5 decisiones que me ayudaron a estar tranquila en mi boda
¿Estás muy nerviosa? fue la pregunta que más me repitieron en los días previos a mi boda. Todo el mundo me aconsejaba intentar mantener la calma para poder disfrutar del evento. Había escuchado de todo: desde amigas que como consecuencia de los nervios no recordaban prácticamente nada de la celebración a novias que no pudieron comer por tener el estómago cerrado, y otras que no habían disfrutado tanto como les gustaría por estar pendientes de que todo saliese perfecto. Y, pese a haber asumido que algo de todo esto me ocurriría, lo cierto es que estas premisas no se cumplieron en mi caso. Estuve tranquila y presente de principio a fin, el estrés desapareció por completo y pude disfrutar de todos los momentos que compusieron un día tremendamente especial. Analizándolo a posteriori, he llegado a la conclusión de que fue, en parte, gracias a algunas decisiones que tomé de cara al gran día.
1. Hacer planes con los invitados en los días previos a la boda
Al celebrar la boda en otra ciudad, la mayoría de mis invitados se desplazaron para la ocasión y aprovecharon el evento para pasar unos días en Jaén. Así, desde el jueves, comenzaron a llegar amigos y familiares con los que pudimos hacer diferentes planes. Esto, unido a una preboda que orquestamos el viernes, consiguió que estuviésemos con la mayoría de ellos en los días previos. Gracias a esto, no sentí la presión de ver por primera vez a los 150 invitados el día de mi boda, y casi todos nuestros amigos se conocieron en los días previos, por lo que se respiraba un ambiente muy cercano entre los diferentes grupos.
Además, mi pareja y yo nos alojamos en el mismo hotel que la mayoría de los invitados, por lo que pude desayunar acompañada e ir a la peluquería con algunas de mis amigas. Tener estos encuentros la mañana de mi boda me ayudó a distraerme y disfrutar, también, de los momentos previos a la celebración.
2. Elegir proveedores locales (que ya habían trabajado juntos)
Al haber trabajado como editora de novias de Vogue durante seis años, cuando empecé a organizar mi boda vinieron a mi mente diferentes nombres de profesionales a los que admiraba. Finalmente, por motivos económicos y de logística, nos decantamos por proveedores locales. Cuando llegó el gran día me di cuenta de que había sido todo un acierto. Todos ellos habían trabajado anteriormente en la finca –varios, de forma recurrente– y la mayoría se conocían de haber coincidido en muchas bodas. Esto hizo que, incluso organizando la boda a distancia y sin wedding planner, no tuviese que preocuparme de absolutamente nada: los grupos de música y el DJ tenían controlados los espacios e instalaciones, el catering ya había trabajado en las cocinas de la finca, la fotógrafa tenía identificados los mejores spots para las fotos… Todo salió rodado y sin ningún contratiempo.
3. Vestirme con mi novio y tener un rato para nosotros antes de la ceremonia
Entiendo que hay quien otorga mucha importancia a la llegada al altar, ese momento en el que la pareja se ve por primera vez con el atuendo nupcial delante de todos los invitados. No era nuestro caso, ambos conocíamos ciertos detalles del traje del otro y preferimos vestirnos juntos, con nuestras familias, y tener un par de horas de intimidad antes de la celebración. Creo que pasar ese rato juntos, con los nuestros, nos ayudó a relajarnos. Además, aprovechamos ese momento para hacernos las fotos y poder así disfrutar de la boda sin tener que ausentarnos tras la ceremonia. Personalmente, me encantó compartir con él esa hora previa a la boda.
4. No planear «momentos» en los que fuésemos el centro de atención
Sentir que las miradas están puestas en vosotros durante todo el evento puede hacer que el estrés nupcial se multiplique. En nuestro caso, decidimos prescindir de todos aquellos momentos que pudiesen provocar que los invitados se convirtiesen en nuestros espectadores. No hicimos la típica entrada con música en el salón, no entregamos regalos ni tuvimos baile nupcial. Decidimos sentarnos en una mesa imperial con nuestros amigos de toda la vida y en el banquete nos limitamos a comer. Así, una vez pasó la ceremonia, nos quitamos esa presión y los momentos de protagonismo que tuvimos fueron completamente espontáneos (y tuvieron lugar, sobre todo, en la barra libre).
5. Delegar y confiar (tanto en amigos y familiares como en los proveedores contratados)
Este ejercicio es, probablemente, el más importante para evitar estar pendiente de lo que ocurre a tu alrededor y poder disfrutar al máximo de la celebración. No siempre resulta fácil, pero yo me propuse delegar ciertas tareas y olvidarme de ellas. Y la conclusión es que la gente más cercana está encantada de ayudar y tener algo que aportar en ese día tan especial. Por otro lado, resultó crucial elegir proveedores en los que confiábamos plenamente. Del catering a la finca, el dj, los grupos de música o la fotógrafa; todos hicieron su trabajo a la perfección y de forma autónoma, y no hubo ningún momento en el que tuviésemos que intervenir.