Me inquieta un poco admitirlo, pero durante los primeros cinco o diez años de vida sexual activa, estoy bastante segura de que podría contar con los dedos de una mano las veces que tuve sexo estando sobria. No lo recuerdo como algo raro o chocante. En la adolescencia y a principios de la veintena, esta manera de entender el sexo era lo normal entre la mayoría de mis amigas, a menos que tuvieran relaciones estables. Salías, te emborrachabas y te ibas a casa con alguien. O le escribías un mensaje a la persona de siempre después de una noche de fiesta. El sexo no era un acto íntimo, ni exigía estar en plenas facultades. No lo disfrutaba plenamente, pero tampoco lo dejaba de disfrutar. Era más bien una experiencia neutra, como picar un tentempié que quita el hambre sin más.
Es difícil precisar por qué solo tenía sexo borracha; no era por ninguna razón turbia o demasiado profunda. Seguramente, aún no sabía diferenciar entre lo que me hacía sentir bien y lo que me hacía sentir especial, lo cual me proporcionaba a su vez otro tipo de satisfacción. Me gustaba verme como una chica de ciudad de mente abierta lo bastante empoderada como para disfrutar de su cuerpo libremente. Pero no estaba muy en contacto con los aspectos físicos ni emocionales de la intimidad sexual. En otras palabras: me gustaba el concepto de que me gustara el sexo, pero no llegaba a profundizar en él de verdad. Así que no importaba si estaba borracha mientras, porque ese mientras importaba poco.
También creo que practicaba sexo borracha por la misma razón por la que bebía mucho más en general. Porque tenía ansiedad social y me costaba soltarme sin beber alcohol. Si ya solo acercarse a besar a alguien cuesta a veces lo suyo, imagina desnudarse delante de otra persona. Así que beber era una forma de aplacar esa angustia y saltar de lleno a la parte de intimar, sin caer en la cuenta de que matar ese nerviosismo también mata la intimidad. Pero bueno, ¿para qué sirven la adolescencia si no es para descubrir todo eso? Cada día aprendemos sobre la marcha, archivamos cada experiencia en la base de datos de nuestro cerebro hasta que por fin sabemos lo que no sabíamos: que el sexo estando sobria es infinitamente mejor que el sexo estando ebria.
No me di cuenta de esto de la noche a la mañana, ni lo investigué a propósito. Simplemente dejé de beber y fue un efecto secundario involuntario. Se habla mucho de los beneficios de dejar de beber, cómo mejora la calidad del sueño, de la piel, de las relaciones, etcétera. Pero se habla menos del impacto que puede tener en la vida sexual. Sí, es más difícil echar un polvo, sobre todo si eres soltera, que no es mi caso (Moya Lothian-Mclean escribió recientemente sobre el papel esencial del alcohol, a su pesar, en el proceso de apareamiento). Y es más difícil sentirte libre y experimentar con la misma desinhibición. Pero el sexo que practicas es mucho más satisfactorio. No solo físicamente, sino también mentalmente (¿hay algo más excitante que recordar de repente lo que alguien te ha hecho en la cama? Más que no acordarse, desde luego).