La fiebre por las figuras coleccionables como los Sonny Angels sigue ‘in crescendo’ y cuenta con adeptas como Rosalía
Están por todas partes. Los rincones de las estanterías más inesperados se convierten en sus hogares, se asoman a las pantallas de los portátiles más vanguardistas, aparecen en los mirror-selfies de las que más saben de moda –sí, Victoria Beckham y también Rosalía han sucumbido a los adorables angelitos– y mires donde mires cuelgan de los teléfonos de la inmensa mayoría de Gen-Z. Estos diminutos seres conocidos como Sonny Angels, Smiskis, Sylvanians y un largo etcétera están llamados a dominar el mundo. El ejército de figuritas ha encontrado en Tiktok su vasto reino, y lejos de situarse entre las tendencias más efímeras de la temporada, tienen todas las papeletas de elevarse como los coleccionables más ansiados de nuestra época. Es en el mundo digital de la red social china donde las figuras han cobrado vida y han saltado al imaginario colectivo conquistando todas las miradas y, sobre todo, todos nuestros deseos.
Para entender este fenómeno hay que mirar al otro lado del planeta, concretamente hacia Japón. A pesar de que nos separen más de diez mil kilómetros del país nipón, la esencia de su cultura está más presente que nunca entre nosotros. Esta obsesión es tan multifacética que piezas como los Sonny Angels han trascendido de tal manera que se han convertido en un accesorio más de nuestros looks. La cultura pop, así como una fascinación por la nostalgia y el afán por potenciar el bienestar tanto social como individual han postulado a esta nueva forma de coleccionar en el centro de todas las miradas.
Este fenómeno no es nuevo, ni mucho menos. Allá por 2004 el fabricante de juguetes y fundador de Dreams Inc., Toru Soeya, se inspiraba en las Kewpie babies –muñecas con apariencia de querubines y mejillas sonrojadas nacidas a principios del siglo XX– para crear los pequeños angelitos por los que suspiramos hoy en día y que reciben de nombre parte de su apodo: los Sonny Angels. Desde un primer momento, estos bebés con más de 20 años de edad fueron concebidos como una vía de escape del estrés que protagonizaba la inmensa mayoría de las rutinas japonesas.
También son considerados un canto a la autoexpresión, ya que existe una diversidad enorme tanto de colecciones como de diseños dentro de las mismas, lo que también alimenta la fascinación en torno a los querubines. Frutas, series de animales, especies marinas, inspirados en paraísos invernales, angelitos dormilones y un sinfín más. Por otro lado, los modelos Hipper –aquellos que se pegan y parece que se asoman de las plataformas– incorporan una versatilidad increíble ya que no solo son muñecos coleccionables, son accesorios para nuestros accesorios, valga la redundancia y amplían así el universo estético de nuestro estilo personal porque no solo cuelgan de nuestros teléfonos, lo hacen de las pantallas de nuestros ordenadores, de los retrovisores del coche y de los lugares más insospechados como la manivela del frigorífico.
La cultura del ‘escape’, lo onírico y la nostalgia: “Él puede brindarte tu felicidad”
Para muchos, estas colecciones representan una huída hacia una realidad cultural completamente diferente: un sueño de niños. Por otro lado, la estética coquette, que abraza esa feminidad nostálgica, inocente y de cierto talante retro, mucho tiene que ver en el ascenso imparable de los Sonny Angels, los Smiskis y la lista indefinida de figuras entre las que merece un lugar especial la famosa Hello Kitty. Tanto la obsesión por Japón como el fenómeno del coquettecore comparten un hilo conductor: la búsqueda de lo nostálgico y lo escapista en medio de un mundo acelerado, es decir, el ansia por una pausa.