El libro ofrece un relato abruptamente sincero de la infancia turbulenta e itinerante de Cher: su negligente padre abandonó a la familia por la heroína y el juego, mientras su glamurosa madre luchaba por llegar a fin de mes desplazándose constantemente por todo el país, e incluso –en un capítulo especialmente duro– se vio obligada a dejar a Cher en un orfanato baptista de Scranton durante un largo periodo mientras trabajaba por turnos en una cafetería 24 horas en el otro extremo de la ciudad. Seguimos a Cher durante su adolescencia (incluido un breve escarceo con Warren Beatty), su relación con Sonny Bono y su rápido ascenso a la fama, su vida mientras tanto atravesada por un deslumbrante elenco de iconos pop de los años sesenta y setenta.
Asistimos a la ilusión de la maternidad y el hoyo de las relaciones abusivas, como la asfixiante crueldad de Bono en los últimos años de su matrimonio, que la llevan a considerar el suicidio. Siempre queda la promesa de la reinvención: el libro termina con Cher poniéndose al día con su viejo amigo Francis Ford Coppola en su camerino del Caesar’s Palace, valorando dar el salto al mundo del cine. Y para los amantes de la moda, hay un montón de fascinantes recuerdos sobre su ascenso a icono de estilo, desde su primer encuentro con Bob Mackie en una prueba de vestuario para una aparición en The Carol Burnett Show, hasta cómo fue trabajar con Diana Vreeland en las portadas de Vogue que protagonizó en la década de 1970.
Pero hay una constante que hila todo el relato: la inconfundible voz de Cher, que resuena fuerte y clara en cada frase: su compasión, su sabiduría, su corazón y, por supuesto, su cáustico sentido del humor. Pudimos hablar con Cher sobre el proceso de creación sus memorias, de por qué los capítulos sobre el aborto y los derechos reproductivos resultan más actuales e incluso de su próximo disfraz de Halloween (teniendo en cuenta que es muy posible que se encuentre a alguien disfrazado de ella). La conversación se produjo en vísperas de las elecciones presidenciales de EE.UU. y, en ese sentido, las reflexiones de Cher fueron tan clarividentes como siempre.
Buenos días, Cher. ¿Dónde te encuentro a esta hora?
Me encuentras sentada en mi cama, mirando al mar, intentando decidir a qué fiesta de Halloween voy a ir esta noche.
¿Así que tienes varias opciones?
Tengo unas cuantas, sí. Mi ahijada está organizando una. No voy a muchas fiestas, pero espero que esta sea divertida porque sus amigos son muy divertidos. Va a ser genial. Y mañana por la noche iremos a una fiesta de Universal, la Noche de Terror de Halloween, así que tengo muchas ganas.
¿Cuándo empezaste a trabajar en tus memorias y qué te impulsó a escribirlas?
No sé exactamente qué me impulsó, pero empecé a trabajar en ellas hace muchísimo tiempo. Enseguida me di cuenta de que había algunas cosas que no quería que aparecieran. La verdad es que empecé a trabajar en el libro al menos dos veces, puede que incluso tres, pero siempre pensaba: «¿Sabes qué? Si vas a escribir este libro, tienes que contar más». Y al principio, simplemente no me apetecía. Luego, con el tiempo, me dije «bueno, ¿qué más da?».
¿Qué era lo que te resistías a compartir? ¿O que te costaba más plasmar en la página?
Pues no me acuerdo de cosas concretas, porque una vez que empecé a escribir, lo hice y punto. Pero hubo momentos al principio en los que pensé: «No quiero entrar ahí». También pensé que no iba a ser capaz de explicar ciertas cosas sobre mis relaciones, ¿cómo hago yo esto? Me preocupaba mucho.
Los capítulos sobre tu infancia están contados con mucho detalle. ¿Lo sacaste todo de tus propios recuerdos o hablaste con otras personas que estuvieron allí en aquella época para reconstruirlo?
