Estar siempre estresados (o fingirlo) no es sinónimo de ser mejor
¿En qué momento el estrés se ha convertido en símbolo de éxito? Si pensamos en él como una reacción que pone en marcha una serie de respuestas orgánicas, fisiológicas, destinada a protegernos de una agresión externa, parece del todo absurdo que lo hayamos incorporado a nuestra vida, normalizando la cascada de efectos negativos que provoca tanto a nivel físico y mental. Y, sin embargo, sí, vivir estresados es lo que se espera de nosotras si queremos justificar que tenemos una carrera en la que destacamos y nos llena de satisfacción, una vida familiar perfecta y que nos mantiene ocupado el poco tiempo que nos queda, y unos hobbies que no nos permiten dedicar unos minutos a ‘la dolce far niente’.
“Vivimos en una era de sobreexigencia, donde el éxito se mide por cuánto hacemos. Hemos interiorizado que ‘estar ocupados’ equivale a ser valiosos, y parece que hacer más es símbolo de ser más”, explica Rebeca Cáceres, directora de Tribeca Psicólogos y profesora de la Universidad Internacional de Valencia, quien añade que en realidad se trata de todo lo contrario. “Cuando solo nos enfocamos en hacer, se crea una desconexión entre nuestras metas, nuestros valores y nuestras acciones diarias. Se crea una desconexión de nosotras mismas, de quiénes somos”.
Si, como advierte la psicóloga, pasamos los días sin saber ni siquiera lo que queremos, es comprensible que corramos de una tarea a otra sin tener la capacidad de priorizar lo que de verdad es importante con nosotras, o si se alinea con nuestra escala de valores ayudándonos a la consecución de metas y propósitos. De ahí, que a menudo confundamos la verdadera productividad con un agotamiento crónico disfrazado de ambición.
Cáceres explica que la productividad real se basa en el enfoque, la eficiencia y el equilibrio, no en el agotamiento constante. “En un estado de estrés es muy probable que nuestra productividad se vea afectada negativamente. Además, trabajar de manera automática desde ahí, hace que la capacidad de toma de decisiones también se vean mermadas”. Recomienda que en lugar de medirnos por cuánto hacemos, deberíamos aprender a escucharnos, identificar lo que realmente necesitamos y construir un ritmo de trabajo que nos permita rendir desde el bienestar, no desde la atonía.
Los límites son autocuidado
Pero, de dónde viene esta incapacidad para priorizarse. Para la experta está claro, la incapacidad para poner límites tiene mucho que ver, “cuando no ponemos límites, nos desconectamos de nuestras propias necesidades, alimentando un ciclo en el que siempre estamos disponibles para los demás, pero ausentes para nosotras mismas. Decir ‘sí’ a todo a menudo equivale a decirnos ‘no’ a nosotros mismas, negándonos el espacio necesario para cuidar de nuestra salud mental”, y recalca que aprender a poner límites es una cuestión de autocuidado.