Camisa ‘oversized’ realizada a partir de dos kimonos de seda salvaje y falda confeccionada con piezas en diagonal, todo de Juan Vidal.Álvaro Gracia
Por fortuna, no siempre es necesario conocer los entramados de una pieza de arte para dejarse asombrar por ella. “Son todo pequeñas telas ensambladas en diagonal, como si fuesen un pirulí; una espiral que da la vuelta al cuerpo”, detalla el diseñador, que concibió esta colección como un capricho, esquivando la culpa moderna. “No existió nunca una intención comercial”, asegura.
El proceso, casi siempre lúdico, se encontró con el desarrollo de Les fleurs du mal, un nuevo lanzamiento que se presentó el pasado septiembre. Vidal pasó todo el verano trabajando en ello, pero también enfrascado en esa cápsula a la que después llamaría Unconscious Gardens –por la autonomía y la aleatoriedad de la naturaleza, siempre presentes en el jardín–. “Prefiero pensar en ella como un ejercicio de exploración absoluta; una forma de diversión, de dejarse llevar”, reconoce. “No era consciente de cómo acabarían siendo los vestidos. Ni siquiera sabía cómo era el material con el que iba a trabajar”, confiesa el modisto eldense. Nada de aquello lo desvió de su objetivo, uno puramente basado en el antojo, como el omnipresente viaje a Japón del pasado junio. Y ni siquiera así pudo evitar el nerviosismo habitual en este tipo de procesos. “Tenía que darle a los talleres las piezas ensambladas como yo quería, estaban cuadradas al milímetro. Cuando mi patronista me preguntaba si uno de los lados era el delantero o el trasero, le rogaba que por favor no se equivocase. Estamos acostumbrados a trabajar con un cierto exceso de tejido pero este no fue el caso”, recuerda.
También la ligereza lo impregnó todo durante la sesión de fotos que recuperó el imaginario del que el modisto había sido testigo no hacía tanto en el teatro kabuki. “La modelo parecía una princesa y al momento siguiente un samurái”, rememora. “De repente, me vinieron a la mente todos esos personajes, ese exceso de color…”.Una fascinación por la cultura japonesa que se palpa en su gusto por el cómic manga, su devoción hacia diseñadores como Yohji Yamamoto o Issey Miyake, o por esos barrios antiguos en donde abunda la madera y los farolillos de papel. “Esa fragilidad soporta muy bien el paso del tiempo: que un telar esté roto embellece el lugar”, considera el modisto, que durante su estancia en Kioto se hospedó en una casa tradicional.