Bueno, mi madre siempre me contaba cosas de mi infancia, pero también omitía algunas cosas importantes. De adolescente, o incluso siendo una niña, no te subes a un tren de mercancías si no eres… diferente [ríe]. Así que creo que mi madre estaba preparada para ello. ¿Pero mi abuela? Cuando tenía unos 30 años, una noche que me estaba preparando para salir al escenario, vino con una trona que tenía de Bambi y me dijo: “Cuando vivías con nosotros, esta era tu trona”. Y entonces mi abuela empezó a contarme un montón de historias y pensé: “Ay Dios. Da igual lo que esté sintiendo, tengo al público esperando ahí fuera y no tengo tiempo para sentirlo ahora. Ya lo sentiré más tarde”.
Esta primera parte del libro va desde tu infancia hasta tu ascenso a la fama, y cuentas sin tapujos las dificultades que tuviste que afrontar. ¿Fue difícil rememorar esa época de tu vida?
No. A ver, no tanto como te piensas. Fue más bien pragmático. Era así y punto. Mientras lo vivía, no me hacía mucha gracia, pero a la vez… vivíamos tan a contrarreloj [por aquel entonces] que trabajábamos constantemente, muchas, muchas horas al día y sin días libres. Aquello empezó a trastornarme mentalmente.
¿Sintió que se quitaba un peso de encima después de plasmarlo en la página? ¿Fue terapéutico en algún sentido?
No lo sé. No estoy segura. Si te soy sincera, no lo sé.
Se entiende, la verdad. Quería preguntarte sobre el comienzo del libro, cuando de niña veía a Elvis en la televisión. ¿Por qué te influyo tanto?
Bueno, musicalmente, pensaba que todo el mundo cantaba sin parar. Mi madre y mi abuelo, y mi tío, cantábamos todo el tiempo. Y cuando vi a Elvis, cuando le oí –y a mi madre y a mí nos encantaba, lo que era genial, a mis amigas les daba mucha envidia porque la mayoría de sus madres estaban horrorizadas–, cuando mi madre me llevó a verle, fue un punto de inflexión en mi vida porque pensé: eso es lo que quiero ser. Quiero ser él.
Tu voz está muy presente en el libro, y me sorprendió y lo disfruté mucho. Hay un montón de momentos muy Cher, como cuando describes la casa de tu infancia como una «una cabaña de madera la hostia de loca» o cuando metes esos ‘qué coño es esto’ aquí y allá…
¿Por qué lo dices?
Supongo que…
Sé lo que has dicho, pero ¿a qué te refieres en realidad?
Supongo que no está escrito como una… biografía estirada y anticuada.
Bueno, diría que por momentos es muy Dickensiana.
Sí, y es Dickensiana, en muchos sentidos.
Fue así y punto, y simplemente lo vives. Cuando estás ocupada viviéndolo y ocurre algo, piensas ‘Ay Dios mío!’. Pero con el tiempo cuando vuelves sobre ello, ya no lo ves tan duro.
Creo que a lo que quería llegar es a que tu sentido del humor atraviesa todo el relato, incluso cuando te adentras en las épocas más oscuras de tu vida. ¿El humor siempre te ha ayudado a afrontar esos momentos difíciles?
Bueno, sobre todo los “Qué coño me estás diciendo”. Porque en realidad, es como: «¿En qué estaba pensando esta gente? De verdad, ¿qué tenía esa gente en la cabeza? ¿No les daba vergüenza de sí mismos? Aunque pienso, madre mía, qué suerte tengo. Mi vida ha sido genial. Incluso en los momentos difíciles, ha sido interesante. Y eso a lo mejor lo amas o lo odias [hace una pausa.]
Yo no diría que lo amas o lo odias…
¿Te quedaste muerto? [Ríe]
¡Sí! Pero también me emocionó mucho. Hay una parte muy importante en la que cuentas cómo tu madre se planteó abortar cuando estaba embarazada de ti. Sé que es un tema del que ya has hablado antes, pero la elegancia con la que tratas las decisiones que tenía que tomar tu madre en ese momento me pareció un relato muy potente y muy oportuno.
En realidad no pienso mucho en eso… Bueno, sí, pienso en eso todo el tiempo. Pienso en lo mucho que hemos retrocedido, y Dios sabe dónde vamos a terminar, porque yo no tengo ni idea. Porque te pasan cosas en la vida, y haces las paces con ellas. Yo soy un poco rara en ese sentido. Tienes momentos buenos y malos, y no puedes controlar ni una cosa ni la otra.
