‘Flow’ es mucho más que «la película del gatete». Una inspiradora y devastadora aventura con poso existencialista que merece sus nominaciones a los Oscars


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Nacemos y, cuando todo está bien y reina una suerte de orden, en un momento muy concreto de nuestro crecimiento que llega condicionado por las experiencias y vivencias personales, una masa gigantesca de agua arrasa nuestra realidad para anegarlo todo. Un tsunami de retos, temores y dificultades que, igual que el que rompe la paz del adorable gato protagonista de ‘Flow’, se llama vida.

Si la nueva película del cineasta letón Gintis Zilbalodis me ha enamorado profundamente —y me ha hecho escribir estas líneas con los ojos aún irritados por las lágrimas—, además de por su condición de milagro audiovisual y narrativo que ha impulsado su carrera en la temporada de premios hasta el punto de eclipsar a gigantes como Disney, Pixar o Dreamworks con un presupuesto ínfimo, ha sido por la inmensidad de capas y la profundidad discursiva que se esconden tras su fachada de entretenimiento para todos los públicos.

Gloriosa aventura

Por supuesto, la puerta de entrada en el largometraje se encuentra en su naturaleza de aventura, en la que la ligereza y la ternura cohabitan con una gestión del conflicto —tanto externo como interno— extraordinaria. No es complicado encontrarse con el corazón en un puño durante la inmensa mayoría de los 83 minutos que pueblan un metraje en el que la lucha por la supervivencia del felino y sus acompañantes de travesía se niega a bajar de intensidad.

La sensación de peligro constante, potenciada por un trabajo de cámara brillante y un montaje no menos extraordinario, se percibe aún más a flor de piel gracias a la creación de una empatía tremendamente sólida con un grupo de animales condenados a entenderse y que no necesitan proferir una sola palabra para proyectar unas personalidades tan marcadas como encantadoras.

Son, en última instancia, las dinámicas entre aves, capibaras, lemures y demás criaturas las que no sólo sostienen, sino que elevan el relato y su calado hasta cotas insospechadas; todo ello gracias a unas animaciones y un acabado visual que, pese a su aparente sencillez, rezuman gusto por el detalle y regalan pasajes de una belleza arrebatadora.

Pero, como decía, bajo la deslumbrante superficie de ‘Flow’ reside un alma existencialista, balanceada a la perfección con su cariz más leve, que la redimensiona por completo. Porque esta pequeña joya animada va más allá del ya de por sí efectivo survival zoológico para alzarse como una maravillosa metáfora sobre este caos permanente al que conocemos como vida.

Devastador existencialismo

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El minino negro sobre el que gira la historia comienza su periplo observando su reflejo y superando una serie de obstáculos que parecen inacabables para alcanzar una ambición, representada por unas montañas que se elevan sobre la peligrosa masa de agua que cubre su hogar. Para alcanzarla, como todo buen personaje que se precie, debe exponerse a sus miedos, afrontarlos y, finalmente, superarlos para cumplir su objetivo.

Esto, que parece extraído de cualquier clase de teoría del guión, no deja de ser una síntesis de lo que es nuestro día a día como seres gregarios; y es que ese recorrido hacia las montañas, simbolicen lo que simbolicen para cada uno, no puede hacerse en soledad. Pero cuando alcanzamos nuestras montañas particulares junto a nuestros compañeros de viaje, otras nuevas se elevan en el horizonte para recordarnos que la lucha persiste tras habernos fortalecido por el camino; una experiencia que queda recogida a la perfección en menos de hora y media de metraje que puede virar de lo inspirador a lo devastador en función de nuestro estado en el momento de visionado.

En última instancia, y la esto hace aún más grande, ‘Flow’ no deja de ser un espejo del cine como arte colaborativo. Uno en el que se debe arrimar el hombro, superar diferencias y colaborar estrechamente para alcanzar una meta mucho más grande que uno mismo. En este caso, esa meta ha terminado siendo una obra maestra sin paliativos, con toda la magia y el poso que han ido perdiendo progresivamente los grandes referentes del medio mientras eran devorados por la industria.

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