista mucho de ser perfecto y no tiene miedo de decir lo que quiere. Como si de alguna manera existiese en una realidad posfeminista, en donde ya no tenemos por qué ser modélicas.

Cuando tenía la edad de Rachel, me preocupaba gustarle a los hombres, pero también pensaba que mi vida iba bastante bien porque cuando acabas de cumplir los 20, piensas que la batalla está ganada en términos de feminismo. Pero eso es porque aún no has conocido el mundo. Después, tienes un par de malos trabajos y de jefes que no se portan bien, a un compañero lo ascienden y a ti no… Y todas esas cosas te llevan a un despertar feminista. Son cosas que piensas cuando te vas haciendo mayor y eso es lo que le ocurre precisamente a Rachel después de que le pasen ciertas cosas que le arruínan en cierto modo su vida. Ella se da cuenta de que le ocurren porque vive en una sociedad que no es feminista y que no valora la salud de las mujeres. Pero no creo que nazcamos feministas, creo que nos hacemos feministas después de vivir una serie de experiencias que podríamos evitar si viviésemos en un mundo distinto.

Rachel habla de su físico –con mucho humor– y de su sexualidad de una manera muy libre: no es ni una mojigata ni tampoco una diosa del sexo…

Rachel puede hacer lo que quiera porque todas podemos decir que no a cualquier cosa y eso está genial, pero también creo que está muy confundida. Y quería hablar de ese momento tan confuso para ella que yo misma viví porque crecí en Irlanda y vi porno cuando era muy joven —porque de repente apareció internet— y viví muchas cosas como que Paris Hilton tuviese su propio vídeo sexual… Había mucha sexualidad en la cultura pop y yo había crecido con Britney Spears y todo ese tipo de cosas… Se supone que había que ser muy sexual, pero todo en la sociedad en la que vivía era muy conservador. Algo así como “puedes parecer sexy, pero no ser sexual” y nada de aquello tenía sentido. Creo que eso generó una especie de disociación en muchas mujeres. Porque esa sexualidad propia de la que los hombres disfrutan nunca se nos ha permitido a nosotras.

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Farándula y Moda

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