Los derechos reproductivos están en el primer plano del debate político actual, un tema sobre el que te has pronunciado muy abiertamente a lo largo de toda tu carrera. ¿Cómo vives lo que está pasando?
Estoy muerta de miedo. ¿Cómo crees que me siento? No sé cuánto vamos a retroceder, pero creo que vamos a retroceder en todas las áreas en las que hemos progresado, y me da mucho miedo porque va a ser un viaje lleno de baches. Sé que es un tema muy de Estados Unidos, pero así es como me siento. Es lo más aterrador que me ha pasado en la vida. Y vamos a retroceder mucho más de lo que hemos avanzado. No sé si me explico… Ni siquiera explicar lo que siento al respecto. Estoy aterrorizada.
También me impactó mucho la capacidad de observación que demuestras a lo largo del libro. Me encantan los detalles peculiares que vas recogiendo del entorno de amistades que rodeaban a tu madre cuando vivíais en Hollywood, y la ropa que llevaban.
Bueno, mi madre y sus amigas eran de las mujeres más guapas que he visto nunca. Creo que mi madre era la más pobre de todas, pero a pesar de que no tenía dinero, ahorraba y ahorraba y ahorraba y se compraba un vestido para poder ir arreglada, muy estiloso y muy bonito. Todas las amigas de mi madre eran guapísimas, y muy… elegantes pero a su manera, muy de ir con todo. La moda y el maquillaje ocupaban gran parte de mi vida, y siempre me quedaba mirando con mucho interés a estas mujeres, cómo se ponían la ropa y los tacones. Ni me iban las series como Andy Hardy y ni Father Knows Best, sino algo que no existía. Más o menos como con Sonny y conmigo. Esa moda no existía hasta que la inventamos nosotros. Aunque a ti no te gustase, era moda.
Totalmente. Tus looks con Sonny fueron fundamentales para definir la moda del siglo XX y fuisteis uno de los primeros fenómenos pop juveniles en todos los aspectos. Me encantó leer cómo reaccionó la gente a tu llegada a Londres. Se volvieron locos porque nunca habían visto a nadie vestido así.
En Estados Unidos, fue un horror. ¡Un horror! Y en cuanto llegamos a Londres, fue increíble. Fuimos a una tienda de golosinas, entramos, y había una señora mayor detrás de la caja registradora, sacó un cuaderno y nos dijo: «¿Podéis darme un autógrafo?». Y yo me quedé allí pasmada, porque en casa, a los adultos sobre todo, no les gustábamos nada. Les dábamos miedo y les horrorizaba nuestro aspecto. Inglaterra fue donde empezó todo. Si no hubiésemos ido allí, a Gran Bretaña, no habríamos ni existido.
En el libro también hablas de tus primeras sesiones para Vogue y de lo emocionantes que fueron. ¿Sigues recordando todo aquello con cariño?
Todo se lo debo a la Sra. Vreeland. Era una mujer muy avanzada, y ninguna de las chicas que elegía era la típica guapa o modelo… éramos raras, pero funcionó de fábula, porque introdujo algo completamente nuevo en Vogue.
¿Y qué se siente al saber que el libro va a estar dentro de nada en manos de los lectores, después de haberle dedicado tantos años?
Bueno, no sé qué va a pasar en realidad. A las personas con la que he hablado les ha gustado al parecer y les ha sorprendido. Y creo sobre todo me he esforzado en contar historias personales, no mera información, porque la información la encuentras en cualquier sitio, pero las anécdotas son más difíciles de conseguir. Son de la propia persona.
A ti también te deseo un Halloween estupendo. ¿Has decidido ya de qué te vas a disfrazar?
No sé. Me lo estoy pensando todavía, de hecho. Algo con mucho maquillaje en plan una vampiresa mu bella o una calavera, pero que sea preciosa. No tengo ni idea. Se me ocurre eso porque quiero hacer algo interesante. No quiero ir de mí. No quiero ser Cher.