Alexander McQueen según Seán McGirr

Aunque McGirr trabajaba en el West End —cuenta que nunca tuvo el suficiente dinero como para no preocuparse de él–, prefería la escena clubera del barrio nativo de McQueen’s, el East End, y fue en aquellas noches en Boombox y Ponystep cuando oyó hablar de Wilson y se obsesionó con ser su alumno. Tras el brutal cuestionario de la primera entrevista, la oyó llamarlo a gritos desde el fondo del pasillo cuando ya se iba: “¡Eh, chico irlandés! Hay una beca que deberías solicitar ya mismo, porque ya sé cómo sois los putos estudiantes, sois unos vagos y se os pasan estas cosas”. Fue su manera de decirle que le facilitaba una beca para que pudiese permitirse estudiar. Coronó su graduación en Saint Martins en 2014 con un desfile de vaqueros intervenidos con garabatos a boli, inspirados en los buscavidas de Piccadilly y el personaje de River Phoenix en Mi Idaho privado. Candy Nippon, una boutique de Tokio, le compró la colección entera.

De haber un hilo conductor en la vida de McGirr en la siguiente década, sería sumergirse en el meollo de varias grandes ciudades para explorar su cultura juvenil. Cuando Uniqlo lo contrató recién salido de la escuela, se mudó a Tokio a un diminuto apartamento en el barrio de Shibuya, donde le daban las dos de la madrugada rebuscando libros en Tsutaya o se maravillaba con la escena kawaii de Harajuku. Dos años y medio después, tocó ir a París para poder trabajar más estrechamente con Christophe Lemaire en sus cápsulas para Uniqlo. Alojado en una caja de zapatos cerca del Palais-Royal pasaba sus horas libres fotografiando a la marea juvenil y skater que tomaba la Rue Léon Cladel (hasta 2023, McGirr se definía profesionalmente como diseñador y fotógrafo, faceta por la que recibió un premio y tiene un libro publicado). De ahí a Amberes, empleado por Dries Van Noten (su primera colección fue la exuberante colaboración de la firma con Christian Lacroix), hasta su regreso a Londres, primero como jefe de diseño de moda masculina en JW Anderson, después también de la línea femenina.

De vuelta a McQueen, el ambiente que promueve McGirr en el estudio es marcadamente democrático. Aunque tiene su propio despacho, poblado de sillas militares de los años 40, rara vez para en él, ya que prefiere estar con el equipo en los procesos de casting, diseño y fitting. En el transcurso de una conversación, McGirr es capaz de citar la Madonna dei Pellegrini de Caravaggio, el programa contemporáneo del SCAI The Bathhouse de Tokio y la melancolía estadounidense que distingue al fotógrafo Philip-Lorca diCorcia. Es una de las razones que llevaron a Pinault a considerarlo idóneo para el cargo. “Seán representa a una nueva generación de talento creativo en la moda británica”, dice. “Su energía vibrante y su pasión por la costura y la sastrería, así como sus ricos conocimientos de arte y música, se alinean perfectamente con el espíritu de McQueen”. Sin embargo, McGirr separa el arte y la moda en categorías diferentes. El arte, argumenta, es fruto de una sola persona, mientras que la moda normalmente es un trabajo en equipo, como en el actual McQueen, cuya producción se extiende desde Clerkenwell hasta las sastrerías de Italia, las fábricas textiles del norte de Inglaterra, las distribuidoras de Corea y un largo etcétera. “Nos hago ropa para exponerla en un museo”, recalca McGirr más de una vez. “Lo importante es que la gente se lo ponga”. Dadas la turbulenta situación actual del mundo, le gustaría que sus diseños funcionasen como una especie de armadura moderna: “Vestir de McQueen es casi un método de supervivencia”.

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